sábado, mayo 30, 2009

¿Quién sufre más?

YO [TAMBIÉN] SUFRÍ MÁS… ¿?


Foto: sky in colours


I.
Muchos pensamos que somos nosotros, en primera persona (yo), los que más sufrimos. Pase lo que pase, sea lo que sea: desde una decepción amorosa hasta la muerte de un familiar cercano. Esto que nos pasa, según el yo, es lo más decepcionante, desastroso y doloroso que puede pasar en la vida. Según el yo, somos los que más sufrimos o los que más lloramos.

¿Quién no ha dicho alguna vez: “yo sufrí más”? ¿Quién no ha repetido incansables –y hartantes- veces: “lo que me pasó fue lo peor”? Egoístamente repetimos, para nosotros y para todos, que como “yo” nadie ha llorado o como a “mí”, nadie ha lastimado.

Hay quienes compiten por el primer puesto en la categoría: El que más ha sufrido en la vida; comparan la pérdida de su padre con la pérdida de la madre de la vecina; comparan sus cuernos con los cuernos del vecino, comparan sus lágrimas con las lágrimas de la amiga, comparan su dolor con el dolor del amigo. O tratan de desmerecer el dolor ajeno diciendo “a mí me abandonó estando embarazada, a ti solo te abandonó con un hijo adolescente”.

Creo que todos los que sufrimos, lloramos y nos deprimimos, sea por lo que sea, estamos al mismo “nivel”. Las lágrimas no entienden de grados de dolor, brotan incontrolablemente de nuestros ojos sin un censor que les diga: ALTO, tu dolor es de nivel uno. Absurdo.

La susceptibilidad, por el contrario, sí tiene niveles. Habemos personas que somos menos susceptibles que otras. Y mientras unos dicen “No lo podré olvidar jamás” las otras decimos “Con el tiempo se me pasará”. Si lloramos, rompemos recuerdos o vilipendiamos contra el -o la- culpable, solo lo haremos una vez, los otros se lamentarán por meses su “desdicha” y “desgracia”.

II.
Con esto no quiero decir que aquellos pobres niños de la India o de África (y de todas aquellas sociedades hambrientas y explotadas) sufran poco o que su dolor y miseria pueda ser comparado con la sacada de vuelta de un sinvergüenza. Ese dolor físico y psicológico que sufren los pueblos olvidados por las grandes y pequeñas potencias obviamente no se puede comparar ni subestimar. Sería mezquina si aplico mi anterior teoría en estos casos.

Ese dolor sí tiene un nivel, ese sufrimiento se expande hasta su cuerpo, su mente y deja individuos marcados, inestables emocionalmente. Una pérdida fraternal o una decepción amorosa no se pueden comparar con toda una vida en decadencia. Ellos sí sufren más. Yo cada vez que empiezo a quejarme de mis “desdichas” o lamentarme de mis malas decisiones los recuerdo y callo-aguanto.

III.
Hace poco, despolvando en mi caja musical del disco D: de mi PC, redescubrí una canción que al tocarla produjo un alud de recuerdos. Lo curioso es que no solo pensé en mi, otrora, dolor, sino también, en los de una segunda persona.
¿Quién no tiene un amigo con el que coincide en historias? ¿O un hermano o primo que al contarte lo que LE pasó te hace recordar lo que TE pasó. Esa persona que al decirte lo mucho que le duele el rechazo, abandono, desprecio o mentira de un tercero, activa un dispositivo imaginario de reward en tu mente, trayendo a tu presente imágenes y sonidos de tu pasado.

En estos casos ninguna de las dos puede decir “Nadie entiende lo que siento” o “Como yo, nadie ha sufrido” (ya hasta parece una frase de canción a lo como yo, nadie te ha amado) porque al compartir una misma experiencia, que casi parece cortada con el mismo molde y tijeras, el sentimiento post hechos será el mismo. Si alguna de las dos personas negamos haberla pasado mal, mentimos. Salvo que, alguna, tenga el corazón de piedra.

IV.
Para demostrar que no hay niveles de dolor y que en muchos casos los amigos compartimos -lo que llamo- “capítulos mal escritos” están las canciones que en esos momentos hacemos nuestras. Letras que al parecer fueron escritas solo para nosotros (io), millones de nosotros (noi). Al pensarlo más de una vez, nos damos cuenta que fueron escritas porque el dolor de un corazón roto es el mismo que el de uno estrujado y el “yo sufrí más” no existe. Lo que te pasó también me pasó, a mí o a decenas más.

Yo sé que a tus amigos vas diciendo que ya no te importa más de mí.
Que el tiempo al lado mío es un capitulo concluido sin final feliz.

Hay de aquellos desvergonzados (como diría mi mamá) e ingratos que olvidan, de la noche a la mañana, que tú estuviste en sus vidas. Deberían pasar la receta, aunque debo adivinarla: un kilo de desfachatez, medio kilo de ingratitud y otro medio de desconsideración. O bien juraron amarte por el resto de su vida o bien fingieron ofrecerte su amistad sincera. Hoy, meses o años después, si te veo no me acuerdo y lo que es peor, rajan de tu actitud -o de toda tú- con quien les pregunte qué fue de tu vida.

Yo sé que esa mujer, a quien le das lo que jamás quisiste darme a mí,
se atreve a comentar que yo no tengo dignidad, que me tiene piedad.


Y aunque nos cueste aceptarlo, estos pinochos se entregan, de nuevo, a otras personas; no podemos asegurar que también les mientan, tal vez sí, tal vez no. Quizás, algún día, se enamoren en serio y se entreguen en serio; quizá mañana otorguen una amistad sincera a otra persona, sin mentiras ni patrañas. Lo que sí es seguro es que con nosotros no sucedió así.

Tal vez yo deba resignarme y no llamarte más;
Tal vez yo deba respetarme y no rogarte más;
Tal vez deba dejar, con toda dignidad, que vivan su romance en paz.

No sé quien de los dos es el que está perdiendo más
No sé si te das cuenta con la estupida que estás
Yo sé que no podrá, quererte como yo, así no te amará jamás…

Y regresamos al principio…
¿Cuán seguros estamos de que “como yo, nadie te ha amado ni te amará” o que “Como yo, nadie ha sufrido ni sufrirá”?

En lo que respecta a mí, mis sentimientos NO tienen un censor. Sufro, lloro, amo y entrego sin fijarme en cómo lo han hecho, o lo hacen, los demás.
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Para quien quiera oír a la gran Amanda Miguel en su despechado tema "Así no te amarán jamás"
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