miércoles, abril 02, 2008

BIG GIRLS DON'T CRY

Y lloro... por 'gusto'



Big girls don’t cry... canta una famosa y exuberante mujer. Soy “big”, soy “girl” y SÍ, lloro, y mucho, derramo decenas de centímetros cúbicos de sustancia salina en cualquier lugar, en cualquier momento, a cualquier hora y delante de cualquier persona.

Nunca me he cohibido al llorar, he llorado delante de mis padres cuando era apenas una cría o delante de mi abuela cuando la despedía y de paso en medio de centenares de personas que pueden abarrotar un aeropuerto. He llorado delante de mis tías –maternas- cuando me he caído o delante de mis primos –maternos- cuando ellos han caído. He llorado con mis hermanos cuando me han lastimado o cuando he sido yo la que los ha herido.

He llorado con y delante de amigos al sufrir distancias, separaciones o melancolías. He llorado delante de centenares de doctores, enfermeras, técnicos, paramédicos y hasta bomberos. He llorado delante de todos los presentes en los velorios (sea mi familia o la de alguien cercano a mí). He llorado en frente de 37 personitas que me otorgaron –sin ellas saberlo- el mejor regalo en medio de una clase, tal vez algún día les cuente a ustedes de qué se trata y a ellas recordarles qué fue.

Cuando tenía ocho años era costumbre escuchar de boca de mi madre “no llores tanto que las lágrimas se te acabarán” mientras me arrullaba en sus brazos acompañándome en el llanto. Fue en ese tiempo –y hasta que tuve 15- que el llorar se volvió una adicción, una cotidianidad, algo tan habitual que no podía parar. Aunque en ese entonces lloraba de dolor, de verdadero e inaguantable dolor físico. Otra historia que tal vez algún día me anime a plasmar en papel.

He llorado de noche y de día, despierta y en sueños, consciente e inconsciente, por tristeza y por dolor. Y también he llorado por ellos… por lo que yo creía “amor”. Siendo éstas las únicas ocasiones en las que nadie me ha visto... he llorado en mi soledad.

Hoy, algo que verdaderamente me descontrola es cuando me siento enojada, decepcionada o simplemente impotente y las lágrimas bañan mis abultadas mejillas. Me repito una y otra vez: No llores, resiste, no llores. Pero la voz se me quiebra y algún lagrimeo me traiciona. Atribuyéndole a alguna basurita el evidente estado ‘lacrimógeno’ de mis ojos. También me desespero cuando las lágrimas amenazan mis pupilas, el corazón se me estruja e ignoro la razón.

Los psicólogos dicen que llorar es bueno, que desfogar la cólera, culpa, tristeza, impotencia, decepción, y demás sensaciones a través de las lágrimas es la mejor terapia. Yo, la llorona número tres de mi familia –la uno es mi abuela, la dos mi madre-, rompió con ésta terapia que por años me acompañó. El 11 de diciembre pasará al recuerdo como el día que no lloré siendo el momento en el que más debí hacerlo. En algún nuevo post relataré la situación de tensión, temor y responsabilidad en la que debí llorar “como Magdalena” pero me contuve “como un muerto”.

Cada vez que escucho la ya saturada “Big girl don’t cry” me río… me río de mí, de todas las lágrimas que derramé en los veintidós años de vida y por todas las lágrimas que derramaré en los que me restan. Me río por haberme quedado dormida llorando alguna vez –o veces-, me río de las situaciones tan fofas en las que lloriqueé, de los momentos tensos y llenos de dolor en los que gimoteé y de las personas, acertadas o no, por las que derramé 1000 centímetros cúbicos de saladas lágrimas. Y continuaré llorando y continuaré riéndome por eso. Aunque todos lo vean o aunque nadie lo sepa.

“Dejando de lado los motivos, atengámonos a la manera correcta de llorar, entendiendo por esto un llanto que no ingrese en el escándalo, ni que insulte a la sonrisa con su paralela y torpe semejanza. El llanto medio u ordinario consiste en una contracción general del rostro y un sonido espasmódico acompañado de lágrimas y mocos, estos últimos al final, pues el llanto se acaba en el momento en que uno se suena enérgicamente.

Para llorar, dirija la imaginación hacia usted mismo, y si esto le resulta imposible por haber contraído el hábito de creer en el mundo exterior, piense en un pato cubierto de hormigas o en esos golfos del estrecho de Magallanes en los que no entra nadie, nunca.

Llegado el llanto, se tapará con decoro el rostro usando ambas manos con la palma hacia adentro. Los niños llorarán con la manga del saco contra la cara, y de preferencia en un rincón del cuarto. Duración media del llanto, tres minutos. Julio Cortazar”


Y si soñar no hace mal ni cuesta nada. Pues llorar tampoco.
A seguir llorando se ha dicho... Seamos hombres, mujeres o ambas cosas a la vez. ¿O es que aún quedan tabúes?