domingo, octubre 30, 2011

Una VIDA hecha LIBRO - Parte II


2. PORTALES DE ESPLENDOR
–Elisabeth Elliot

Una historia increíble y conmovedora de coraje, fe y de consagración. La historia del martirio de cinco misioneros que dieron sus vidas para evangelizar a los Indios Aucas. Estos fueron los primeros en penetrar la tierra de los Aucas en el Ecuador con el Evangelio de Cristo, solo para ser muertos por estos. No obstante, ha habido fruto para el Señor.
En este libro la autora da un relato auténtico, veraz en cada detalle, basado en las observaciones de esta esposa de uno de los misioneros, y sobre las cartas, diarios, o informes de su esposo y de los otros cuatro hombres con quienes estuvo unido en esta “Operación Auca” para Cristo. Ha sido tal vez la misión más dramática y audaz de los tiempos modernos para alcanzar a un pueblo indígena con el Evangelio.
Este libro es la versión ampliada de todo aquello que Elisabeth Elliot narra en La Sombra del Todopoderoso de manera resumida. O sea, de todo aquello que sucede en la selva del Ecuador contado en los diarios y cartas de aquellos cuatro hombres que también perecieron junto a Jim Elliot. Además, de cómo llegaron a esos parajes y sucesos narrados en su propia perspectiva.
Jim Elliot (Portland, Oregon. 1927) estaba seguro que la guía del Señor apuntaba hacia el Ecuador por lo que oraba por un camarada con quien compartir la experiencia misionera, por un hombre soltero dispuesto a dedicarse por completo en la obra como él. Al principio pensó que podría ser Ed McCully pero cuando este se casó en junio de 1951 Jim continuó orando por alguien más. Así es como Dios le envía a Pete Fleming (Seattle, Washington. 1928), a quien Jim Elliot conocía desde antes. Pete era Licenciado en Literatura y andaba en busca de una dirección divina.
«Yo estaría muy contento si Dios te persuadiera a que fueras conmigo, pero si el Dueño de la Mies no te impulsa, espero que te quedes en casa. Para mí el Ecuador es un sendero de obediencia a la sencilla palabra de Cristo. Hay lugar para mí allí y estoy libre para ir. De eso estoy seguro. Él te guiará a ti también, y no permitirá que pases por alto las señales».
-Jim Elliot a Pete Fleming
Tras dieciocho días de navegar llegaron a Ecuador, en febrero de 1952. Su primer destino sería Quito en donde vivirían durante seis meses para aprender español. Se inscribieron en sus clases y alquilaron una habitación en casa de un médico local que tenía cinco hijos.
«”Señor Jaime”, le dijo el pequeño Moquetín, un rapazuelo de seis años con brillantes ojos, “¿Por qué está su cara tan colorada?” Jim le replicó, “¿Por qué está tu cara siempre bronceada?” “Porque es más linda así”, fue la inesperada respuesta.»
-Hijo del médico a Jim Elliot
La dedicación completa al Padre, y el amor a una tribu de salvajes que aún no conocía, también invadía el corazón de Pete:
«Estoy ansiando ahora alcanzar a los Aucas si Dios me da el honor de proclamar el Nombre entre ellos. […] Gustosamente daría mi vida por esa tribu con tal de ver una asamblea de esa gente orgullosa, hábil y despierta, juntándose alrededor de una mesa en honor al Hijo. ¡Gustosamente, gustosamente, gustosamente! ¿Qué más podría concederse a una vida?»
-Pete Fleming
Terminados los seis meses, partieron rumbo a Shandia, la estación misionera quichua que el Dr. Tidmarsh había abandonado a causa de la salud de su esposa. Ese era el lugar donde Pete y Jim iniciarían su misión. En diciembre de 1952 llegaría Ed McCully (Milwaukee. 1926) a Quito, Ecuador cumplido de esta manera el deseo que tuvieran Jim y Ed de algún día trabajar juntos. Arribó en compañía de su esposa Marilou y su hijito Steve.
«Ed amaba de todo corazón a la muchacha con la que se iba a casar: “Cuando alguien me habla, me cuesta un verdadero esfuerzo seguir la conversación. ¡Es una sensación de lo más curiosa! ¡Empiezo a creer todo lo que los poetas y autores de canciones tienen que decir del amor!”»
-Ed McCully
Shandia fue destruida por la inundación, lo que dejó en ruinas la pequeña estación misionera. Pete, Jim y Ed unieron esfuerzos para reconstruir sus casitas y una vez listas Ed trajo a su familia desde Quito. Ya estaban los tres juntos compartiendo su labor misionera.
Nate Saint (Philadelphia. 1923) y su esposa Marj llegaron a la selva ecuatoriana en Septiembre de 1948, su primer trabajo fue levantar una vivienda en Shell Mera que se transformó en casa-depósito-taller. Nate había llegado como piloto de la Missionary Aviation Felowship, fundada por dos ex pilotos navales cuya finalidad era transportar misioneros evangélicos, sus provisiones y sus enfermos.
«”Después de todo”, decían, “se supone que un misionero confía en el Señor”. “Quizá mi razonamiento sea pagano, como se me ha dicho”, Nate escribió a casa. “Creo en los milagros. Para Dios no son nada seguramente. Pero el asunto es hallar el plan que el Señor ha elegido para que nos amoldemos a él. Yo no estaría aquí si no estuviera confiando en el Señor. […] Me preocupa la seguridad, pero no permito que entorpezcan mi tarea para Dios. Cada vez que despego, estoy dispuesto a ofrendar a Dios la vida que le debo”.»
-Nate Saint
