miércoles, julio 23, 2008

DIÁS RIPLEY

DÍAS R, DE RIPLEY... AUNQUE USTED NO LO CREA


Todos los meses llega un día en el cual prefiero quedarme en cama hasta que mi estómago pida a gritos, mejor dicho a gruñidos, algo por comer, preferible un chocolate o cualquier dulce.

Ese día siento fuertes dolores de cintura, de cabeza, de cadera, de espalda, de vientre bajo y hasta dolor de uñas. Dolores que traen consigo un leve ardor en los ojos y un pequeño lagrimeo, pero no se preocupen, para lo que suelo llorar, este sí que es pequeño.

Como si los planetas se hubieran alineado especialmente para eso, una no puede estar tranquila en su cama ¿o debo decir: retorciéndose de dolor en su cama? Sino que tiene que hacer de niñera, prepararse su propia comida porque justo ese día mamá, papá y hasta abuelita salieron a pasear las calles, terminar un trabajo de investigación para el cual tuviste más de un mes y se te ocurrió atrasarlo, atrasarlo y… atrasarlo, alimentar a las mascotas, las que no son pocas: una tortuga, trece canarios, dos perras y cuatro hamsters y por si fuera poco todo lo anterior, tienes que vestirte de manera decente para ir a la universidad, lo que conlleva a ponerte un pantalón que -de seguro- difícilmente te cerrará. Y todo, todito, preferible de color negro u oscuro y lo más ancho posible. ¡Qué horror!

Durante esos pocos días del mes -pocos pero interminables- las noches se convierten en día y el día sigue siendo día, es decir, NO DUERMES, no porque te entretengas leyendo una novela de misterio o viendo una maratón de películas románticas. ¡NO! sino porque los dolores no te dejan cerrar los ojos y si los cierras será como muestra de sufrimiento, tienes que mantener una misma posición durante tanto tiempo que todo el cuerpo se adormecerá y terminarás pidiéndole a papá Dios –y a quien quiera que sea el tuyo- que te quite aquel dolor, que lo cambie por un dolor de muela, por uno de garganta, por uno de uñero, por uno de cabeza o por los cuatro juntos. A cambio, prometes, serle fiel por el resto de tu vida e ir a la iglesia tres veces a la semana. Y cuando por fin Él escucha –y ve- tu sufrimiento, la calma llega a ti, te adormilas, empiezas a ser recibida por Morfeo en una tranquila calma y ¡zas! el despertador de tu hermana, con la que compartes la pieza, suena estridentemente a medio metro tuyo. Y todo comienza de nuevo, un círculo tortuoso que deseas con toda el alma romper.


Días antes de la semana marcada en el calendario como los “Días R” -no, no son referentes a los “Días R Ripley”, las mujeres no marcamos en nuestra agenda los días de descuentos o ¿si?, al menos yo no- días d la ‘R’egla (para que lo entiendan). Antes de esa semana odiosa, nos atiborramos de pastillas, cada día una diferente, cada ocho, seis y hasta cuatro horas. Pastillas que irán a parar a nuestro estómago sin siquiera pretender cumplir su misión. Hasta las pastillas de Vitamina C hacen su trabajo, estas que se jactan de hacernos la vida más simple, de desinflamarnos y ayudarnos a transcurrir los días como si nada pasara. Estas mismas son una estafa. Una verdadera patraña.

Durante el transcurso de esta oscura semana se te olvida que tienes familia, amigos y pareja, y si los recuerdas, no los quieres ver. La mínima broma de tu hermano menor te altera, el mínimo favor que te pide tu amiga de la infancia te sulfura y el mínimo reclamo que te hace tu pareja te vuelve Hulk en su mejor versión femenina. Durante estos días, si ves al novio te comportas lo más caprichosa posible y si no lo ves, mejor, te alteraría hacerlo. Aunque después le reclamas su ausencia como si fuera el ser más desconsiderado del universo. Sí, con esto acepto que una misma se contradice ¡¿y qué?! ¿Acaso ustedes, los hombres, no lo hacen? El que diga que no, miente. Todos los seres humanos nos contradecimos alguna vez en la vida, en nuestro género es en plural: algunas veces. Repito: ¿y qué?

Ni qué decir de los consejos de la abuela, de la mamá, de la madrina y hasta de la hermana, cuanta mujer se cruza por tu camino te dirá lo mismo “No tomes bebidas heladas”, “Ni se te ocurra comer helado”, “Es malo que comas naranja o limón, ningún cítrico es bueno, ¡Ah! Y aléjate del ají”, “Para que desinflames los ovarios toma mate de orégano y apio, ahorita te subo uno” y “Ponte la bolsa de agua caliente sobre el vientre”. A los tres primeros los considero un mito, el cuarto me da náuseas y me suelta el estómago, de lejos me alivia. Y el último, pues ese es el único que considero verdadero, aunque me achicharre la panza soportando calenturas que podrían pelar un plumífero.

Lo más espeluznante de esa semana son los posibles “desbordes”. Para que esta pesadilla no se haga realidad se evitan los movimientos bruscos, el echarse en alguna banca de la universidad, el sentarse en cuclillas y ni qué decir en posición de yoga. Nos martirizamos –y de paso martirizamos a los amigos y amigas o a la persona de confianza que esté más cerca- preguntando cada tres minutos “¿puedes ver si me manché?”. ¡Puag!

Nunca me ha llegado la “delgada línea roja” sin dolores previos -gracias al Altísimo- estas molestias previas me han servido para ser precavida y así surtirme de buena cantidad de TH (Toallas Higiénicas) tanto en el baño y en la cartera como en mi cuerpo, pero sé de casos de pobres inocentes que han pasado más de un aprieto, he oído las historias más increíbles de boca de muchas y hasta he ayudado a pocas. Dicen que en el dolor, hermanas. ¡Vaya que lo sé!

Y como si todo lo que pasamos durante estos días fuera poco, hay ocasiones que esta maldición llega como una avalancha, con todo lo peor de golpe; aparte del típico retorcijón en el bajo vientre, nos da náuseas, dolor de cabeza, mareos, arcadas, vinagrera, escalofríos, la presión baja y algunas hasta se desmayan. Nuestros familiares quieren correr con nosotras a emergencias para que nos revivan o reanimen, pero nosotras sabemos que hagan lo que hagan los eruditos de bata blanca ¡NUNCA PODRÁN DETENER EL DOLOR!




