miércoles, noviembre 14, 2007

TRAS UN DONANTE

Interminable y dolorosa espera



La lista de espera es larga. Hombres y mujeres sufren el mayor de sus tomentos, limpiezas sanguíneas entre tres a cuatro horas diarias, dos o tres veces por semana, mientras sus familias esperan junto a ellos el órgano que les puede salvar la vida.

Hace siete años se promulgó la Ley 27282, con el único objetivo de promover, proteger e incentivar la donación de órganos y tejidos como acto voluntario, solidario y altruista con fines terapéuticos o de investigación. Otro fin fue el regular los derechos y obligaciones del donante, del receptor y otras personas involucradas en el acto de la donación. Asimismo se declaró el 23 de mayo de cada año como el “Día Nacional del Donante de Órganos y Tejidos”, claro afán de crear conciencia en una población sumamente desinteresada y desinformada, con creencias que superan la realidad, sociedades que decidieron ignorar el sufrimiento ajeno, dolor que sólo cuando se presente en su entorno llegarán a entender, de lo contrario jamás querrán conocerlo.

A pesar de leyes y de las pocas -pero valoradas- campañas de sensibilización, la población no toma conciencia de cuán necesario sería donar sus órganos o tejidos cuando el divino creador los recoja. Familias enteras aún se niegan a donar órganos que pueden salvar la vida de personas que por el momento yacen condenadas a la espera interminable.

“Donar es amar… recibir es vivir”, fue el slogan de la caminata del donante, programada para el día de la celebración, frase que llena paredes y ventanas del Servicio de Nefrología del Hospital Nacional Almanzor Aguinaga Asenjo, y es que para cada una de los 165 pacientes que conforman la lista de espera, un nuevo riñón representa un nuevo vivir; personas que provienen tanto de Lambayeque, como de Tumbes, Piura, Cajamarca, La Libertad, Ancash, Amazonas y San Martin y que sufren de insuficiencia renal crónica terminal, que sueñan vivir sin la dependencia de la hemodiálisis, realizada tres veces por semana, durante tres o cuatro horas, o sin la de la diálisis peritoneal, proceso que cada seis horas los condiciona a un molesto dolor difícil de imaginar, pero muy fácil de solucionar.

Procesos comunes pero dolorosos
La hemodiálisis y la diálisis peritoneal representan las soluciones y el transplante de riñón la cura para la insuficiencia renal crónica, enfermedad que se origina debido a anomalías congénitas en los riñones, disminución de la capacidad de filtración, ya que el tejido del órgano que lleva dicha función se hace más fibroso, enfermedades metabólicas como diabetes
, hipertensión arterial, la edad que conforme avanza disminuye la filtración y sobre todo la falta de atención médica oportuna.

Para la hemodiálisis, con la intervención de un cirujano vascular, se canula la arteria radial y una vena del antebrazo, lo cual permite disponer de una fístula subcutánea permanente, en donde después de algunos días de “maduración” el médico puede insertar agujas en las venas dilatadas del antebrazo, conectarlas a las líneas del riñón artificial e iniciar la diálisis, aquel procedimiento en el que la sangre sale al circuito extracorpóreo, para allí dializarse con una solución lavadora.

Para diciembre del 2006 el total de pacientes con hemodiálisis era 141, significando 20.348 sesiones, teniendo en cuenta que en el servicio de hemodiálisis en el Hospital “Almanzor Aguinaga Asenjo” sólo hay doce riñones artificiales dializando las veinticuatro horas del día.

Todo lo contrario sucede en la diálisis peritoneal, en donde la solución dializadora, perfectamente estéril, ingresa a la cavidad peritoneal y la diálisis se hace a través de las membranas de los vasos capilares de la membrana peritoneal. Este procedimiento que inicialmente se hacía en un pequeño número de pacientes se ha ampliado y ahora en el Perú un 15% de los pacientes con Insuficiencia Renal Crónica Terminal (IRCT) son tratados de esta forma. En este tratamiento son 121 los pacientes a tratar y 43.457 las sesiones.

Pero es el transplante de órganos la cura definitiva para la IRCT, aunque antes se debe realizar una serie de descartes infecciosos en el paciente, si éste se muestra libre de dolencias o infecciones, por más mínima que sea, recién ahí es considerado apto para recibir un nuevo órgano, es decir, recién ahí puede ser uno más en la larga lista de espera.

Cada donante de órganos representa para la persona que los recibe un promedio de 30,8 años de vida, según datos de un estudio publicado en el American Journal of Trasplantation. A diciembre del 2006 fueron 132 los pacientes que recibieron un transplante de riñón y 87 los de córnea, únicos dos tipos de transplantes que se realizan actualmente en el Hospital Nacional Almanzor Aguinaga Asenjo.

El drama de Carlos Augusto
El privilegio de contar con un riñón nuevo, en el año 2006, sólo lo han gozado doce personas, de los cuales diez trasplantes fueron de donantes cadavéricos y dos de donantes vivos.

Entre aquellos diez se encontró Carlos Augusto Riboty Paredes, quien tras meses de espera recibió tan anhelado ‘regalo’ el 24 de noviembre del 2006. “El comienzo fue terrible, primero fui reacio al aceptar lo que me estaba pasando. Uno sufre demasiado, pero tienes que aceptar tu nueva realidad y no dejarte vencer” expresa con la mirada perdida, recordando quizá aquellas primeras semanas en las que se negaba su realidad.

