viernes, diciembre 24, 2010

Trozos de Navidad

21 de diciembre…
Pasemos pues a Belén…
Lucas 2:15

Cuando recordamos el alto significado que ha recibido la vida humana y la clara luz que ha fluido desde el pesebre de Belén no nos extraña que la humanidad haya comenzado a contar la historia desde el día del nacimiento de Jesús, y a fechar los acontecimientos por los años transcurridos antes o después de su nacimiento. Aún los siglos obedecen al Señor y establecen sus órbitas alrededor de su cuna y fechan sus calendarios desde su nacimiento. ►


22 de diciembre…
Os ha nacido en la ciudad de David un Salvador que es Cristo el Señor.
Lucas 2: 11

¿Era solamente hijo de José y María aquel que cruzó los horizontes del mundo hace [más de] 2000 años? ¿Era sangre humana solamente la que se derramó sobre el Calvario para redención de los pecadores, y que han obrado tantas maravillas en los hombres y en las naciones a través de los siglos? ♣


23 de diciembre…
¿Dónde está el rey de los judíos que ha nacido?
Mateo 2:2

Los incrédulos dicen que la antigua historia de los magos, la estrella y los pastores carece de sentido común. ¿Cómo podían tres sabios escoger una estrella del cielo lleno de innumerables estrellas, y seguir su resplandor hasta la pequeña aldea de Palestina? ¿Tiene sentido que una virgen diera a luz un hijo? ¿Tiene sentido, pregunta el creyente, que los pastores encontraran al Rey de Reyes en un establo, en Belén? Tal vez no tenga sentido, pero es lo que ocurrió, porque Cristo el Rey de Reyes nació en aquel establo. A Herodes, tan importante entonces, solo se le recuerda porque quiso matar al bebé. Deja que tu mente recorra los treinta años de su vida terrenal, hasta la escena final sobre el Gólgota. Allí muere clavado a una dura cruz. Eso dijo el sentido común, y los que estaban al pie de la cruz se fueron a la ciudad a beber y divertirse. Una vez más el Señor Sentido Común estaba en un error. ¡Él no estaba acabado! ¡Solo había comenzado!
Es humillante descubrir que nuestro sentido común se equivoca tanto y en asuntos tan importantes. Pero es un descubrimiento saludable, porque cuando enfrentamos la realidad de que Dios nos hizo con limitaciones en nuestros sentidos, nos damos cuenta que necesitamos su consejo, y su estrella para llegar a la verdad. ♪


24 de diciembre
Había pastores en la misma región que velaban y guardaban las vigilias de la noche sobre su rebaño.
Lucas 2:8
Yo soy el Buen Pastor; el Buen Pastor su vida da por las ovejas.
Juan 10:11

Era la víspera de Navidad de 1875. Ira Sankey viajaba en un barco por el río Delaware. Era una noche calmada y estrellada. Había muchos pasajeros reunidos en la cubierta. Le pidieron a Sankey que cantara. Estaba de pie reclinado contra una de las grandes chimeneas del barco. Allí levantó los ojos al cielo en silenciosa oración. Tenía intenciones de cantar algo referente a la Navidad, pero casi contra su voluntad cantó “Nada puede ya faltarme”. Hubo una profunda quietud. Las palabras y la melodía fluían del alma del cantor y flotaban sobre la cubierta y el río. No hubo corazón que no se conmoviera. Cuando hubo terminado de cantar, se acercó a Sankey un hombre de rostro tosco y apariencia ruda y le dijo:
- ¿Estuvo usted en el ejército de la Unión alguna vez?
-Si –contestó Sankey-, en la primavera de 1860.
-¿Recuerda si estuvo de guardia una clara noche de luna, en 1862?
-Si –contestó Sankey completamente sorprendido.
-Yo también –dijo el desconocido-, pero yo estaba en el ejército confederado. Cuando lo vi de pie en su puesto, me dije: “Ese individuo no saldrá vivo de aquí. Levanté el arma, tomé puntería. Yo estaba parado en las sombras, completamente oculto, mientras que usted estaba bajo la claridad de la luna. En ese instante, en el momento preciso, levantó los ojos al cielo y comenzó a cantar. La música, especialmente el canto, ha ejercido siempre un maravilloso poder sobre mí. Saqué el dedo del gatillo. Dejaré que termine de cantar –me dije-. Cuando termine, le mato. Ya es mi víctima y esta bala no va a errar. La canción que cantó en aquella oportunidad es la misma que cantó ahora. Oí perfectamente las palabras:

“Me dará consuelo y vida,
Y ante los que me persiguen
Mesa me pondrá servida.”

“Cuando usted hubo terminado de cantar, me fue imposible volver a apuntarle. Pensé: “El Dios que pudo salvar a este hombre de cierta muerte, debe ser grande y poderoso”. Mi brazo, por su propia cuenta, se quedó caído a mi costado. Desde entonces he vagado de un lado a otro, pero cuando le vi parado cantando tal como en la otra ocasión, le reconocí. En aquella oportunidad mi alma quedó herida por su canción. Ahora le pido que me ayude a curarla. Profundamente conmovido, Sankey abrazó al hombre que durante la guerra había sido su enemigo. Aquella noche el desconocido halló en el Buen Pastor a un Salvador”. ☺


25 de diciembre
Y dio a luz a su hijo primogénito, y lo envolvió en pañales, y lo acostó en un pesebre.
Lucas 2: 7

Allí está María, la madre. También está José, el esposo de María. Y allí está el niño también (…) Allí todos podemos llegar suplicando (…) A allí podemos llevar nuestro gozo y nuestros pesares. Nuestro gozo será bendecido y nuestro pesar será aligerado. Allí podemos recibir fortaleza para los días venideros, luz para los días venideros. Y la luz que resplandece desde el humilde pesebre tiene fuerzas suficientes para iluminarnos hasta el fin de nuestros días. Entonces, allá vamos jóvenes y viejos, ricos y pobres, poderosos y esclavos, a adorarle en la hermosura de la sencillez divina, maravillados de su sencillo amor. Esta es la maravilla de la Navidad. Ha nacido para ti, corazón cansado y agobiado; para ti que caminas con pies cansados y tienes las manos temblorosas partidas (…) Sí, para ti ha nacido Jesús este día, si mansamente le das lugar y le suplicas que se quede contigo (…) Él reclinará la cabeza sobre tu corazón y derramará en ti su verdadero amor (…) Para ti brilla hoy la estrella de Belén con alegre resplandor. Para ti, aunque poca sea tu fuerza y débil la alabanza, para ti, que tiemblas, vino tu Señor y Rey. Para ti, en esta Navidad, los ángeles cantan nuevamente su canción. ♥




Referencia:
► Manantiales en el Desierto 2.
♣ Manantiales en el Desierto 2, Keith Brooks.
♪ Manantiales en el Desierto 2, Harriet Thatcher.
☺ Manantiales en el Desierto 2.
♥ Manantiales en el Desierto 2, Carrie Judd Montgomery.