Hace poco esta semana de “descuentos” -por no decir de aumentos de dolor, de malestar y de mal humor- casi me convierte en asesina, ¡por partida doble! Primero, mi hermano menor se sienta a mi lado en la cama y dice: “me duele la panza, ¿qué es peor, mi dolor de panza o tu dolor de panza?” Luego de explicarle lo que siento –descrito líneas arriba- y con un gesto de ironía preguntarle: “¿qué crees tú?”. Él, con cara de dolor, responde: “creo que tu dolor de panza es peor, no quisiera ser mujer” Y aunque deban pensar que soy una exagerada y que debí besarlo y abrazarlo por considerarlo así, quise agarrarlo del pescuezo y decirle: “Sí tarado, ¡es peor! Suerte tienes de haber nacido hombre, todos ustedes deberían sufrir esto aunque sea un día, es injusto que nosotras a parte de cargar una panza durante nueve meses, dar a luz y criar hijos por el resto de nuestras vidas tengamos que desgarrarnos de dolor y no recibir nada por ello” Pero no dije nada. Bueno sí dije algo: “tráeme un chocolate y mi bolsa eléctrica”, una hermosura que se conecta al interruptor, cuenta con diferentes velocidades y puede calentar hasta a un esquimal.

Un par de días después, llegó la segunda víctima. Mientras mi malestar físico estaba adormecido, mi adicción por leer mi bandeja de entrada me estimuló a sentarme frente al escritorio, un mail decía: “conéctate” le hice caso para luego arrepentirme, al cabo de cinco minutos se inició una lucha de intercambio de ideas, tras una descarga mía, un “de seguro estás con tu SPM” salió de él. Deseé tenerlo cerca y degollarlo lentamente, en vez de eso dije: “No tarado, eso es antes ¡Yo estoy con el SM! ¿Por qué cuando las mujeres estamos a la defensiva, agudas o sulfuradas los hombres atribuyen nuestro comportamiento al Síndrome Premenstrual? Para tu información el mío es Síndrome Menstrual, es antes, durante y después y, a menos que me traigas tres docenas de mi chocolate preferido, no quiero ni verte, hablarte u oírte. ¿Así pretendes que salga contigo? Ni a la esquina con un presuntuoso como tú, ¿por qué no vas en busca de una menopáusica? o peor aún ¿por qué eres hombre? ¡Rayos, quién como tú! ¡Sí, te envidio! ¡Te envidio el cuerpo, te envidio el organismo y hasta la conchudez! ¿Y? Adiós”

De este modo hombres, queda ejemplificada la razón de nuestro mal humor, de nuestra sensibilidad, de nuestras respuestas ásperas. Tomen nota, vayan aprendiendo, cuando nos quieran decir “seguro estás en tus días” o si son más audaces y quieren nombrar al SPM, ya saben cómo reaccionaremos las mujeres. Absténganse de hacerlo.

Y si saben leer bien, les di –gratis- el truco para apaciguar a algunas fieras o para ser perdonados por otras durante este penoso y maldito trance.

Después no digan que no se lo advertimos, debería estar escrito en los libros de texto que reparten en los colegios públicos y en los que piden en los privados, en la unidad “Cuerpo Humano” en el apartado femenino, diagramadores hagan un recuadro y pongan en negrita, todo en caja alta, lo siguiente: La mayoría de mujeres, durante su ciclo menstrual no quiere ser presionada, ni comparada, ni criticada y mucho menos alterada por ningún otro ser humano. Abstenerse de pedirle, exigirle o reprocharle algo porque ellas no serán amables y si hay alguna que usted conozca que sí lo sea, usted es una persona con suerte, el resto de desafortunados solo encargarse de que ella olvide esta maldición con una taza de cariños, tres de consideraciones, un kilo –o más- de paciencia y una docena –como mínimo- de chocolates.

Un último pedido, dirigido al Legislativo: Establezcan una ley que prohíba la asistencia de las mujeres a sus centros laborales y de estudios durante su ciclo menstrual ¡por favor! Créeme país, evitaríamos migrañas, mujeres devastadas, trabajos mal hechos o hechos a malas y relaciones laborales o estudiantiles deshechas. Claro, los “mandamases” pueden reportarse enfermos, el resto de simples mortales tenemos que aguantarnos. Y así tienen la con-chudes de decirnos: “eres tan complicada, no te entiendo” ya dije y lo repito ¡Qué envidia su organismo y su falta de sangre en la cara!

¡Qué vida, la nuestra mujeres! Y de todo esto la culpa es de Eva. ¡Una del género nos traicionó! Solo me resta decir: ¡Jum!



Fotos: Gracias Internet


martes, junio 24, 2008

Yo amo a mi mami... y a mi papi

Mayo da paso a junio. Mi mami le da pase a mi papi. Una mujer le da pase a un hombre. Un mes femenino le da pase a un mes masculino. Pues es así como siento a mayo, un mes cálido, suave, dinámico y femenino. Y es así como siento a junio, un mes frío, duro, lento y masculino.

En mayo nosotros (a decir verdad la mayoría lo hizo mi papi) preparamos una deliciosa parrillada, agasajar a la reina de la casa no fue difícil, ni cansado y mucho menos una obligación. En junio nosotros (como seguimos diciendo la verdad, debo admitir que la mayoría lo hizo mi mami) preparamos un nutriente asado. En ambos meses compramos regalos, los forramos meticulosamente, decoramos la sala con carteles tipo “Feliz Día Mamita/Papito”, pegamos globos en el techo y paredes –todo esto de madrugada para darles la “sorpresa” a la mañana siguiente- y nos levantamos temprano para servir el desayuno. (Como hoy estoy diciendo la verdad, yo dormí hasta la hora de almuerzo).

Todos llenamos la barriga hasta más no poder, nos sacamos fotos en familia –más por tradición que por figuretismo- y ellos abren sus regalos con natural emoción pues no tuvieron que soltar ningún sol para comprarlo. Aquí debo confesar que es ÉL quien suelta los soles para ELLA y viceversa, aunque el regalo diga: De TODOS, Para Mamá/Papá.

¿Quién estableció el Día de la Madre y el Día del Padre en mi país? Ahora no lo recuerdo. Nota mental: Averiguarlo o recordarlo. Pues quien lo haya hecho, sutilmente estableció la prioridad del hogar: la madre. Primero (un segundo domingo) son ellas a quienes se celebra, después son ellos los dueños de nuestro mejor agasajo, y para rematarla van de terceros (por el tercer domingo). Pero eso no importa, en mi casa, en mi familia y en mi corazón ambos empatan en un primer lugar.