Carlos Augusto encontró aquel consuelo en su familia, siendo ella por quien luchaba. “Al principio sólo pensaba en mis hijos, en que debía salir de ésta por ellos, pero luego me di cuenta que tenía que sobreponerme por mí mismo, por mi propia vida, no estaba dispuesto a dejarme morir” añade con el semblante de una persona que no aparenta lo que sufrió. Tras salir airoso de un paro cardiaco y un derrame, Carlos Augusto asegura que su cuerpo estaba deshecho, las fuerzas le faltaban pero la esperanza la atesoraba.

Uno de sus hijos se dio cuenta que no estaba bien, lo llevó a una consulta prácticamente a la fuerza, desde ese día su rutina fueron las sesiones de hemodiálisis y su mayor temor, la muerte. “Me aferré a la vida, estaba acostumbrado a las parrilladas y la cerveza, dejé de comer lo que me gustaba, pero si no aceptas el cambio, te mueres”. Ahora las carnes rojas forman parte de su menú una vez al mes, los embutidos para él no pueden existir y las comidas deberán ser bajas en sal, agregándole la medicina de la cual dependerá de por vida.

Los meses que duró la enfermedad lo consumieron, “yo he sido deportista, siempre llevé una vida sana, comía bien, pesaba casi noventa kilos, eso me ha ayudado a soportar lo que pasé”. Hoy su contextura es delgada pero su fe creció a pesar de la adversidad. “Yo antes era muy escéptico, cuando me di cuenta que dependía únicamente de Dios, le clamé, al día siguiente llamaban para avisar que había un órgano disponible para mi”, enfatiza Carlos Augusto, con una mirada llena de vida y esperanza.

El premio a su fe le llegó oportunamente, cuando su vida pendía de un hilo y su sufrimiento quería acabar con sus esperanzas, ahora su vida es otra, la dependencia a los medicamentos, una ligera cojera como secuela o el sumo cuidado que debe tener para no contraer alguna infección no le generan quejas, todo a cambio de disfrutar de su nueva vida. “Prácticamente volví a nacer, con el apoyo de mi familia superé los momentos difíciles, gracias a Dios tengo esta nueva vida, sólo hay que confiar en él”.

Una espera milagrosa
Como Don Carlos Augusto son cientos los pacientes que esperan una llamada que cambiaría sus vidas, pero también hay otros para quienes la hemodiálisis es y será su única salida, aquellos que pasaron la edad promedio para un transplante, o que sufren de enfermedades adicionales como cardiacas o metabólicas.

Tal es el caso de César Torres Alvarado, quien a pesar del sufrimiento al que está destinado y a lo tedioso que puede resultar una sesión de hemodiálisis no pierde la chispa que, según asegura, lo caracteriza desde su juventud. “Así esté enfermo, nunca dejaré de hacer bromas o regalarles piropos a lindas señoritas, es mi única distracción” dice mientras sonríe postrado en la camilla y con el riñón artificial, emitiendo sonidos extraños al lado.

Don César asiste desde mayo del 2004 a las “dolorosas e incansables” sesiones de hemodiálisis, tal como él las define; tres veces por semana su nieto lo deja en el lugar que contradictoriamente, a lo largo de interminables sesiones, algún alivio le ha concedido a su enfermedad. Aunque no se pueda trasplantar debido a los riesgos que su edad y salud conllevan, don César ya se resignó. “Mi situación es diferente, no estoy en la lista de espera, pero ya me acostumbré”, asegura mientras permanece por momentos inmóvil, estado en el cual permanecerá durante tres horas, aunque ninguna enfermera escapará de sus ocurrencias, de aquellas bromas que por un momento le hacen olvidar dónde y cómo está.

Otro caso similar es el de Raymunda Gamarra. Ella padece de Insuficiencia Renal Crónica Terminal, de Diabetes y por si esto fuera poco el año pasado le diagnosticaron un tumor cerebral. Asiste a las sesiones de hemodiálisis dos veces por semana acompañada por sus hijas, debido a su edad y a la diabetes que sobrelleva no está apta para un transplante, pero aún así saca fuerzas para luchar por el único tratamiento que le surte efecto.

“Fue difícil conseguir el cupo para la diálisis, mi mamá estuvo internada en piso durante dos meses por el problema del tumor, de ahí la asignaron a nefrología por el estado serio de su riñón” cuenta su hija, su fiel acompañante, quien como todo familiar, sufre junto a la paciente.

En esta lucha sin final no hay familia que no sufra, que no comparta el dolor. Hay algunos que no resistieron mucho tiempo en la larga lista de espera, hay otros a los que el tiempo los ganó y la edad se les pasó. Hay algunos que responden con un NO a la opción de donantes en su documento de identidad, como hay otros que desean ser aquellos ángeles donadores, pero a los que no les conceden su última voluntad.

A los familiares de estos últimos, tal vez una mañana en el Servicio de Hemodiálisis les haga falta, oír así a hombres y mujeres responder ‘presente’ al llamado de la enfermera y verlos, lentamente, desfilar hacia su calvario diario.




((Jill Barón Rodríguez - Estudiante VIII ciclo Periodismo))
((Expresión Nº 516 - Chiclayo, del 25 al 31 de mayo del 2007))
((Fotografías: Jill Barón))

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