Nota: Cada párrafo aquí escrito fue copiado del referido Manantiales en el Desierto 2 sin ningún ánimo lucrativo, sino el de compartir.
♥♥

jueves, diciembre 16, 2010

Es brillar εϊз

Ya pienso subirle el volumen
A todos los sueños que hay en mí… ♪

Me sueño soñadora
Me sueño escritora de almas y realidades
Me sueño inventora de la pastilla antidolor
Me sueño creadora de un arco iris multicolor
Me sueño iniciadora de una colecta de corazones
Me sueño compositora de la más larga canción
Me sueño productora de una mágica ficción
Me sueño lectora de un millón de letras con sentido
Me sueño merecedora de un amor loco y puro
Me sueño descubridora de una estrella fugaz
Me sueño procreadora de un par de mellizos
Me sueño directora de un mundo posible
Me sueño impulsadora de otra historia de amor
Me sueño amante de una vida con propósito


Lo que yo quiero es brillar ♪

Brillaré, porque ya te encontré
Ya no me esperaré
Quiero darte mi todo
Brillaré, porque vives en mí
y quiero estar así
entregando mi vida ♪


Rojo - Brillaré


miércoles, noviembre 17, 2010

LA DULCE ESPERA que espero


Estás aquí sintiéndome
Estoy aquí sintiéndote
Mi cuerpo se hizo cofre para ti
Formando un nido entre mi piel ♪


Quiero tener dos bebés:
Uno que conciba con amor, deseo y esperanza
Al que Dios teja en mi panza
Al que esperaré cargándolo dentro de mí por 40 semanas
Y por el que no me importarán las náuseas matutinas,
Ni los mareos, ni los antojos, ni las sensiblerías
Ni tomar una y diez vitaminas,
Ni ir al médico dos veces al mes
Por el que no me importará subir de peso,
Ni que su peso canse mi andar
Ni el dolor que se siente al traerlo al mundo
Solo me importará que en este mundo no sufra dolor
Solo espero que se parezca más al papá
Es justo considerando que él también lo amará
Y que no podrá sentirlo creciendo en su ser

Tendrás los ojos que una vez
Supe tener buscándote
De tanto amarte te encontré
Y ahora te quiero retener ♪

…Y otro al que mi corazón elija
Un pedazo de cielo caído entre mis brazos
Un angelito que yo podré amar como mío
Y por el que no me importarán las razas o distinciones
Ni que sea blanco, amarillo, negro, verde o morado
Ni qué carga genética pueda tener
Ni si cuando crezca añorará algo más
Por el que no me importará esperar semanas o meses
Ni si acostumbrarnos el uno al otro nos cueste más
Ni contarle nuestra historia
Solo cuando sea capaz de entender que en mi corazón fue concebido
Solo espero que se convierta en un hombre de bien
Tal como imagino que será su papá
Desde ya le pido a Dios envíe al mejor papá

Pero lo que no podrá negarme este hombre
Es la primera palabra para elegir los nombres
Es justo considerando que mi vientre será un cofre
Y que mi corazón anidará dos almas
O tres, solo Dios sabe cuántos llegarán
Hoy solo soñé con dos

Y te esperé contando al mes
Será en abril, antes tal vez ♪


Y cuando lleguen [por fin a mis brazos],
No me importará que lloren mucho, así tenga yo que dormir tan solo tres horas… empecé a practicar de joven, cuando estudiaba hasta el amanecer y mi batería duraba hasta el siguiente atardecer.
Ni el tener que cambiar sus pañales, aquella “pestecita” pasará con aguantar la respiración y no será algo que haga sola. Claro que no. Atento papá.
No me importará velar sus sueños cuando estén enfermos. Sufriré con verlos y oírlos llorar y no saber porqué, tal vez me ponga nerviosa y termine llorando junto con ellos, tal vez me angustie y llame a la abuela, tal vez mande bien lejos al nervioso padre.
Ni cantarles canciones de cuna para que sus pequeños luceros bajen el telón y empiecen los sueños de colores. Yo cantaré y ellos soñarán. Con gallinas turulecas, cochinitos que van a la cama o con pulgarcito de invitado en un avión.
No me importará prepararles papillas saludables y pelear porque las reciban, siempre habrá un auto, avión, bus o tren por llegar.
Ni compartir mis abultados senos rebosantes de ese alimento mágico con ellos, serán suyos así los quieran cada tres, cuatro, cinco minutos y aunque los mordisqueen. Solo diré “Au”. No se asusten.
No me importará bañarlos en aguas calientes, con espuma de colores, patitos flotantes y burbujas distractoras y tener que limpiar el charco después.
Ni tampoco comprarles los trajes más lindos, tiernos y coquetos que un pequeño amado puede lucir dichoso entre los brazos de mamá.
No me importará tener que esperar porque me llamen “mamá”, dicen que es hermoso escucharlo de ese pedacito tuyo pero eso también significará que están creciendo y yo los quiero chiquitines por largo rato.
Ni cargarlos cada vez que lloren, serán pocos años los que disfrutaré de ese placer como para dejarlos en su pequeña cuna llorando hasta ahogarse. Incluso los cargaré cuando, simplemente, me provoque.
Y cuando digan que llegó la hora, no me volveré loca porque aprendan a caminar, tenerlos entre mis brazos siempre será mi mayor placer. Lo hará en su tiempo y mi mano estará ahí, apretada por la suya, solo hasta que el temor a soltarla desaparezca de él.
Menos me preocupará aportar a la fábrica de pañales hasta que sean capaces de encontrar su bacinica, hacerla su amiga y visitarla antes de dormir y después de levantarse.

Y cuando crezcan [duele que así sea],
Les prepararé las más ricas comidas, verduras transformadas en animalitos, frutas picadas en trocitos, y galletas en forma de corazones.
Los dejaré jugar hasta que se les hinche el alma de gozo, con carros, muñecas, soldados, tacitas, patines, bicicletas, a la guerra o al té. Solos o entre ellos, juntos, mi Ken y mi Barbie, si así lo quieren.
Los llevaré a pasear hasta que se nos hinchen los pies, ahí estarán el parque, el acuario, el fast food, la piscina de pelotas, el cine, el circo, la feria, el malecón, la playa, el río, la piscina, el país entero, la abuelita, el abuelito… nunca sobrarán lugares, ni personas.
Les compraré los juguetes que deseen pero nunca exagerando, los caprichos y frivolidades no entran en mi definición de “lo que quieras”, así mi cuenta corriente sea bastante amplia.
Los matricularé en el mejor colegio, lo que no quiere decir “el colegio más caro”, aprenderán a tener lo mejor por encima de lo más caro y aprenderán a no siempre pedir lo más costoso.
Les prepararé antojitos para la lonchera o el almuerzo, al fin y al cabo, tendrán una mamá que los engría como niños solo por unos cuantos años.
Les enseñaré que lo bueno es tratar bien a los otros niños, jugar compartiendo, y no presumiendo sobre lo que tienen; y que hacerlos llorar, agredirlos o insultarlos, e inventando lo que no tienen es lo malo.
Les ayudaré a hacer las tareas todas las tardes, a leer y escribir, a recortar láminas, a resolver multiplicaciones y, si me acuerdo, a terminar las fracciones.
Les pondré horarios para ver la tele, alguna película o usar internet, no quiero niños viciosos a ningún producto, artefacto o sustancia.
Los acompañaré, cada vez que pueda, en sus tardes televisivas, despanzurrada a su lado, en el piso o en el sofá, comiendo canchita y tomando gelatina todos juntos.
Les contaré un cuento antes de dormir hasta el día en que dejen de pedírmelo y les compraré libros, acordes a su edad, hasta el día en que ellos empiecen a hacerlo solos.
Les dejaré la lámpara prendida así tengan “edad suficiente” para perder el miedo a la oscuridad, si su mamá hasta hoy, a veces, le teme a lo mismo, unos cuantos watts de más en el recibo no me harán pobre.
Los trataré con amor y paciencia aun cuando me saquen de mis casillas, nunca los insultaré ni los menospreciaré por no entender algo.
Los llevaré a la Iglesia donde pintarán historias o harán una que otra manualidad, sabrán que Dios los creó, me eligió, me los envió y les ama más que yo, y les contaré historias de cómo David venció a Goliat antes de irse a la cama.
Y al releer mi lista de promesas me doy cuenta que seré igual que mi mamá, llena de amor, paciencia, tolerancia y dedicación. Y no me asusta ver en lo que me iré a convertir. No seré perfecta pero me acercaré bastante a su felicidad.
Y nunca me quejaré por nada referente a su bienestar, ni así me cueste más de lo imaginado.
Y siempre haré más de lo que ahora pienso que no me importará hacer…
Y los llamaré Giacomo, Loruhana, Giordana, Bastiaan o Benjamín
Hasta el día en que ellos me digan “descansa en paz, mamá”