Es mi madre quien:
- Se desvela noches enteras y consecutivas por velar mi sueño.
- Me frota el pecho con eucalipto cuando el resfrío me visita o los músculos con un líquido verde cuando el frío hace su aparición.
- Prepara los mejores potajes a diario y se esmera aún más cuando el calendario marca algún cumpleaños.
- Habla con los novios con total naturalidad, como si estuviera hablando con mi hermano menor.
- Mantiene la casa limpia y ordenada, a veces ella sola cuando falta la persona que la ayuda.
- Teje las mejores chalinas, chompas, gorros, guantes y escarpines que pueden adornar mi anatomía.
- Pinta paisajes y situaciones tan cotidianas de la manera más natural posible y la más hermosa en la categoría de las autodidactas. Muchas veces me imagino qué bellezas plasmaría si Bellas Artes hubiera visitado.- Hace el mejor laceado de cabello, gracias a ella en innumerables ocasiones me he ahorrado veinte soles de peluquería o tan solo me he dado el gusto de ser lacea un par de días.
- Borda los más bonitos manteles y toallas con las más coloridas cintas.
- Teje los mejores tapetes a crochet que he visto hasta ahora y que aunque quiera no puedo imitar.
- Lee los libros más actualizados sobre crianza de niños y adolescentes.
- Prefiere actualizar nuestro guarda ropas que el suyo.
- Respeta nuestros gustos de animales, colores, personas y cosas.
- Todas las noches junta nuestros cachivaches desparramados por la casa y los lleva a un lugar estratégico, lugar en dónde sabemos que encontraremos los “objetos perdidos”.
- Nos despierta temprano a la mañana, nos prepara el desayuno y la lonchera y nos despide en la movilidad.
- Nos acompaña a donde sea, cuando sea, a la hora que sea y como sea. Aunque sea (excusas por el excesivo sea) a la bodega de la esquina a comprar un “Cheese tris” de ‘sol’ a las 11 p.m. o un helado “Sin Parar” a la media noche.
- Me compra las más potentes pastillas y me prepara los más poderosos mates cuando el periodo menstrual me llega.
- Soba el codo de mi padre o exige de manera sutil que él me compre un pantalón nuevo.
- Y es ella la única que acude a mi grito de: “¡¡mamá!!” en todo momento, desde cuando se me está por caer una olla encima hasta cuando le quiero pedir que apague la terma.

Es mi padre quien:
- Me lleva a todo lugar en su carro, prometiéndome que muy pronto me enseñará a manejar un auto con caja mecánica.
- Me compra algún antojo para mí sola cuando somos los únicos que salimos a la calle. En pocas ocasiones lleva para sus otros vástagos. Su ley debe ser “El que sale, sale ganando”.
- Me hace esperar varios minutos cuando algo me urge y me saca a rastras de la casa cuando algo le urge a él.
- Pide llevar a los “amigos” –forma sutil como él llama a los novios o galanes- a la casa para que él los conozca e intercambien palabras, en otra forma de decirlo: para que los analice.
- Oye muy bien las cosas cuando le conviene, la otra mayoría de ocasiones suelta hasta dos “¿qué?” luego de un pedido mío, en especial cuando se trata de dinero.
- Me compra los mejores libros, desde los más aburridos y originales hasta los más atractivos y bambas.
- Se niega a comprarme algún antojo cuando peco de viciosa, es entonces cuando le pido prestado prometiendo pagarle en casa porque “no cargué la billetera”, debo confesar que en más de una ocasión lo timé, llegando, él, a olvidar los “pequeños” préstamos. Yo aún los recuerdo y prometo pagárselos cuando mi sueldo tenga más de tres cifras.
- Me pagó la carrera y prometió seguir costeándome los estudios hasta que su bolsillo lo permita y hasta que mi cerebro así lo requiera.
- Me pide que le corrija la ortografía y gramática de cada una de sus cartas antes de enviarlas y de sus proyectos antes de imprimirlos.
- Me regala toda aquella chulería que a él le han regalado y que a mí me ha gustado.
- Me da propinas ajustadas cada vez que salgo con amigos, pero suelta buenas cantidades cuando de bolsa de viaje estamos hablando.
- Prometió llevarme en 1997 a Acapulco, luego –ese año- dijo que la promesa era para el 2007... El año pasado me pidió que sea yo quien lo lleve a él. Le he prometido que lo llevaré en el 2017 o tal vez en el 27.
- Guarda un montón de fotografías tamaño carné en su tarjetero, todas son de su esposa (mi mamá), de sus hijos (mis hermanos) y de su primogénita (yo).
- Rogó, como buen militar, porque yo nazca el 27 de noviembre, Día de la Infantería. Al parecer le faltó pedir un poquito más, yo nací al día siguiente.
- “Me coyeteaba con la coyea” cuando yo tenía apenas tres años de edad... esta fue una vil mentira dicha por una exagerada infanta a un crédulo General. El resultado: un oficial rojo de vergüenza desmintiendo tal exageración a su superior.
- Guarda meticulosamente su ropa en el clóset o en la cómoda, la sacude antes de guardarla y antes de usarla, la dobla sin arrugas y se la pone más de una vez.
- Pone en fila sus zapatos, sea en su cuarto o en la zapatera, los mantiene brillosos, limpios y nuevos.
- Bota todo lo que encuentra sin preguntar de quién es o para qué sirve, en más de una ocasión ha tenido que rescatar nuestros tesoros de la bolsa de basura. Creo que ahora, con el tiempo, pregunta antes de llenar la bolsa de desperdicios.
- Conoce la casa de mis amigos y amigas cercanos, recuerda sus nombres y aunque algunos no los pronuncia bien me lleva a su encuentro cuando se lo pido y me pregunta qué es de su vida porque en verdad le interesa.
- Y es él el único hombre que siempre estará para cuando lo necesite, a la hora que sea, así hayamos discutido hace dos minutos. Y el único hombre que me querrá por siempre y que perdonará mis ataques momentáneos de locura. El único para el que yo seré su princesa, no de cuento, sino real.

Y ella es mi mami (Alicia) y él es mi papi (Juan). Y aunque muchas veces no los entienda o ellos no me entiendan a mí, los amo a ambos por igual y de ambos estoy orgullosa.
No son perfectos pero intentan serlo. Y yo para ellos, también.

sábado, mayo 31, 2008

101 Manías y algo más...

DE POETAS Y LOCOS, TODOS TENEMOS UN POCO...



Hoy funjo de loca, afloro mi lado más quisquilloso y les relato, cual lista de supermercado, 101 manías mías, las más escandalosas, los amores más pasionales y las aversiones más confesables… lo demás, lo íntimo, se queda guardado en mi cajón bajo siete llaves, puesto que son siete las que adornan mi inutilizable llavero.

1. Comencemos por las llaves, nunca me ha gustado cargar con un llavero, solo lo he tenido de adorno en algún buró de mi cuarto, cuando el llavero yace en mi cartera o en el bolsillo me da pánico perderlo.

2. No contesto llamadas al celular de números desconocidos, excepto los de teléfonos públicos.

3. Puedo ir sola al cine, es más lo prefiero, pues nadie te habla, ni te pide que lo/a acompañes al baño, ni te pregunta por qué el protagonista se levanta de la silla, ni quiere agarrarte la mano, ni cruzarte el brazo ni mucho menos alguien querrá robarte un beso.

4. Me encantan las carteras, las colecciono, en especial las grandes, en donde entra de todo; pero me pasa algo raro al cargarlas: me incomoda.

