viernes, noviembre 16, 2007

MENDICIDAD EN CHICLAYO

¿Lástima o solidaridad?



La pobreza los obliga, la sociedad los margina y las ansias de sobrevivir los impulsa a no dejarse vencer, a no amilanarse por nada, a continuar pidiendo un par de céntimos en diversas calles de Chiclayo.

La mendicidad es un problema que se acrecienta día a día. Cada vez son más los niños y adultos que usan las calles o avenidas como centro de “labores” a la merced de los peligros, el clima y las mofas, de las cuales muchos de ellos son víctimas.

“Casi siempre se burlan de mi problema al caminar”, dice Luís, quien sufre de un mal congénito a los huesos que lo postró en una silla de ruedas, además de malestares en las articulaciones, músculos y estómago.

A las nueve de la mañana es traído por un taxista amigo que, compadeciéndose de su estado, lo lleva al lugar que Luís le pida. “A veces hay poca gente en Balta y le digo que me lleve a Pedro Ruiz, a San José o a Alfonso Ugarte”, precisa.

Luís no puede hablar correctamente pero se hace entender, es sencillo saber qué es lo que quiere cuando te mira sonriendo y dirige su taza plástica hacia ti, con una moneda se conforma, sea del valor que sea. “La gente es buena, me ayuda siempre, ya saben que aunque sea con una moneda de diez céntimos me pueden ayudar”.

Al menos ésta le servirá para comprar un pan, alimento que, acompañado con yogurt, le proporcionará la energía necesaria para seguir con la sonrisa de oreja a oreja y en aquella posición en la que se mantiene sentado en la vereda, tan incómoda para el que lo ve pero cómoda para él. “Ya me acostumbré”, responde cuando se le pregunta por esto mismo, la remuneración al final del día lo alivia, son entre veinte a ochenta y cinco soles diarios para su manutención y vivienda.

También son las personas las que se acostumbraron a verlo hasta las diez de la noche en el mismo lugar, es su amigo el taxista el que a esta hora lo recoge para llevarlo de vuelta al cuarto en donde descansa, conviviendo con su soledad hasta que el sol aparezca anunciando un nuevo día de “arduo” trabajo.

Vida dura
No es sarcasmo, puesto que pedir limosna no es fácil, “hay gente que simplemente te ignora” me cuenta Noé, poseedor del nombre bíblico de aquel hombre que perseverando salvó su vida y la de sus hijos. En este caso, Noé persevera cada día en la puerta de la Catedral de Chiclayo, lugar en el que permanece desde las nueve hasta las doce del medio día, para volver a las seis de la tarde.

Un problema en el pulmón, le imposibilita respirar correctamente, a esto sumándole el hecho de que la tuberculosis lo visitó en dos ocasiones. Esto no fue impedimento para que pierda aquella chispa que a muchos les falta pero a pocos le sobra.

“Hay veces que uno no tiene qué comer, hay veces que quisiera que mis hijos me apoyen, pero no puedo esperar sentado a que me ayuden, tengo que salir a buscarla yo solito” cuenta con la mirada por ratos perdida.

Don Noé no pasa desapercibido, recostado en una columna de la iglesia, con la espalda jorobada y la mirada fija en el piso, sólo sonríe cuando una alma caritativa se le acerca con algunas monedas que le servirán al final del día.

“Ocho años trabajo en las calles”, expresa con la voz entrecortada que le produce el recuerdo de los tiempos duros y malos, de los que ha sufrido y luchado para salir airoso, algunas veces con la ayuda de vecinos o amigos.

“Mis hijos viven lejos, no tienen tiempo para cuidarme, para cocinarme. A veces el mayor me viene a visitar y me trae algunos regalos”, estos son ropa o abarrotes que le durarán un par de días, pero como él mismo dice “algo es algo”.

La soledad es la compañera de Noé, adulto mayor que aún con los problemas de salud que le aquejan y el desamparo de sus hijos, asiste religiosamente a la puerta de la iglesia a ‘probar’ a los fieles, de los cuales casi la mitad responden positivamente ayudándolo con treinta o cincuenta soles diarios.

“A veces vendo estampas de la Virgen María o de Cristo, la fe hacia ellos me mantiene parado” confiesa con los ojos lagrimosos y la voz nuevamente entrecortada. Sin duda, la vida es difícil, tal como lo fue la del mismo Noé, aquel de la arca de la Biblia.

Solidaridad a prueba
“La vida es dura para todos” señala Arturo, mirando hacia cualquier otro lado, menos a un punto fijo. “Es difícil porque hasta el más rico vive preocupado en no perder su fortuna”, dice sabiamente mientras agarra fuertemente su bastón; pareciera estar a la defensiva.

Desde las ocho de la mañana hasta pasadas las dos de la tarde Arturo camina por todo Chiclayo, es en horas del medio día cuando se para al lado de la Catedral recibiendo el apoyo de cuanta persona pase por su lado.

“La gente mayor nos ignora, pero los jóvenes son los que más me ayudan”, dice soltando una sonrisa por una milésima de segundo. A pesar de que los diez soles que recauda le alcanzan a la medida, Arturo no pierde las esperanzas que volverán aquellos días en los que recibe más.

Desde hace un mes su rutina es la misma, llega desde el Porvenir hasta el Parque Principal, luego continúa por la avenida San José, José Balta, Alfonso Ugarte, Alfredo Lapoint hasta llegar a la Catedral. Algunas veces su estancia por las calles le trae la benevolencia de las vendedoras de gelatina, quienes le regalan un vaso para “pasar el hambre” como él lo llama.