Y toda la nostalgia quedará
Envuelta en tu mirada… angelical ♪


¿Será que ahora que voy a cumplir dos décadas y media de vida me aflora ese lado maternal que hace veinte años salía cada vez que cargaba a mis muñecas y me alucinaba su perfecta y dedicada madre? Ya no juego más con muñecas. Ahora quiero un cachetón (o cachetona) que me babee de verdad.





Referencias:
Brisa –Verano del 98




lunes, octubre 04, 2010

ODISEA en Piura

Votar es obligatorio. Es obligatorio porque si fuera voluntario solo el 40% de la población en edad electoral acudiría a las urnas. Lo que no significaría el sentir popular de toda la población. Y no acudirían todos porque salir de tu casa, con cientos de miles de personas transportándose a los colegios asignados para sufragar, es un caos. Un caos lleno de tierra, sol, calor, bochorno, cansancio, colas, tarifas altas, policías renegones, y personal asignado por el Jurado Nacional de Elecciones (JNE) aún más renegones.

Siendo obligatorio el voto, yo tengo que ir a votar me guste o no me guste, pueda o no pueda, quiera o no quiera. Pero si el voto fuera voluntario yo iría a votar solo si alguno de los candidatos me llamaría poderosamente la atención. Solo si alguno de los candidatos fuera digno de mi fe, de mi apoyo a través de un voto de confianza. Lo que significa que, si retrocedemos el tiempo, no hubiera votado en las elecciones presidenciales del 2006, y mucho menos en la segunda vuelta. Perdón Alan García pero, a pesar de elegir tu estrella frente a la olla en aquella segunda vuelta, nunca hubiera querido verme obligada a elegir por dos opciones que NO ME AGRADABAN. Me vi en la misma situación de mal habida presión como cuando mi mamá me obligaba a elegir entre el iro de zapallo y la coliflor en salsa blanca. ¡Ninguno me gusta, pues!

En el mismo supuesto de que el voto voluntario fuese legal, este último 3 de octubre sí hubiera acudido gustosa a las urnas en estas elecciones regionales y municipales a votar por mi favorito: ese Javier con cara de buena gente, trato humilde, y fe en lo que cree. Hubiera acudido voluntariamente a pesar de todo lo que significó votar por primera vez en Piura, una ciudad donde soy forastera y en la que físicamente apenas conozco sus calles principales, su plaza de armas, su mini centro comercial, y su mercado (oh sí, su horrible mercado). Aunque de idiosincrasias tengo suficiente.

Los cinco electores de mi familia, cuatro sin contar a mi papá que andaba de corresponsal de playa en playa (qué rica y ocupada su rutina), sabíamos en qué colegios votar, en qué número de mesa, por quién votar, cómo marcar, cómo ensuciarnos el dedo medio de la mano derecha (ese que los gringos usan como insulto) en una tinta que aún no sé para qué diantres sirve, y cómo limpiarnos luego ese violeta “manchatodo”. Lo que no sabíamos era cómo rayos llegar a esos centros educativos que sumisamente fungen de centro de votaciones. Esperamos hasta las 14:30 de la tarde a un chofer que nunca llegaría a recogernos. Una espera inútil, confiando y repitiendo el “ya llegará, diez minutos más” pasó el tiempo y avanzaba el hambre (por nuestras panzas sin almuerzo). Pasadas las dos, solo la temida multa por no votar multiplicada por nosotros cuatro nos obligó a salir de casa. Esperamos a que pasara un taxi, moto, mototaxi, vecino en carro dispuesto a llevarnos amablemente o alguna ayuda divina por el estilo.

Y claro que el Divino nos ayudó, llegaron dos mototaxis al mismo tiempo. Mis dos hermanos primerizos en estos menesteres, a quienes les tocó votar en el mismo lugar, subieron presurosos a la primera con rumbo a un colegio que solo conocían por el nombre y una referencia de cómo llegar. Mi mami y la que aquí se queja nos apretujamos en la otra “motito” rumbo al colegio más alejado (el de mi progenitora), el que según las referencias se encontraba detrás de una iglesia, la que encontramos casi fácilmente pero que no tenía ningún “Lucía Echeandía” por ningún lado. Gracias a las referencias de dos amables policías (me retracto, los policías no estaban tan renegones como la gente del JNE) encontramos al Lucía, pero eso después de ¡25 minutos de vuelta y vuelta buscándolo! Adentro no había mucha gente, ni mucho caos, ni mucho menos cola alguna. La angustia para ambas era otra. Sabíamos que en otro lado de la ciudad, los dos primerizos hermanos míos aún no hallaban su famoso “Ann Goulden”, colegio que nadie conocía para colmo de su mala suerte.

El Nuestra Señora de Fátima fue asignado para que esta inconforme periodista sufrague. Ese es bien conocido por todo piurano, el amable mototaxista no encontró ningún problema en ubicarlo. Busqué mi mesa de sufragio en un plano que me mareó con tanto numerote, línea y numerito. Hice mi fila acompañada de mi mamá, esa fiel amiga que siempre va conmigo a los lugares menos deseados. Mientras esperábamos que mis desgraciados (porque es una desgracia serlo) miembros de mesa terminen de almorzar, y aquí me pregunto: si son casi las cuatro de la tarde, hora en que se cierran los recintos y casi al mismo tiempo la mesa de sufragio, ¿para qué rayos hacen esperar a la gente acelerada y ocupada como yo?, En fin… decía que, mientras ellos terminaban presurosos su arroz con pato y mientras mi estómago rugía de hambre, los votantes esperábamos pacientemente (porque no queda de otra) conversando unos con otros. Y ahí apareció la renegona, una de las muchas supervisoras del JNE enchalecada de rojo y redondita como una fresita, a, según ella, fomentar el orden. Pero yo no veía desorden alguno. Mi educada madre solo escuchó su acelerada y melodramática queja sobre que ninguna persona que no vote en aquel colegio debería, ni siquiera, de entrar. Todo esto dirigido, por supuesto, a mi mamá. “Pero bueno, señora fresa -le dije- mi mamá puede y TIENE que quedarse a mi lado porque yo soy medio agorafóbica, no puedo quedarme tranquila rodeada (y rozada) de tanta gente, de tantas caras desconocidas, de tanto olor nauseabundo. No disfruto de conciertos, de mítines, de kermeses, de nada que signifique gente amontonada, empujándome, mirándome, quitándome el aire. Así que ella se QUEDA porque si no… si no… ¡porque si no LLORO!”