5. Cuando un libro me gusta, busco toda la bibliografía del autor, leo los argumentos, compro el libro y, obviamente, lo leo.

6. Cuando se trata de un cantante o de alguna banda que descubro, busco toda su discografía, descargo su música y solo si todo el repertorio de un disco me ha llamado poderosamente la atención lo compro.

7. Cuando veo una película y esta me gusta, busco en ‘imdb.com’ el historial de sus protagonistas, y empieza una nueva búsqueda.

8. No soporto la parsimonia de las personas, me desespera.

9. No me gusta prestar libros, ni discos ni películas. Aunque me es muy difícil decir que no, desde hoy lo haré.

10. Odio el pavo, bastó ver cómo lo desplumaban y encontrarme con una pluma para decir: no, ante “suculento” plato de Nochebuena.

11. Detesto las verduras en guisos, es decir, cocidas.

12. Me da pánico ver mi reflejo en el espejo, cuando es de noche.

13. Me encanta la ropa negra por lo que combina con todo color de zapatos, accesorios y carteras.

14. Me encanta los palitos a la Siciliana de Pizza Hut, prefiero estos por encima de la pizza de ese lugar.

15. No me gusta el olor de las colonias ni de algunos perfumes de mujer, por ello prefiero el olor de los perfumes de hombre y hasta usarlos. El de mi papá ‘paga pato’.

16. Me encanta leer de todo, desde un libro de gramática hasta ficción.

17. Cuando escribo una carta, por muy chica que sea, la leo y releo hasta cinco veces para corregirla o agregarle algo, una vez que la modifico nuevamente la leo.

18. Cuando como panetón le saco las pasas y las frutas confitadas, no me gustan, aunque puedo tolerar que se pase alguna.

19. Cuando leo un libro que me fascina retraso su lectura porque me da pena llegar al final y terminarlo.

20. Detesto los grillos, cucarachas, hormigas, zancudos, mosquitos y moscas.

21. Colecciono los soundtrack de las películas que me gustan, de los dibujos animados y las canciones usadas en las telenovelas en escenas que me marcaron.

22. Me muerdo las uñas (NO las como) cuando veo televisión o cuando leo algo frente al monitor de la PC.

23. A veces, cuando camino por la calle, evito pisar la línea divisora entre un ‘cuadro’ y otro de la vereda, esto lo hacía cuando chica por diversión, hoy lo sigo haciendo por inercia.

24. Cuando voy en auto cuento las ventanas o número de pisos que tiene un edificio, muchas veces trato de ver si las ventanas o vidrios que este tenga siguen un diseño en serie, otras veces busco el equilibrio en los diseños, mentalmente divido la construcción en dos y comparo, si el lado derecho tiene los mismos adornos o ventanas que el izquierdo.

25. No puedo acostarme antes de la una de la madrugada, así tenga que levantarme muy temprano al día siguiente.

26. Detesto pensar que la ropa interior sea lavada y enjuagada toda junta en la lavadora, me da asco.

27. Me da asco, también, ver cabellos, cejas o pestañas en cualquier lugar, así sea el lava manos.

28. Cuando compro una revista primero la reviso de principio a fin, luego empiezo leyendo las notas que no me parecen interesantes, dejando para el final aquello que sí.

29. Solo me gusta el yogurt sabor vainilla francesa, a veces tolero el de durazno.

30. Detesto que se sienten sobre mi cama con la ropa de calle, con la que se han sentado en el mototaxi, el taxi, el colectivo, la combi y quién sabe, tal vez, en una banca de hospital, de banco o de parque. Es obvio que ni yo me siento sobre mi cama con la ropa de calle y cuando me cambio en la mañana, me pongo el pantalón parada y, para las zapatillas, me siento en la silla de mi escritorio.

31. Cuando veo niños menores de cinco años me causan ternura, tengo que hacerles algún cariño o regalarles alguna sonrisa.

32. Cuando veo a un bebé siendo cargado por su papá me da mucha más ternura, me imagino cómo se verá el hombre que elija, como marido, cargando al que será nuestro hijo (o hija).

33. Me desespera ir al supermercado, a la librería o al almacén y ver los estantes desordenados, aunque sé que hay personal que se encarga de mantener su orden, yo lo hago.

34. Odio las películas cuya filmación se ha basado en la técnica “a mano alzada”, ejemplo: ‘Cloverfield’. Así como los videos caseros mal grabados, tanto movimiento de cámara me marea, hasta vomito, en verdad me enferma. Y no es exageración.

35. Odio a los gatos, cuando los veo muy cerca de mí, retrocedo, me quedo inmóvil o me escondo.

36. No tengo vergüenza de decir que mi comportamiento rayado, mis antojos, los dolores insoportables y mi ausencia en alguna reunión se deben a mi periodo menstrual, no me incomoda hablar del tema o de cómo me aqueja.

37. Detesto el olor del pollo hervido.

38. Al messenger (msn) le quité el sonido, me enervaba escuchar el sonidito cada vez que un contacto se conectaba, que alguien me hablaba o que un desesperado me zumbaba.

39. Detesto el olor del smoke de los carros, el olor de la gasolina, del petróleo, del kerosene y de la grasa de auto.

40. Me desagrada el humo del cigarro, no fumo, pero me gusta su olor y el sabor de este cuando beso al novio que acaba de fumar.

41. Solo tolero el vino, el champagne y el cocktail de algarrobina, el resto de tragos, incluida la cerveza, me dan asco.

42. No me gusta el ceviche, salvo que el pescado tenga buena apariencia, para mi esta es: blanca, pura carne y sin, lo que yo llamo, grasas. Con cinco trozos estoy satisfecha, lo que si me gusta es el jugo de limón del ceviche con la famosa torta de choclo.

43. Me encanta que me agarren el cuello o las mejillas cuando me besan.

44. Me encantan las mariposas y las libélulas. Las polillas solo las puedo ver, tenerlas cerca sencillamente me desesperan.

45. Me gusta el olor de los desinfectantes, en especial el de ‘Pinesol’, el olor de la cera líquida, pero detesto el olor de los ambientadores de baño.

46. Me paso el día, y la noche, bajando la tapa del baño. Tapa que no solo ha sido subida por el hombre con el que comparto el baño sino que también ha sido dejada arriba por la mujercita que dice ser mi hermana.

47. Cuando converso con alguien me gusta que me mire a los ojos, tal como lo hago yo.

48. Me pone de mal humor la gente que huele feo, más cuando se trata de hombres que aspiran ser algo más que amigos. Y también aquellos que lo son (amigos) y al olerlos da la impresión que se orinaron en sus pantalones.

49. No puedo taparme hasta la cabeza cuando duermo, así haga mucho frío dejo mi cabeza fuera y me tapo solo hasta el cuello.