Otras veces son las vecinas las que le obsequian panes o postres para que traiga consigo en su jornada diaria; otras demostraciones de caridad la señalan las vendedoras de menús en el mercado Central, mujeres que al verlo caminar a paso lento le ofrecen, a cambio de nada, un plato de sopa.

“Sólo algunas veces me invitan, otras yo insisto en pagarles, ellas viven de lo que ganen por día, sería sinvergüenza de mi parte recibirles a diario”, dice con la voz dura y, nuevamente, el puño cerrado fuertemente alrededor de su viejo bastón.

Arturo tiene poco tiempo en las calles, según él las causas son personales, pero a medida que va contando su vida y rutinas, una pista se le escapa sin darse cuenta, su hijo lo abandonó en su casa del Porvenir sin siquiera preocuparse por su procreador, como muchos dirían la necesidad lo obliga y más cuando se trata de personas entradas en años (Arturo cumplirá ochenta y dos) que difícilmente son aceptados en trabajos dignos.

A pura voluntad
La avenida San José es una de las más transcurridas de Chiclayo, es por esto que la han señalado como suya -con documentos o no- decenas de comercios, vendedores ambulantes y mendigos. Especialmente estos últimos que dependen de cuánta gente transite por las calles.

Es aquí en donde encuentro a Luis, quien con un costal se tapa las piernas, según dice “por vergüenza” debido a que una enfermedad le afectó estas extremidades dejándolo casi paralítico.

A él, como a su tocayo de la avenida Balta, lo trasladan varios taxis, cuyos conductores no son sus amigos pero lo ayudan a ubicarse como si lo fueran. Pareciera que Luís no puede hablar, pero algunas palabras si las dice, tal vez se deba a la timidez pero con una palabra que diga basta para entender el contexto que trata de hacerme descifrar con la ayuda de señas o muecas.

A simple vista aparenta mayor de los treinta y uno que dice tener, debido al “cansancio” y evidente tensión con la que vive a diario. Luís gana treinta soles al día estando en el mismo lugar desde las seis de la mañana hasta las dos de la tarde.

Cuando se le pregunta si ha recibido algún tipo de desprecio, asiente con la cabeza y los ojos se marcan por el dolor que esto le produce. Debido al mismo problema del que padece, no ha podido encontrar un trabajo digno, considerando que aún es muy joven como para vivir apartado, sentado ocho horas en una fría vereda cuando otros de su misma edad gozan de un trabajo justo y hasta mejor remunerado.

Lamentablemente para Luís nuestra sociedad es así, y lo peor de todo es que las autoridades no buscan soluciones para evitar que las personas salgan a las calles convirtiéndose en mendigos de día y convivientes de la soledad de noche.

Y más triste aún, encontrarse con niños que por ayudar a sus padres o parientes hacen lo mismo que los adultos, piden dinero a cuanto transeúnte con “cara de bueno” pase por su lado.

Tal es el caso de Paty, una niña de apenas trece años que recién cursa el cuarto grado y a pesar de padecer de un problema en los pies, caminando con la ayuda de una muleta roída, cada mañana, desde las siete hasta las once, la calle María Izaga se convierte en su lugar “preferido”, al lado de una playa de estacionamiento espera la caridad de un alma sensible y solidaria y de paso de algún médico que la ayude con su problema del pie, producto de un accidente.

“No me parece bueno el estar aquí pidiendo dinero, pero en mi casa hay demasiada necesidad, y yo debo hacerlo”, trata de excusarse al preguntarle las causas de estancia en estas calles dueñas de la inseguridad. Paty pide limosna desde hace varios años, ganando veinte soles diarios que le sirven para sus estudios, pero para esto primero ha tenido que vencer el miedo, contando el hecho de que nunca está sola, pues sus hermanos menores, quienes venden dulces en las demás calles, siempre van a ver cómo está.

“Mis hermanos me cuidan, son menores, trabajan en las calles desde chiquitos y yo también tengo que hacerlo” se justifica con el rostro de niña-mujer. Su mirada es triste pero su corazón está “lleno de esperanza”, según dice muy segura de sí misma. “Sé que algún día las cosas cambiarán para mi, ahora sólo tengo que ayudar en mi casa, esperando la colaboración de los demás”.

Esto es lo que esperan las decenas de niños, adultos y ancianos que sobreviven gracias a la colaboración de aquellas personas que, movidas por el sentimiento, les aportan con un par de monedas.

Aunque muchas personas prefieran y aconsejen que es mejor apoyar a centros comunitarios u organizaciones no gubernamentales, depende de cada uno el ayudar o no a estas personas que por diferentes razones se ven obligados a tomar las calles y pedir centavos que los ayudarán a sobrevivir.

En las calles de Chiclayo, la gran mayoría son personas de edad que no tienen a alguien que los mantenga o ayude; otros padecen de algún mal e igualmente se encuentran solos en esta vida. El valor que debe primar entre los humanos es la solidaridad, no sintiéndose obligados a serlo, sino a demostrarlo de corazón, más de uno nos lo agradecerá.



((Jill Barón Rodríguez - Estudiante VIII ciclo Periodismo))
((Expresión Nº 517 - Chiclayo, del 1 al 7 de junio del 2007))

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