Al final me salí con la mía porque mi mamá se quedó conmigo, dando vueltas mientras yo esperaba a que sea mi turno, estaba a tres de llegar pero demoraba como si fueran treinta. Llegado mi turno no pude leer toda la plantilla como quise hacerlo, pero me di mi tiempo para doblar y sellar cada uno de esos tres poderosos papelitos, me di mi tiempo para firmar como corresponde, para poner (yo solita) mi huella dactilar, y para sumergir, hasta donde me dé la gana, mi regordete dedo medio. Tanto se invierte, espera, se pelea, se trabaja. Tanto dinero y tanta campaña limpia, sucia y de desagüe. Tantos dimes y diretes para que todo acabe tan rápido.

Y porque mi madrecita no está en paz si no sabe dónde, cómo o con quién están sus hijos y porque estos, mientras yo esperaba mi turno para votar, le dijeron a mi mamá que estaban haciendo una cola de tres cuadras fuera de su colegio mientras el reloj marcaba las 15:40 horas (a quince minutos de todo acabar) es que salimos casi corriendo a socorrer a sus ‘pichonos’. También nos perdimos buscando el no tan famoso Ann Goulden (tarde nos enteramos que es más conocido como El Complejo) y a estas alturas, luego de tantas vueltas como trompo y más perdidas que cuy en tómbola, mi mal genio empezaba a aflorar por cada poro de mi lozana piel. Pero lo encontramos, yo con muchas ganas de mandar a la Muy lejos a la gente, con ganas de golpear a una vieja chinchosa que me mandó a hacer cola cuando yo preguntaba al policía de la puerta en dónde estaba la salida, con mucha tierra entre los dedos (solo a mí se me ocurre ir con sandalias sabiendo que todo Piura es una gran ciudad desierto en construcción) y con muchas más ganas de mudarme a una potencia (semi potencia también puede ser) mundial. Pero también salí, he de admitir, con mucha satisfacción de haberle dado un voto más a varios cuadraditos que marqué con meticulosidad.

Marchamos de regreso a casa, los cuatro cansados y mareados votantes, a esperar dos cosas: 1. Que papá se reporte sano y salvo mientras cumple con su deber de hombre responsable, y 2. Por los primeros resultados: boca de urna, conteo rápido, me vale el que sea, pero que toditos, por favor, me alegren el día. Porque si no… si no…
¡porque si no lloro!

lunes, setiembre 20, 2010

Mi Mercado ¿Modelo?



Tenía que ser un hombre…

Tú eres mi mamita rica y apretadita. Mamita, mamita, rica y apretadita. ♪

Lleno de mamitas ricas y apretaditas
Lleno de ambulantes y hombres que deambulan
Lleno de papitos ricos y apretaditos
Lleno de cocineras populares y no tan populares
Lleno de niños que merecen algo mejor que cargar paquetes ajenos
Lleno de bebés en coches o arropados debajo de los esmaltes
La madre, la tía, la hija, la madrina y hasta la nieta
Camotes por acá, zapatos por allá
Pescados por allá, juguetes por acá
Bazar, telas, abarrotes, comida fresca y recién hecha
De todo, para usted piuranito* bonito


Así lucía el Mercado Modelo cuando fue inaugurado en 1957. Lugares para estacionarse, entradas amplias y veredas anchas para la descarga de mercadería y el tránsito de usuarios. (Imagen: Archivo fotográfico Udep/El Tiempo)



No es un mercado de pulgas. Es el mercado principal de Piura, la capital de la región del mismo nombre (algo así como Tallahassee es para Florida). La que no es una ciudad pobre. Es una con dinero. Con prósperos empresarios y disque preocupados politiqueros. Pero sí es una pobre ciudad. Olvidada en el tiempo, en su desorden y mediocridad. No es un mercado de frontera o de caserío. Es el Mercado Modelo de Piura, que no es modelo de buena organización ni mucho menos de un mercado soñado. No es ningún modelo de mercado digno de copiar. Pero sí es el mercado que refleja el modelo de ciudadano promedio (así les duela): desordenado, sucio, irrespetuoso, desorganizado, atolondrado. Si ayer me quejaba de su símil chiclayano*hoy prometo no volver a quejarme de ninguno –nadie, nada- nunca más. Y, amando mis contradicciones, prometo nunca más decir que prometo decir nunca más. ¿Capici?

Llegar es tan fácil, todos quienes vivimos aquí sabemos cómo hacerlo: taxis, mototaxis, colectivos, combis, camiones, peatones y hasta yo, la más despistada de las nuevas inquilinas de esta ciudad del eterno sol. Pero no todos conocen sus desordenados pasadizos, ni su aparente organización en sectores alfabéticamente incorrectos, ni la correcta ubicación de la tienda de telas, ni mucho menos la más cercana salida de emergencia, si es que la hay.

Si llegar es fácil, perderse lo es aún más. Si pretendes orientarte gracias a las tiendas que vas viendo, cometes un grave error. Al doblar a la derecha verás un par de tiendas de zapatos, dos de cosméticos y tres de botones. Al doblar a la izquierda verás tres ferreterías, dos locales de útiles escolares, dos más de zapatos y uno al estilo veterinaria. Al frente dos de zapatos, tres cosméticos y uno de telas… y así seguirás encontrando nuevos puntos de “referencia” en un completo desorden. Mezclados están los camotes con los zapatos. El pescado con los juguetes. La comida con la música… y la lista continúa.

Y en ese caos estaba yo, damisela en apuros en busca de su delineador retráctil color negro marca Avon (págame el cherry, Avon). Y no es que yo disfrute visitando este laberinto comercial. No. Yo compro delineadores de dos en dos –si es posible– en la pequeña y surtida tienda de mi casero♀ en pleno centro de la ciudad. Pero no, a este respetable cooperador de la belleza femenina se le ocurrió devolver el local central y mudarse a su otrora sucursal (la del mercado) mientras termina de construir su “nuevo e innovador local” según palabras suyas de él. “¿Un spa?” le pregunto yo. “Ya verá, ya verá” me responde él.

Y, como decía, ahí estaba yo, absorbida por ese desorden descomunal, esa gente apurada dispuesta a atropellarte con sus cajas, esas vendedoras antipáticas intentando jalarte hacia su puesto tras un común y enervante “¿Qué buscas, casera?”, “Pasa casera, ¿qué buscas?”, “Algún modelito, ¿qué buscas?”. Y aquí un paréntesis: Si alguien alguna vez busca algo PREGUNTARÁ, señoritas. Se acercará a ustedes y les dirá lo que busca. Y qué ganas de pegarles tendrán cuando ustedes respondan “Ah no, no tenemos”. Y quien no se acerque a ustedes así le pregunten a gritos es porque no busca, es porque sabe a dónde ir para encontrarlo, es porque deambula por ese pasillo, es porque busca a su mamá, es porque no sabe lo que busca y solo mira, o quizá sea porque no habla español.