50. Las únicas carnes que puedo comer son: la de pollo, la de vaca, de pescado y algunos embutidos. Detesto el cuy, la paloma, el conejo, el chancho, el cabrito, el pato, el pavo, la gallina y partes como: hígado, molleja, corazón y muchas más.

51. No me gusta calentar mi comida, cuando es ‘necesario’ hacerlo, salvo que la comida haya estado durante más de diez horas en el refrigerador y se sienta realmente como un pedazo de hielo, solo así. Esto sucede porque no me gusta la comida y las bebidas calientes. El té, café, anís o lo que sea también debe ser tibio (lo que pare mí es tibio para mis allegados es frío, aún así yo lo siento un ‘poquito’ caliente).

52. Detesto cuando las personas no piden disculpas cuando me rozan con fuerza o, aunque sea, me hacen mover el brazo o pierna de lugar. Así como a las personas que no piden las cosas por favor ni dicen gracias una vez que reciben la ayuda.

53. No me gusta cuando, en una charla seria con algún amigo, este suelta dos pu** madre por cada cinco palabras. Me da ganas de gritarle.

54. No me gusta el yogurt natural ni la ensalada de frutas. Por el contrario, AMO el helado. Sabores: Chocolate + Vainilla + Sauco + Chochip

55. Hay ocasiones en las que no me gusta saludar con beso en la mejilla a las personas, ni aunque sean muy amigos míos y ni siquiera si está presente el chico que me gusta.

56. No me gusta sentarme en el asiento de atrás cuando voy en el auto de mi papá, mando a mi mamá, hermanos, tíos y demás personas atrás, yo tengo que ir en el asiento de copiloto. Lo mismo me pasa en los autos de amigos. Caso contrario sucede en los taxis, es necesario para mí ir atrás y justo detrás del conductor.

57. Me encanta sacarme los zapatos y quedarme solo en medias cuando estoy sentada frente a la PC o cuando veo televisión sentada.

58. En más de una ocasión me han atraído, por no decir gustado, chicos menores que yo, hasta tres años menos es lo “aceptable” en mi registro. Y no tengo ningún prejuicio con ello, al contrario, son, los menores que yo, los que llaman más mi atención.

59. Me gusta coleccionar cuadernos y fólderes con portadas interesantes, etiquetas de ropa, bolsas de tiendas, postales con fotografías alucinantes, llaveros, lapiceros de colores o de empresas, monedas antiguas y actuales, botellas de vidrio con formas graciosas y volantes de publicidad muy bien diseñados. Así como cartas, postales y tarjetas que, a lo largo del tiempo, me han enviado mis amigos y familiares.

60. Cuando tengo un billete superior al de diez soles doblado en la billetera o en el bolsillo del pantalón o de la casaca me da pánico perderlo. Suelo revisar cada diez minutos si sigue en su lugar. Ni qué decir cuando tengo más de cien soles.

61. Detesto la impuntualidad, tolero que alguien llegue a una cita, clase, reunión, etc. con hasta quince minutos de retraso, pero de ahí a llegar a las seis y media cuando se quedó a las seis me parece, además de irrespetuoso, horripilante.

62. Cuando leo o escucho frases bonitas, las copio en un cuaderno especial para ello.

63. Sueño con casarme en un jardín cercano a una playa, al atardecer y con un bouquet de tulipanes. Siendo el tema principal: Hasta mi final (Il Divo).

64. Me encanta el color violeta y sus derivados, así como el producto de sus fusiones con fucsia y rosa. Además del verde limón y del turquesa.

65. Adoro el agua mineral con gas, no tolero su presentación sin este fluido. Tampoco puedo tomar, así muera de sed, agua filtrada tibia, tiene que ser siempre helada, aún en invierno.

66. Me encanta cantar cuando nadie me escucha y detesto hacerlo en público, cuando es necesario entonar alguna canción, no saco la aceptable voz que se asoma en soledad, aquella que muchas veces grabo en un cassette, refundo al fondo de un cajón y a la semana borro.

67. Para lograr dormir siempre tengo que estar recostada hacia la derecha, luego me muevo hacia la izquierda, pocas veces boca abajo y nunca boca arriba.

68. Cuando camino sola siempre lo hago rápido, muchas veces llego agitada a mi objetivo, me repito que debo hacerlo más lento, pero es en vano. No me gusta caminar despacio cuando salgo en soledad.

69. Cuando voy a tomar un taxi muchas veces dejo pasar varios vacíos, hasta que sienta que debo parar uno.

70. Cuando bajo de un taxi, del carro (de cualquier persona) o cuando me paro de una silla (así sea en mi casa) siempre volteo para ver si no se quedó nada mío, sea dinero, algún papel, celular, tarjeta, etc.

71. Cuando escribo un mensaje de texto suelo leerlo varias veces para constatar que la idea está bien digitada, por este motivo demoro en responder. Lo mismo me pasa cuando recibo uno, lo leo hasta tres veces.

72. Cuando almuerzo o ceno, sea en casa o en algún restaurante, y el plato que me toca contiene arroz, la parte donde este está servido tiene que –siempre- estar hacia abajo, el guiso, menestra, pollo o lo que sea debe estar hacia arriba. Y si una ensalada, un huevo frito o ají lo acompaña, estos deberán ir a un lado del arroz.

73. Me da asco comer los pedazos de carne o pollo que quedan en los huesos, sólo como lo que el tenedor pudo sacar, nunca meteré mano ni lo terminaré con los dientes.

74. Si alguna vez encuentro un cabello o una hormiga en alguna comida, nunca más pediré el mismo plato aunque sí volveré al mismo restaurante.

75. Desde que tengo uso de razón corto las fotografías, de los artistas que me gustan, de cualquier publicación. Hasta ahora las conservo en un viejo fólder que va aumentando su grosor con el paso del tiempo.

76. Cuando voy al cine me gusta sentarme en una de las cuatro últimas filas, siempre dejando un asiento del pasillo, nunca en medio, me da pánico. Y me desagrada si alguien, que no es de mi grupo (si es que voy acompañada), se sienta a mi lado. Siento que este desconocido no respeta mi espacio personal.

77. No me gusta tomar bebidas ni comer pop corn durante la función, la primera la rechazo porque me incita a correr al baño perdiéndome escenas de la película, la segunda simplemente porque no me gusta su sabor.

78. Me encanta forrar las cajas de zapatos, y todas aquellas que tengan tapa, con papeles de regalo bonitos y originales para meter ahí todo lo que colecciono y que relaté en el número 59.

79. Cada vez que se termina el año busco la agenda deseada para el siguiente año, agenda que nunca usaré en su totalidad.

80. Continuamente estoy apagando las luces que otros han dejado prendidas, sea en mi casa o en las ajenas.

81. Cada vez que me levanto por la mañana, siempre, tengo que tender mi cama antes o después de lavarme la cara. No concibo la idea de una cama destendida. Esto también lo hago en los hoteles, aunque para eso esté la mucama.

82. Siempre como primero lo más feo y dejo para el final lo más rico de mi plato de comida.

83. Así me muera de hambre no como: filete de atún, hígado frito o cocido, caiguas rellenas ni caucau.

84. Tengo la odiosa costumbre, para mi hermana lo más molestoso, de leer los capítulos adelantados de cuanta telenovela se transmita y que en mi casa se vea, las brasileras son las favoritas. Y para mí es una delicia contarles qué pasará en el próximo capítulo. Aunque les malogre la ‘emoción’ del culebrón.

85. Me encanta grabar en video cassettes las mejores escenas de mis series o telenovelas favoritas. Mucho más cuando se trata de acciones de los protagonistas.

86. Solo como pizza hecha en casa, las demás las evado porque me caen muy mal al estómago y cuando las como tengo que, inmediatamente, tomar algo que yo llamo “el endura panza”: cocoa.

87. Cuando voy al baño llevo alguna revista para leer pero cuando no hay nada al alcance hablo sola.

88. Cuando tengo que estudiar para un examen de letras, paso toda la clase, de mi cuaderno, a Microsoft Word, le pongo letra grande, lo imprimo y de ahí recién lo estudio.

89. Soy demasiado impaciente, cuando tengo que esperar para que cargue una página de Internet o para ser atendida en alguna oficina tamboreo los dedos sobre la mesa, esto lo hago para no morderme las uñas que demasiados impuestos han pagado ya.

90. Cuando estudio, leo o escribo tengo que hacerlo escuchando música. Obviamente canciones tranquilas, nada de rock pesado, el tener el Winamp, el Reproductor de Windows Media o el Mp3 me permite concentrarme mejor que oyendo los ruidos ‘caseros’.

91. No puedo dormir, ni vivir, en un dormitorio que NO tenga cuadros o posters en la pared. Las paredes sin ningún ornamento me descuadran.

92. Me da asco compartir el vaso o la botella de agua, o de gaseosa, con personas que acabo de conocer y con niños de diez años para abajo.

93. No me gusta el ají picante, es obvio que debe serlo pero siempre exijo, en casa, que no pique nada. Para mí debe ser como una crema más, tal como salsa golf por ejemplo.

94. Nunca comeré las deliciosas empanadas argentinas de Sorrento (Av. Bolognesi Chiclayo) sin una porción de papas fritas ni sin una gaseosa. Si la ensalada la acompaña, mucho mejor, pero empanada sola jamás.

95. Tengo la costumbre de recostarme sobre el hombro de quien esté a mi lado derecho o izquierdo cuando: tengo frío, tengo sueño o tengo miedo.

96. Casi siempre guiño el ojo derecho a las personas, como señal de camaradería o de complicidad. Nunca será como coqueteo porque para esto soy demasiado tímida.

97. Cuando alguien se tropieza o se cae al piso no puedo evitar reírme, mucho más cuando la que se cae o tropieza soy yo.

98. Cuando veo televisión tengo la manía de rascarme la cabeza y hacerme la raya del pelo con los dedos una y otra vez, así hasta que, lo que estoy viendo, llega a su fin.

99. Cada vez que escucho un poema o alguna canción y estos me agradan, copio un trozo en algún papel, en el celular o lo grabo en la mente y, cuando puedo, lo busco en Internet y termino descargando la canción y copiando el poema.

100. Cuando me lavo los dientes, cierro la llave del agua. Si todos lo hiciéramos, ¿pueden imaginar cuánta agua se ahorraría?

101. Me fascina ver el estado de la Luna todas las noches. Si está redonda y hermosamente plateada me hace sentir inmensamente feliz.

Y la lista seguiría, pero... ¿para qué conocerme tan a fondo ustedes desconocidos?
Con que me conozca yo y acepte cada una de estas -'pequeñas'- manías mías basta y sobra... o ¿no?
La terapia, por hoy, ha concluido con éxito. Hagan la prueba, redacten y enumeren las suyas... verán cuánto más se conocerán y aceptarán. Locos, habemos varios ¿y?

miércoles, abril 02, 2008

BIG GIRLS DON'T CRY

Y lloro... por 'gusto'



Big girls don’t cry... canta una famosa y exuberante mujer. Soy “big”, soy “girl” y SÍ, lloro, y mucho, derramo decenas de centímetros cúbicos de sustancia salina en cualquier lugar, en cualquier momento, a cualquier hora y delante de cualquier persona.

Nunca me he cohibido al llorar, he llorado delante de mis padres cuando era apenas una cría o delante de mi abuela cuando la despedía y de paso en medio de centenares de personas que pueden abarrotar un aeropuerto. He llorado delante de mis tías –maternas- cuando me he caído o delante de mis primos –maternos- cuando ellos han caído. He llorado con mis hermanos cuando me han lastimado o cuando he sido yo la que los ha herido.

He llorado con y delante de amigos al sufrir distancias, separaciones o melancolías. He llorado delante de centenares de doctores, enfermeras, técnicos, paramédicos y hasta bomberos. He llorado delante de todos los presentes en los velorios (sea mi familia o la de alguien cercano a mí). He llorado en frente de 37 personitas que me otorgaron –sin ellas saberlo- el mejor regalo en medio de una clase, tal vez algún día les cuente a ustedes de qué se trata y a ellas recordarles qué fue.

Cuando tenía ocho años era costumbre escuchar de boca de mi madre “no llores tanto que las lágrimas se te acabarán” mientras me arrullaba en sus brazos acompañándome en el llanto. Fue en ese tiempo –y hasta que tuve 15- que el llorar se volvió una adicción, una cotidianidad, algo tan habitual que no podía parar. Aunque en ese entonces lloraba de dolor, de verdadero e inaguantable dolor físico. Otra historia que tal vez algún día me anime a plasmar en papel.

He llorado de noche y de día, despierta y en sueños, consciente e inconsciente, por tristeza y por dolor. Y también he llorado por ellos… por lo que yo creía “amor”. Siendo éstas las únicas ocasiones en las que nadie me ha visto... he llorado en mi soledad.

Hoy, algo que verdaderamente me descontrola es cuando me siento enojada, decepcionada o simplemente impotente y las lágrimas bañan mis abultadas mejillas. Me repito una y otra vez: No llores, resiste, no llores. Pero la voz se me quiebra y algún lagrimeo me traiciona. Atribuyéndole a alguna basurita el evidente estado ‘lacrimógeno’ de mis ojos. También me desespero cuando las lágrimas amenazan mis pupilas, el corazón se me estruja e ignoro la razón.