Y ahí estaba yo, haciendo oídos sordos a estas agobiantes señoritas, esquivando golpes, pisotones, malos olores, y siguiendo a mi experimentada madre en busca de mi delineador retráctil negro (entérate que si no lo pido a catálogo es porque me llegará dos semanas después). Y gracias a ella llegamos sanas y salvas, comprando más de la cuenta. Claro, una vez allí ves la crema X, el esmalte Y, el labial Z y no puedes resistir la tentación de decir “me lo llevo todo”. Das la vuelta en tu mismo eje y ves en una pantalla el último estreno cinematográfico hollywoodense, clarito, clarito, a cuatro nuevos soles$ y te lo llevas. Das otra media vuelta y ves el esmalte blanco a la francesa que tantas veces quisiste pedirlo a catálogo y también te lo llevas. Das la vuelta hacia el otro lado y ves el otro esmalte color borgoña con el que sueñan las uñas de tus pies y, diciendo que será lo último, también lo llevas. Y te das cuenta que, si sigues girando, terminarás llevándote más de lo que puedes gastar en trivialidades por un mes. Y ya contenta con mis nuevas adquisiciones me dirigí a la salida, la cual no hubiera podido encontrar por mí misma si no hubiera visto la luz del potente sol al final del camino. Pensando en los nuevos colores de esmalte que mis uñas necesitan (porque tienen vida, ya lo dije, ellas anhelan ser bañadas por el grosella, el uva, el marrón, el cobre, el dorado, a la francesa, a la inglesa, a la italiana, a lo disneyland… ellas sueñan estar largas también pero that’s my fault) y calculando mentalmente cuánto dinero necesitaré en mi próxima excursión al mercado para comprármelos todos de una buena vez, iba yo.

Y lo vi venir, era un tipo de aspecto huraño, con barba de tres días y una cara tan tosca como los zapatos a lo militar que llevaba. Caminaba tan rápido, esquivando a viandantes como si él fuera un toro y todos los demás rojos peones. Mirada al frente, con cara de pocos amigos o de no tener ni uno. A un metro de ser yo el próximo peón al que esquive me aseguré de inclinarme lejos de su futuro roce tanto como me fuera posible. Retiré mi pie izquierdo hasta juntarlo a su hermano derecho, mi brazo copió el movimiento presto a devolverle el empujón en caso él lo haga primero.

O no calculó bien, o su técnica de esquivar a personas más bajas no resultó conmigo, o qué sé yo. Lo que sé es que lo vi todo. En cámara lenta mi mirada bajó hasta mis pies en el preciso momento en que Hulk (ya le puse apodo, así soy caray) pasaba como un bólido (boludo, también) llevándose con su zapatón a lo militar mi pequeño y frágil dedo meñique del pie izquierdo. Lo separó de sus hermanitos, lo arrastró hacia atrás tan rápido que al verlo rojo y sentirlo latiendo y caliente no me atreví ni a gritar. O quizá tan solo mis cuerdas vocales se congelaron, de haber respondido a mi silencioso llamado hubiera gritado una serie de improperios a ese bruto Pithecanthropus erectus, hubiera gritado tanto que las almas allí presentes habrían encabezado mi justicia popular. Me congelé, pujé de dolor, apenas me quejé, lloré. Por un segundo no sentí ni mi pie y al siguiente sentí cada desgarro carcomiendo mi pobre dedo.

Y tenía que ser un hombre.

No me lo rompió, pero sí me dio un tremendo golpe que hasta seis días después sigue hinchado, del tamaño de dos como él, y tan morado-verde-negro como cualquier tremenda equimosis. Duele, claro que duele. ¡Duele ir al mercado modelo!



Triciclos con zapatos. Un vaso de chicha. Un buen reloj. Camisas, chucherías. De todo en las calles. Y en montón. Persignan la primera venta. Las calles están repletas. Impulsa el triciclo ambulante. Llamado Perú ♫











Referencias:
♪ El General – Rica y Apretadita
♫ Los Mojarras – Triciclo Perú
*Gentilicios de ciudades como Piura o Chiclayo, respectivamente.
♀ Dícese de un vendedor al que le agarras camote, en castellano: al que siempre acudes (y acudirás) para comprar todo eso que él vende y tú necesitas. Y también de la compradora que acude más de una vez al mismo punto de ventas y ahí se siente como en casa.
$ 4 soles = 1.43 dólares

lunes, agosto 30, 2010

En tu PUEBLO chico... mi INFIERNO es grande



A quién le importa tu vida y la mía… y es que nosotros nos amamos diferente y no lo perdona, la gente ♪

Mi mamá quiere mudarse.
Vender todo, llenar cajas con lo más preciado.
Llenar un camión y cambiar de domicilio.
Quiere irse lejos, con todos o sin nadie.
Quiere cambiar de rumbo.
Quiere cambiar de ciudad.
Quiere ser libre de presiones.

Mi papá quiere mudarse.
Vender todo, incluso lo más preciado
Llenar una camioneta, camión es demasiado, exagera.
Quiere una casa más grande
Quiere otra –nueva- urbanización
Más cerca al downtown, dice.
Para no tener que esperar, echando raíces, por un taxi.
Para no tener que escuchar nunca más “hasta allá no hacemos delivery
Para no tener que pagar cinco soles1 por una carrera de taxi que debería ser de tres.

Yo no quiero mudarme.
Si me mudo es a otra ciudad, les digo.
Una en donde pueda tener una vida
Libre de clases de inglés
Libre de artículos de freelance
Donde pueda tener amigos, compañeros y familia.
Donde pueda ir a comer un plato decente y no tenga que pagar 20 soles☼ por él.
Donde pueda encontrar tiendas, librerías, pastelerías, panaderías, restaurantes, bares, centros comerciales que hagan honor a cada una de sus letras.

Si me mudo yo no venderé nada.
Me iré tal cual vinimos
Llenos de cajas y baúles con lo más preciado: todo.
Me vale un pepino llenar un camión
Me vale un pepino el downtown piurano.
Me vale un pepino lo piurano.
Aunque hay gente amable aquí

Hay gente que se ofrece a jalarte♀ hasta la avenida más cercana donde taxis abunden.
Hay gente que te presta su manguera (y su agua) para regar tu, seco y repleto de mala hierba, jardín. Pero, ojo, solo te la prestan porque pagan menos o porque algún truquito hicieron.
Hay gente que arma sus piscinas en sus jardines delanteros provocando con su chapoteo.
Hay gente que tiene perros, y también gatos, que los pasean y les ponen nombres como Zeus o Douglas.
Hay gente que vende bodoques y cremoladas de rechupete en verano.
Hay gente que no pasa de los 35 años con doble carro, dos churres♂ y casas propias.
Hay gente que deja a sus niños acampar en el lote desocupado del costado (lote recubierto de césped que ellos, como buenos vecinos, cuidan, riegan y podan) les preparan marshmallows y les prenden una fogata.
Hay gente que celebra cumpleaños infantiles que abarcan su sala, comedor, jardín delantero y -aquí lo bueno- vereda o pista. Tienen hora loca -con dalinas, zancos y toda la cosa- y sus invitados –todos de metro y medio- juegan como desquiciados en el playground del parque.
Hay gente que celebra parrilladas, anticuchadas o camaroneadas aún cuando llueve, arman su toldo celeste y ni les incomoda.
Hay gente que tiene su bodega, tres casas/bodegas en total, que venden todo lo que necesites o nada de lo que busques. Con bodegueras que se enteran de todo y te lo cuentan como si fuera el capítulo #100 de la telenovela del momento.
Hay gente que le debe a otra gente, se pagan cuando les da la gana, se buscan mañana y tarde para cobrarse y si no se pagan arman sus chismes.
Y hay gente que, como buen pueblo chico infierno grande, se entera de las intimidades del vecino del A-5 o de la familia inmigrante del D-21: la mía.