Los psicólogos dicen que llorar es bueno, que desfogar la cólera, culpa, tristeza, impotencia, decepción, y demás sensaciones a través de las lágrimas es la mejor terapia. Yo, la llorona número tres de mi familia –la uno es mi abuela, la dos mi madre-, rompió con ésta terapia que por años me acompañó. El 11 de diciembre pasará al recuerdo como el día que no lloré siendo el momento en el que más debí hacerlo. En algún nuevo post relataré la situación de tensión, temor y responsabilidad en la que debí llorar “como Magdalena” pero me contuve “como un muerto”.

Cada vez que escucho la ya saturada “Big girl don’t cry” me río… me río de mí, de todas las lágrimas que derramé en los veintidós años de vida y por todas las lágrimas que derramaré en los que me restan. Me río por haberme quedado dormida llorando alguna vez –o veces-, me río de las situaciones tan fofas en las que lloriqueé, de los momentos tensos y llenos de dolor en los que gimoteé y de las personas, acertadas o no, por las que derramé 1000 centímetros cúbicos de saladas lágrimas. Y continuaré llorando y continuaré riéndome por eso. Aunque todos lo vean o aunque nadie lo sepa.

“Dejando de lado los motivos, atengámonos a la manera correcta de llorar, entendiendo por esto un llanto que no ingrese en el escándalo, ni que insulte a la sonrisa con su paralela y torpe semejanza. El llanto medio u ordinario consiste en una contracción general del rostro y un sonido espasmódico acompañado de lágrimas y mocos, estos últimos al final, pues el llanto se acaba en el momento en que uno se suena enérgicamente.

Para llorar, dirija la imaginación hacia usted mismo, y si esto le resulta imposible por haber contraído el hábito de creer en el mundo exterior, piense en un pato cubierto de hormigas o en esos golfos del estrecho de Magallanes en los que no entra nadie, nunca.

Llegado el llanto, se tapará con decoro el rostro usando ambas manos con la palma hacia adentro. Los niños llorarán con la manga del saco contra la cara, y de preferencia en un rincón del cuarto. Duración media del llanto, tres minutos. Julio Cortazar”


Y si soñar no hace mal ni cuesta nada. Pues llorar tampoco.
A seguir llorando se ha dicho... Seamos hombres, mujeres o ambas cosas a la vez. ¿O es que aún quedan tabúes?

viernes, febrero 29, 2008

RECUERDO A SANDY

Hace X cantidad de meses -me hace bien olvidarlo- una parte de la familia dejó de existir. Y yo me pregunté ¿Cuántas vidas -humanas o no- podrá cobrar el cáncer?. Sí! Sandy no era humana, era una perrita sin raza determinada -coloquialmente conocida como "chusca"- pero con una personalidad canina muy bien marcada. Su corazón dejó de latir una tarde y su cuerpo yace en mi jardín. A varios metros de mí. Y el día de su entierro esto es lo que escribí, mientras la pena hacía hoyos en mi corazón y las lágrimas surcaban mis mejillas:


"Sandy, más conocida como Sandía, sí como la fruta, también era llamada Sandy del Perú, o Sandía del Perú, tenía muchos nombres y a su vez muchos lugares: un corazón que la amaba y amará como a una hija, otro que la atesorará como a un cuarto retoño, tres que la recordarán como a la hermana pequeña y consentida, un sexto corazón que ella consideraba su “muso inspirador” y centenares más que la conocieron y automáticamente la hicieron su amiga. Mi amiga querida, la que hace tantos años nos acompaña y seguirá haciéndolo, tal vez no estará allí para “pedir” un chicle o para gruñir a Dalma, tal vez no saltará dentro de un carro para salir a pasear o aparecerá meneando la cola al primer sonido de ollas y sartenes, tal vez no se deslizará debajo de las camas en busca de calor y comodidad o permanecerá atenta a nuestras conversaciones, tal vez mis pies no la encontrarán debajo de la mesa, ni sus patitas rascarán mi puerta a medianoche, nada de esto volverá a pasar... pero ella... la elegante y “burguesa” Sandy... siempre invadirá mi recuerdo, llegará a mi memoria y hará feliz mi corazón"

Hoy, como todos los días desde aquel X, invadió mi recuerdo, llegó a mi memoria y sin duda hizo feliz, muy feliz, mi corazón...



:: TE AMAMOS SANDY :: EN VERDAD NOS HACES FALTA ::


Con su collar de perlas, ella siempre chic

): Linda nuestra gordita :(

Una semana antes de dejarnos


domingo, enero 20, 2008

VÉRTIGO

Miedo me da...



Desde chica sufro, sufrí y sufriré de alguna fobia, por no decir "algunaS fobiaS". Hace un par de meses descubrí un blog muy interesante. "El Club de lo Insólito" de David Hidalgo. En una entrega suya habló sobre cuáles son las fobias más raras. Luego de armar mi propia lista -lo más resumido posible- de las mías, en verdad me sorprendí, son muchos los miedos -por no decir terrores- que alteran mi pobre estabilidad desde que mi memoria me sirve, para lo que me conviene o no.

Con la ayuda de una página, proporcionada por el mismo blogger, pude hacer un recuento de mis fobias, para mí las más aterradoras, para otros las más absurdas:


Gefirofobia: Miedo a cruzar puentes. Cuando he tenido que cruzar uno -a pie- ha sido emanando líquido por todo poro de mi cuerpo y agarrando -y lastimando- fuerte a mi acompañante. Sea con amigos, pareja o familia, nunca podré cruzar un muelle. Las tablas muy separadas, las olas ondulando debajo mío y la posibilidad de que éste se desmorone con el trajín de cientos de personas -y del tiempo- me producen un terror inexplicable.

Ciclofobia: Miedo a montar bicicleta. Debo confesar que no sólo le tengo miedo a montar una bicicleta, sino a todo medio de transporte que funcione con dos ruedas. Motocicletas, patinetas, scooters y hasta patines son vistos de lejos por mí. Debo admitir, también, que alguna vez me subí a uno de estos, pero las experiencias no permitieron que disfrute de la adrenalina, todo lo contrario, puedo decir que ODIO éstos aparatos, aunque en mis más remotas fantasías y sueños yo desciendo de una motocicleta, una casaca de cuero cubre mi espalda y sonrío, pero cuando despierto lloro.

Esquelerofobia: Miedo a los ladrones. Tal vez muchos dirán “Todos tememos a los ladrones” pero el sentir una fobia es mucho más que un temor, el sólo hecho de imaginar que puedo ser asaltada me produce una agitación insólita. Debo ser afortunada al decir que nunca me han robado ni el celular -hurto muy común en mi círculo de amigos- y debo ser muy franca al rogar –implorar- a Dios que nunca lo hagan.