Hola, ¿cómo estás? vengo desde lejos. Todo lo que soy es lo que siempre llevo puesto. Buenas, ¿cómo va? Disculpe mi viejo, ¿dónde para el micro que me lleva para el centro? ♫




Referencias:
♪ Verónica Castro - Pena de amor y muerte
♫ Patagonia Revelde – Del interior
☼ Sépase que cinco soles equivalen a 1.78 dólares. Y veinte soles a 7.14. Precios exorbitantes para una ciudad chiquitita, comercialmente hablando.
♀ Entiéndase que, donde vivo, los únicos taxis o mototaxis que hay son los que entran trayendo pasajeros.
♂ Coloquialismo piurano usado para referirse a los niños o niñas.




sábado, mayo 29, 2010

¡¡Dale, dale... PIE DERECHO!!



Los micros están repletos. La gente se apresta a trabajar. Obreros, empleados. Doctor, enfermera. Y hasta un capitán. Van mirando sus relojes. Mientras el microbusero. Impulsa esos listones. Llamados Perú ♪

El siguiente no es un relato elitista ni segregacionista. Es una crónica de una tacaña que, por ahorrar sus soles y con la excusa de “vivir la experiencia”, convence a su joven madre de acompañarla al mercado en un viaje tipo safari en la combi #2547. Y al mismo tiempo ofrecer mi mayor admiración a todo aquello ciudadano que usa este medio de transporte a diario, buena parte de su vida. La combi es parte de nuestra cultura popular y está ahí. Baratita nomás.

Lo que menos apetece a un ama de casa de clase media siempre, siempre será subir a una combi. Ellas, acostumbradas a manejar sus automáticos Peugeot o Volvo con aire acondicionado y asientos cómodamente acolchados, con aromatizadores de manzanas o lavandas y el cinturón de seguridad siempre presente, nunca olvidarán (si alguna vez subieron) que viajar en combi es terminar entrelazado con piernas extrañas y respirando olores non gratos, permitir que uno, dos y hasta tres cuerpos sudorosos se inclinen hacia ti, encorvados y de pie porque ya no encontraron asiento libre.

Mi mamá no maneja auto, ni Peugeot ni Volvo. Manejó moto, tuvo una XXXX en sus épocas de colegiala y universitaria. Y aún ahora puede manejar cualquier lineal motorizada que se le presente. Hoy, como ama de casa, solo viaja en taxi o, en caso extremo y costumbre en provincias, mototaxis. Su reloj marca las 15.30 horas, aunque el mío dice que es algo más tarde. El destino es otro lugar apestoso y desordenado al que me es necesario ir. La aventura empieza en una esquina cementada a la espera de la codiciada, odiada y a veces, solo a veces, esperada combi.

Pasa una, tan rápido que ni tiempo de pararla da. Siete minutos después pasa la segunda. Esto no es la capital –y ni se le parece, aunque algunas zonas residenciales tienen mansiones a lo Miami Beach– por lo que encontrar un paradero decente o más demanda “combística” es imposible.

El micro negro está completamente vacío, de pasajeros porque el chofer conduce y el cobrador es indispensable. Antes de que subamos las dos damiselas en apuros -y misias* aunque misia yo que la obligo a acompañarme y encima le digo que experimentaremos el recorrido en combi, ella es un pan de azúcar, un dulce de leche que acepta sin protestar- suben dos hombres que misteriosamente aparecieron por la esquina anterior a la que nosotras nos encontramos. Ruego porque no se sienten adelante. Mis piernas no son larguras de metro setenta pero las tengo más largas que mi promedio “paisanístico” (hoy tengo un ligero afán por agregar el sufijo ‘–ístico’ donde me plazca) por lo que ir sentada en medio es una tortura para mis rodillas que, si no entran a las justas, tendrán que sobrar por algún costado. Para mi alivio los veo sentarse atrás.

Todo latinoamericano conocedor, y usuario, de una combi sabe que al lado del conductor entran dos personas. Detrás de este (y espalda contra espalda) cuatro más. Al frente de estos, tres filas de dos personas cada una. Al lado derecho de dos de ellas, dos asientos individuales. Y al fondo (donde siempre hay sitio) cuatro cristianos más. En total: 18 personas sentadas y apretadas en dos metros de carrocería. Pero eso en un límite semilegal porque de pie, encorvadas y apretujadas, pueden ir hasta cinco paisanos más. Y el “pasaje, pasaje”, baratito nomás, “setenta céntimos, señorita”.

Para cuando el vehículo llega a nuestro lado hay otro hombre que espera junto a nosotras, ve tú a saber de dónde salió. Mi pobre madre, dulce de leche, sube primero. Ya está avisada de que tiene que sentarse en la primera fila. La combi sigue su recorrido por urbanizaciones medio alejadas recogiendo a angustiados estudiantes, apresurados hombres cabeza de familia y acaloradas madres con hijos pequeños que suben y suben como si la combi se tratara de la cartera mágica de Mary Poppins.

No hemos recorrido ni diez minutos y los asientos ya están todos ocupados, ya dos jóvenes entraron agachados de pie como de costumbre y ya tengo un par de piernas entrelazadas a las mías, cosa que ni los galanes han tenido el gusto de hacer. Una mujer que parece un limón (por su color de ropa y curvilínea figura) y un chico onda dark nos paran, y utilizo el ‘nos’ porque paramos todos. Mi dulce de leche me pregunta algo que me causa gracia “¿dónde se supone que se van a sentar?” miro al limón, luego a ella, respondiendo “no estamos en un Cristo Rey (los microbuses que invaden Lima) ni en un Subway pero igual van parados”. Ella, mi mamá, ha usado el medio de transporte público en su juventud pero son poco más de veinte años los que han pasado desde aquellos tiempos en los que las combis no eran la plaga que es ahora (ella nunca las usó) y donde ir de pie en un microbús era y es más normal.

Limón y Darkito (si no te conozco es obvio que te pondré algún sobrenombre) suben, se agachan y no les importa, a ella, que sus senos permanezcan colgados enfrente mismo de un desconocido y a él, que su brazo tenga que cruzar hacia un mango para sujetarse rozando la cara de otro anónimo. Cuando parece que por fin no habrá más paradas, una enfermera de blanco (recuerden que las hay de todos los colores) levanta el brazo y el chofer, caballerosamente, detiene la combi. “¿Es que subirán más?” pregunta mi mamá. “Es que no has visto todo” le respondo.

La enfermera sube, no quiero ni pensar ni imaginar cómo es que entró… o en dónde. Y cuando parece que el cobrador le cederá su lugar –completo: espacio y puesto– este también entra. Lo sorprendente para mi mamá y viejo recuerdo para mí es que logra cerrar la puerta con un “dale, dale”. Medio cuerpo adentro, medio cuerpo afuera.

Durante los cuatro años en que era una universitaria de lunes a sábado. Y casi cinco contando los meses que demoré en preparar mi bachillerato y licenciatura. Usé el transporte público chiclayano. El 98% de mis días fui a la universidad en taxi o en carro particular y el 98% de estos mismos días regresé en combi. Entre 15 a 20 minutos de recorrido. Todos los días. Además de las veces que por hacer algún trabajo grupal tuve que usarlas. Y siempre la combi se llenó de pasajeros, siempre presentes los tardones o impacientes que preferían ir agachados de pie que esperar alguna otra con asiento libre. Siempre los malabares del cobrados por entrar y poder cerrar la puerta. Siempre las combis locas que se alucinaban montaña peruana (no rusa). Siempre los choferes vivos que por cortar camino cambiaban de ruta. Siempre discusiones con estos últimos por pasarse de vivos (y porque con cambiar la ruta modificaban mi paradero). Siempre las combis discotequeras con luces de neón y toneras canciones a todo volumen. Siempre las presencias extrañas, de la competencia universitaria más próxima, al frente o al lado de ti. Siempre los regateos de pasaje por solo algunas cuadras de transporte.

Los cuerpos parados impiden que pueda ver el recorrido a mi derecha que es por donde debo bajar y hacia donde me dirijo. Mi papá fue claro “baja en el grifo de la derecha, antes de que el carro doble a la izquierda”. ¡Pero cómo chingueros podré ver el grifo si está Limón, Betty la enfermera y Darkito tapándome! Y no solo tapan las vistas de la derecha sino también las de adelante. Limón me salva, anuncia que baja en el cruce. Por una rendija entre sus cuerpos veo que el grifo de referencia está en ese mismo próximo cruce. El cobrador, desde afuera, recordemos que mitad de su cuerpo sale por la ventana, dice otra famosa frase “pasajes a la mano”. Mi inocente mami pretende que saque mis monedas del bolsillo, ni le respondo. El calor, los olores –nada agradables–, la cantidad de gente en esa cajita de fósforos y el tener que entrar a un lugar igual de hacinado empieza a producirme neuralgia. Ella insiste “Jiji, paga el pasaje” no pensé que en esas condiciones quisiera ser tan exacta ante alguna petición. “¿Cómo le voy a pagar si ni siquiera lo puedo ver?” las risas de los pasajeros que me oyen se extienden. Por mí se extiende la cólera. ‘Nunca más en combi, nunca más en combi’ pienso una y otra vez.

Y lo peor no acabó, llegamos al Mercado Central de Piura luego de un aglomerado viaje en combi, lo cual siempre será un agravante.

Triciclos con zapatos. Un vaso de chicha. Un buen reloj. Camisas, chucherías. De todo en las calles. Y en montón. Persignan la primera venta. Las calles están repletas. Impulsa el triciclo ambulante. Llamado Perú ♪

Pero esa será otra historia. Por el momento… ‘Nunca más en combi, nunca más en combi’ pienso una y otra y otra y otra vez.



Referencias:
♪ Mojarras – Triciclo Perú
* Dícese de la persona que no tiene suficiente dinero en el bolsillo o en la cuenta de ahorros por lo que tendrá que escatimar en gastos.

jueves, abril 15, 2010

La primera vez...

Junio 4. Año 2006.
Fecha memorable para todo el Perú. Millones de electores hábiles decidirán el futuro de la nación. Elegirán entre dos candidatos: el cáncer o el sida. El ganador infectará a todo el pueblo, si es sabio y tiene corazón buscará la cura para su propio mal, de lo contrario… “que la fuerza nos acompañe”.

Junio 4.

Electora primeriza se dirige a su centro de votación. Con celular y DNI a la mano. ¡Ah! y el estuche de los lentes de contacto, por si la tierra le entra a un ojo y tiene que sacárselos (los lentes, claro). Si esto pasa, piña, elegirá a ciegas. Cosa común hoy 4. Ubica con éxito su mesa de sufragio. No hay colas. “Felizmente” piensa. Detesta hacer colas bajo una mañana de sol intolerable. Ingresa. El señor de la izquierda busca su apellido en la lista de más de cien electores y le pregunta si en la primera vuelta votó. Ante la respuesta negativa, él afirma “claro, cómo voy a olvidar esa carita”. ¿Cumplido? ¿Insinuación? Ella quiere creer que fue lo primero. Aunque un ‘viejito verde’ cruza en su imaginación. El hombre sentado al centro le entrega su cédula de sufragio. La señora de la derecha le “presta” un lapicero. Recordándole que lo tiene que devolver. De seguro ya se le perdió más de uno.

En la cámara secreta elige al candidato de la ubicación izquierda. Aunque la mano le tiemble y la conciencia le recuerde que existe. No queda de otra. Corrección. Sí queda de otra: pagar su multa por no votar. Pero su papi no le dará el dinero. "Elige uno nomás, hijita" le ha dicho. Ella apenas es mayor de edad sin trabajo alguno ni historial en su haber. Por ser la primera vez ella duda en cómo marcar. ¿Debe intentar que su aspa se quede en el recuadro o es válido que se pase de este? Duda si se puede marcar foto y símbolo, aunque diga “y/o” en las indicaciones. Aunque se haya leído los instructivos de la ONPE o instruido con propagandas en televisión y radio. A la hora de la hora todo se olvida. Y cómo no, si tiene que elegir entre dos enfermedades que no tienen cura. Ella no quiere morir. Ni ser pobre ni comunista.

Con cuidado cierra la cédula. Mientras la deposita en la “caja de plástico” con lentitud es cuestionada por su apellido. “¿De la familia BF?” le preguntan. La inocente solo sonríe y asiente. Mientras los miembros de mesa bromean entre sí de cosas que no entiende ella intenta firmar. Por su cabeza se cruza otra interrogante “¿cómo rayos era mi firma?”. Desde que la inventó solo la ha hecho en los registros de asistencia de la universidad. Pero ahí nunca la hacía como debía. Con un Fulanita de Tal escrito a simple velocidad bastaba. Ahora es diferente. Tiene que recordarla al detalle. Piensa. Se angustia. La recuerda. Con nervios la plasma en el papel. No quiere equivocarse. Devuelve el lapicero. El viejito verde del cumplido le toma la mano. Ella se tensa. Lo raro de esas extremidades aún la incomoda. A pesar de los años pasados. Pero él no pregunta. No hace ni un comentario típico. “¡Qué dedos tan chiquitos!”. Nada. Ella se lo agradece. Ya no más será el ‘viejito verde’. Puede que el ‘viejito prudente y galante’. Él presiona su minúscula huella del dedo índice sobra un sello. Hace lo mismo sobre el papel. Al lado de su casi olvidada firma. Solo falta la tinta y puede irse tranquila por haber cumplido con su deber. Obligada, claro.

Hay algo a lo que ella no le encuentra sentido: el sumergir su dedo medio en esa tinta violeta que al primer roce todo lo mancha. Y sobre todo cuando intentas sacártela con agua. Más te embarras. Lo único que mengua su horrible presencia es el alcohol. Aunque no del todo. Pero continúa su interrogante. Si uno tiene que firmar en la planilla de electores al recoger su DNI luego de elegir al “favorito” y con eso constatar que ya votaste. ¿Para qué mancharte el dedo si con votar por un no-deseado ya manchaste tu conciencia? ¿Solo para que quien te vea con tu dedal violeta se diga “ya votó”? ¿Tan solo eso?

Ella cree que no vale la pena gastar en tinta “indeleble”. Que de indeleble no tiene nada, por cierto. Con una buena fregada de alcohol y esponja de lava vajilla sale. Pero eso sí, manchando todo a su paso. En este país gastan como si fuera potencia mundial.

Despidiéndose y limpiándose el famoso dedo medio, la primeriza sale del aula 23, rumbo a la 37 donde su experimentada acompañante hará lo mismo que ella. Pero claro, con mayor soltura. Es que para ella no será su primera vez...