Hipsifobia, Acrofobia o Altofobia: Miedo a las alturas. Este es mi mayor fobia, es algo que muchas veces me saca de quicio. A pesar de que en más de una ocasión he querido superarla, me ha sido imposible. Son pocos los que entienden el terror que siento cuando debo bajar una escalera sin barandas o cuando debo caminar al margen de un abismo –una altura de 2 metros es considerada abismo para mí- y aprovecho también para agradecerles a quienes en más de una ocasión han prestado sus manos, brazos, hombros y hasta cinturas para “ayudarme” a transitar por el abismo con seguridad. Sola, mis piernas se paralizan y mi corazón se acelera. Tal vez otro medio que desencadena esta fobia es quedarme en una altura y no haber nadie quién pueda ayudarme a bajar.

Cremnofobia: Miedo a los precipicios. Claramente relacionado con el miedo a las alturas, tengo amigos que en alguna azotea se paran libremente al borde del techo y ven hacia abajo. Yo, nerviosa, acelerada y hasta mareada me pregunto: ¿Cómo puede la gente pararse al borde para ver hacia abajo?.

Catapedafobia: Miedo a saltar sean alturas bajas o altas. Esta es otra fobia relacionada con la Hipsifobia. Y como ya comenzamos con esta lista, es honesto confesar la “ridiculez más ridícula” –como diría una persona muy conocida- con la sangre en las mejillas. Aquí va: No puedo saltar ni de mi silla. He pasado tantas vergüenzas por culpa de esto. Es fácil reírse de una persona que le tiene miedo a bajar esas veredas súper altas que a veces existen en las calles, pero es tremendamente difícil si estás de mi lado. Hoy puedo bajar esas aceras y recordar, también, a quienes me ayudaron a hacerlo, cuando mi terror era aún más fuerte.

Tripanofobia: Miedo a las inyecciones. Hasta hoy puedo recordar las veces que algún músculo de mi cuerpo ha sido pinchado con alguna aguja. La primera fue a los 6 años, mi madre me hizo vacunar contra quién sabe qué, solo ella lo sabe, si es que lo recuerda. La segunda fue cuando me hicieron mi primera tomografía –y era necesario usar contraste para ella, como sabrán se inyecta un líquido especial- correría el año de 1997, o quizá 1998. La tercera vez fue para la segunda tomografía, también con contraste. La cuarta y quinta ocasión que una aguja visitó mi músculo fue para otra vacuna, esta vez por fuerza y obra de mi padre, estaba más grande –dieciocho- y lloraba más. La sexta llegó durante las ya conocidas Campañas de Vacunación, en mi facultad y ante un público de casi diez amigos. La sétima ocurrió para la tercera tomografía, bajo el mismo sistema de las otras dos. El octavo, noveno y décimo inyectable fue por culpa de una infección en la garganta que las pastillas no pudieron curar. Y así fueron diez las más odiadas experiencias en mi vida. Casi provocaron que mi corazón saliera –acelerado- por mi boca. Casi, el hueso de la mano de quien apretaba con toda la fuerza de mi dolor terminó roto y casi se secaron mis lágrimas. Aunque es bueno que sepan que además de los inyectables odio las agujas que penetran mi brazo, aquellas emulaciones de vampiros que desean extraer la más grande cantidad de mi sangre. Extracciones que me acompañan cada mes desde hace 13 años. Debido a una alteración inmunológica que podría ser dueña de otro post y de otra fobia.

Hodofobia: Miedo al viaje en carretera. Olvidando las agujas, que de sólo recordarlas me dan náuseas, confieso que ODIO los viajes en carro, bus o camión, como quieran llamarlo. Cuando viajo por ruta, no puedo dormir si es de noche y no puedo estar tranquila si es de día. El pensar que otro auto puede provocar un vuelco del mío o que en medio de la noche puedo ser asaltada provoca en mí una tensión insoportable que no me deja permanecer 100% tranquila así viaje sola o acompañada, con familia o amigos.

Ligofobia, Acluofobia, Escotofobia o Mictofobia: Miedo a la oscuridad. Las alturas son el “primer gran odioso miedo”, la oscuridad el segundo. Cuando hay apagones, ese corte brusco de luz, que sume mi alrededor en una oscuridad completa puede provocar mi muerte. Han sido dos las ocasiones en las que he entrado en una especie de ataque nervioso o de pánico, que recordar me hace mal. Sólo pido -desde aquí- que nunca, nunca me apaguen la luz de golpe y si esto sucede por casualidad acudan a mi ayuda. En casa cuando hay apagones lo primero que hacen, no es prender una vela o sacar una linterna, sino es gritar “Jill ¿dónde estas?. Ya voy”

Vaquinofobia: Miedo a las vacunas. Relaté algo –mucho- sobre esto en mi miedo a las inyecciones, si éstas no fueran inyectables “santo remedio”.

Agorafobia, Demofobia o Enetofobia: Miedo a las multitudes. Es raro cuando lo cuento, es raro cuando lo escuchan y es, aún más, raro cuando me sucede. Es cierto que en una discoteca o en un concierto al que alguna vez fui, hubo multitudes, pero siempre –en el segundo caso- han sido multitudes ordenas, sean con asientos para sentarse o con asientos en donde pararse, nunca multitudes apiñadas una muy junto a la otra. En el primer caso –el de las discotecas- bailo muy cerca de la puerta o muy al borde de la pista de baile, tiene que haber mucho espacio o de lo contrario me voy, nunca me meteré al centro de un gentío. Esta falta de aire, acaloración, falta de estabilidad, mareo y hasta mal carácter me sucede no sólo en discotecas apiñadas o en conciertos masivos a lo Brahma Tour o Grupo 5. También me sucede en supermercados abarrotados de gente o en centros comerciales donde las multitudes se mueven hacia mí o conmigo. Por eso, festividades, feriados y fines de semana evito estos lugares.




A veces quisiera ser una especie de Juan sin miedo, versión femenina. Muchas de las personas con las que comparto mi tiempo, mi vida y mis sentimientos en contadas ocasiones -por no decir en innumerables ocasiones- se burlan o quejan de mi "cobardía" o "mariconada". Lo que muchos no entienden es que temerle a algo, sea un dominante mamífero o una insignificante inyección, es en verdad preocupante, estresante, doloroso y hasta vergonzoso.

Lo que un fóbico siente al enfrentarse a su miedo es algo que no debe ser motivo de burla o que no debe usarse para decir estúpidas frases tales como “Es una simple escalera, ¡baja! No hagas drama” o “No te voy a ayudar a pasar el puente, tienes que enfrentar tu miedo” Ok. Sé que tengo que enfrentarlos, sé que tengo que pasar el obstáculo y salir victoriosa. Pero, ¿qué puedo hacer cuándo al enfrentarme, sudo, me mareo, se acelera el corazón, el aire me es escaso, la tensión me paraliza y hasta me dan ganas de vomitar?

Creo que algún día podré enfrentarme a estos miedos tontos, para muchos, increíblemente dolorosos para mí. Pero, he decidido que hoy no será.