N.A.: Han pasado casi cuatro años de haber escrito esto. Un año más y el votar se repetirá. Aunque no será la primera vez, tendré cero experiencia. Bueno, 1 de experiencia. Y es que, ¿quién ha votado para practicar?... algo se me ocurrirá para no hacerlo. Para ese momento espero tener un sueldo que me permita pagar mi multa. Aunque si el patriotismo, civismo o algún ismo me visita puede que repita la experiencia. También si algún candidato vale tanto como para ensuciarme el dedo medio (literalmente)... aunque lo dudo.
También han pasado tres años de crear este blog. Lo que quiere decir que hace tres años estuve en una clase de multimedia en la universidad intentando crear un blog como nota final. ¿Era nota final?. No me acuerdo. Este blog vivirá (o sobrevivirá) al paso del tiempo. De eso es lo único que estoy segura. ¿Por qué?. Pues porque siempre tengo algo que escribir.
Gracias a quién me lee y muchísisimas gracias a quien me comenta.

lunes, marzo 01, 2010

Y tú, nunca lo sabrás



Lucky I’m in love with my best friend. Lucky to have been where I have been [...] They don’t know how long it takes waiting for a love like this ♪ Lucky - Jason Mraz


Yo te miro. Tú me miras. Pero nunca nos miramos a la vez. Me sonríes. Te sonrío. Pero nunca nos sonreímos a la vez. Tú caminas. Yo camino. Pero nunca caminamos juntos. Solo vives. Sola vivo. Pero nunca viviremos para el otro. Tú sabes casi todo. Yo solo sé de ti. Pero nunca sabrás de este amor. Jamás. Tú amas. La libertad. El sol. El mar. La música. Los sueños. Yo solo te amo a ti.

En silencio mi corazón grita tu nombre. Mi amor llena la habitación. Mi esperanza vuela libre entre las curvas de tu cuerpo. Mi ilusión te dirige miradas locas. Pasionales. Mi mente trabaja a mil por hora creando una historia sobre un lienzo en blanco. Llenándolo de color, de vida, de luz, de amor. Dibuja mariposas multicolores. Dibuja caminos sin final. Dibuja arcoíris de más de siete colores. Dibuja vestidos blancos, trajes elegantes y escribe “sí, acepto” por doquier.

En silencio te miro. Fascinada. Te contemplo. Encantada. Te idolatro. Y cuanto más eres tú más yo te amo. Tu pasión al crear me desarma. Tu sabiduría al debatir me orgullece. Tu humildad al actuar me conmueve. Tu fuerza al enfrentar los retos me alienta. Tu voz y gestos me hechizan. Todo tú tiene el poder de moverme como a marioneta al abrirse un telón.

Siempre te soñé. Soñé que me besaras. Soñé que me amaras. Soñé que unas tu vida a la mía. Que unas tu cuerpo con el mío. Que nuestras almas se conozcan. Soñé que sonrías de lado. Tan sensual. Tan provocador. Solo para mí. Y por mí. Soñé que me contemplaras como a pieza cara de museo. Que me miraras con paciencia y amor. Que llenaras de caricias mi piel como a un cristal de exhibición. Con timidez. Temblando. Porque a un lado dice “prohibido tocar”.

Siempre te soñé hablándome. Hablando de tus sueños. De tus éxitos y tus fracasos. Hablando de tu día a día. De lo bueno y de lo malo. Hablando de tu pasado. De tu niñez y de tus amores. Hablando de tu futuro. De tus anhelos y de tus temores. Oír tu voz acariciándome. Sin quererlo. Sin proponértelo. Áspera. Profunda. Segura. Oírte invitándome a salir. Oírme aceptando presurosa. Oírte llamándome por mi nombre. Viéndome temblando con solo escucharte nombrarme. Oírte pidiéndome un baile. Viéndome bailando contigo. Lentos. No al ritmo de la música. Al ritmo de nuestros corazones. Tímidos. Inseguros. Temerosos ante lo nuevo. Aunque tú no eres nuevo para él. Oírte anunciándome que me besarías. No una pregunta. No una insinuación. Sino una afirmación. Una advertencia. Viéndome recibiendo tu beso. Sincronizados. En cámara lenta. Explorando. Deseosos. Presurosos. Apasionados. En cámara rápida. Inseguros. Descubriendo. Aceptando.

Siempre te soñé besándome. Besando mis labios. Mis miedos. Mis alegrías. Besando mi seguridad. Mi inseguridad. Mi confianza. Besando mi alma. Mis sueños. Mis fracasos. Besando mi corazón. Mi dolor. Mi felicidad. Oírte invitándome a ver las estrellas. El firmamento y sus misterios me apasionan. Tú lo sabes. Viéndome seguirte sin hablar. Muda. Esas mariposas me vuelven muda. Oírte explicándome tu teoría sobre los sentidos, las sensaciones y tus sentimientos. Viéndome observándote embriagada de tu voz. Oírte preguntándome algo. Saber que es una pregunta por el interés en tu mirada. Saber que es una pregunta por el ligero temblor en tu voz. Saber que es pregunta porque callas de repente. Esperando mi respuesta. Pero, ¿qué podía responder cuando ni me había enterado de la pregunta?.

Siempre te soñé amándome. Amando mi corazón. Mi credo y mi alma. Amando mis defectos. Mi impaciencia y mis impulsos. Amando mis virtudes. Mis valores y mis aciertos. Amando mi vida. Mis alegrías y mis miedos. Tú fuiste el culpable de mi éxtasis. Tú por besarme tan bien. Por hacer que mis pies se sintieran sobre nubes. Por hacer que mis cuerdas vocales se entumezcan. Y porque mi cerebro elija ese momento para dejar de trabajar. Oírte decirme lentamente. Sílaba por sílaba. “Cre-o-que-te-a-mo”. Viéndome parpadear varias veces. Incrédula. Hipnotizada por tu voz. Por tus ojos. Por tu boca. Por tu aliento confundido con el mío. Por el sabor de tus labios. Por el recuerdo de ese beso. “No, no-creo, lo-sé”. Oírte nuevamente. Silencio. Viéndome continuar en mi embeleso. Tonta. Si no dejas de mirarme de esa forma seguro que moriré. Seguro. Oírte susurrándome “Te-a-mo”. Sí, moriré. Y viéndome respondiendo con un beso. Tratando de decir algo que no se puede traducir con palabras. Solo con un beso.

Siempre soñé lo que solo puedo soñar. Siempre deseé lo que no puedo cumplir. Siempre esperé lo que nunca llegaría. Siempre imaginé real algo que tan solo en la mente debe quedar. Y me sueño abriendo los ojos. Y abro mis ojos. Y estoy sola. En un rincón. En la oscuridad. Compartiendo el aire con mi soledad. En el río de mis lágrimas. Sin tu voz. Sin tus ojos. Sin tu boca. Menos sin tus besos. Sola. Disimulando el dolor descubro que todo fue un sueño. Solo puedo amarte, besarte, tocarte en mis sueños. Tonta al creer que algo así puede ser real. Solo era un sueño. Mi sueño. Y tú, nunca lo sabrás.






♪ He pensado en suplicar un sorbo de tu intimidad. He soñado con beber en las fuentes de tu piel. Y ver amanecer, allí después [...] Es inútil repetir que me muero por ti. Y en el silencio de mi voz te grito con el corazón: "Nadie te amará igual que yo". ♪ Pero nunca lo sabrás - Jan


εїз Si has llegado hasta aquí, ¿qué te cuesta dejarme un comentario?. Con tu aliento yo siguiré viviendo... Hazme feliz.

εїз