Roger Youderian (Montana. 1924), su esposa Bárbara y sus dos hijos Beth Elaine y Jerry vivían en Macuma, situada en territorio Jíbaro, los que son conocidos en el mundo entero por su costumbre de achicar las cabezas humanas. Llegaron a Ecuador en enero de 1953, aprendieron castellano en Shell Mera y se mudaron a Macuma, donde aprendieron el idioma jíbaro para luego enseñarles a leer y escribir a estos indios en su propio idioma. Incluso para oficiar de médico y salvarles la vida a tantos indios victimas de una “simple” gripe.
«Los indios corrieron hacia la chacra y vieron desaparecer el avión. Con eso decidí dar por terminado el asunto por el día, y junté a los indios para una reunión y un poco de enseñanza del Evangelio. Apenas habíamos empezado cuando los indios gritaron que el avión regresaba. Algunos dijeron, “¡No, lo estás oyendo con el corazón!” Pero pronto lo vimos. ¡Hombre, no te puedes imaginar lo que le hace a un individuo ver este pequeño artefacto amarillo llegar por sobre los árboles!»
-Roger Youderian
Pete Fleming, al ver a la familia McCully inmersos en la obra misionera, comenzó a pensar acerca de su futuro y en su novia Olive Ainslie, se habían comprometido a través del correo mientras él estaba en la selva. Pero Pete dudaba si habría algún conflicto entre su próximo matrimonio y su llamado a los Aucas.
«Me parece que Olive, si exigiera el caso, preferiría más bien que yo muriera después de haber vivido juntos, que postergar indefinidamente nuestro casamiento ante la posibilidad de que pudiese suceder algo fatal. Nuestra vida se ha hecho una, y no creo que Dios nos ha de separar en nuestro discernimiento de la voluntad divina».
-Pete Fleming
De esta manera Pete Fleming partió en junio de 1954 a los Estados Unidos. A su regresó, él y su esposa, pasaron un año en Quito mientras ella aprendía el castellano y él traducía las Escrituras al Quichua, compartía la palabra y refrescaba su español. Concluido este tiempo, ambos se mudaron a Puyupungu, a la casa donde habían vivido los Elliot. Paralelo a esto los McCully se mudaron a Arajuno, tan cerca de los aucas como fue posible, casa que se convirtió en la base de la operación.
En setiembre de 1955 empezó oficialmente la Operación Auca, durante ese mes Dios empezó a «entretejer cinco hebras separadas para hacer de ellas una sola resplandeciente tela para su propia gloria». Cinco hombres de distintas partes de Estados Unidos habían llegado a la selva ecuatoriana bajo una misma fe. Cristo les dijo “Id” y su respuesta fue “Envíame a mí”. La operación inició con un reconocimiento y un trabajo de sobrevuelos que irían acostumbrando a estos indios a su presencia y demostrándoles, mediante los regalos que les dejaban caer desde la avioneta, que eran sus amigos y que venían con buenas intenciones. El trabajo fue lento, una vez a la semana los visitaban desde el cielo e incluso les gritaban frases amigables. Mientras hacían esto también sobrevolaban la rivera del río Curaray con el fin de hallar una posible pista de aterrizaje, así encontraron un sector al que llamaron “Palm Beach”.
Pasados los meses, una vez hecho el contacto y seguros de que la hora de un encuentro personal con ellos había llegado, invitaron a los salvajes hasta Palm Beach. Era un viernes, 6 de enero de 1956. Llegaron tres de ellos, dos mujeres y un hombre, con quienes compartieron algunos regalos, les enseñaron el uso del repelente, al hombre lo pasearon en la avioneta y a este mismo le regalaron una miniatura de la avioneta amarilla. Estuvieron con ellos hasta que cayó la noche. Dos días después, Nate avistó desde los cielos a un grupo de aucas que se dirigían a donde ellos estaban. Gozosos, esperaban a esos indios ingratos a quienes sin conocer ya amaban. Estos mismos fueron quienes les dieron muerte, esa misma tarde. Un grupo conformado por indios, otros misioneros, fuerzas armadas ecuatorianas y de salvamento de Estados Unidos salieron en su búsqueda. Toda esperanza de encontrarlos con vida era mínima. Hallaron los cinco cuerpos a orillas de Palm Beach y en el río, y los enterraron en una misma fosa en la misma playa que había sido testigo mudo de la espera de estos cinco valientes hijos de Dios.
«En ti descansaremos, nuestro escudo y Defensor,
Tuya es la batalla, y tuyo es el honor.
Y cuando traspasemos los portales de esplendor
Victoriosos viviremos cerca de ti, Señor.»
-Himno “Descansamos en Ti”



sábado, octubre 29, 2011

Una VIDA hecha LIBRO


Leer culturiza, enseña, amplía la mente, permite soñar, alimenta el alma, y también escarapela el corazón… Y cuando leo de la vida de estos seres humanos, comunes y corrientes a simple vista, no puedo dejar de preguntarme ¿qué soy yo al lado de ellos? o ¿Para qué estoy yo aquí y no al lado de ellos?
No, ellos no fueron ni comunes ni corrientes. Tuvieron un amor inmenso rebosando de su corazón y una obediencia infinita ante el susurro de su Dios. Dijeron “Heme aquí, yo iré”. Sirvieron a su creador en tierras tan lejanas, con valentía y amor, y lo siguieron hasta el más allá, a la eternidad, donde ahora moran junto a Él.
No tengo mucho que ofrecer. No tengo mucho que dar. Pero lo que tengo lo ofrezco a ti. Si tú lo quieres usar. Te doy mis manos para trabajar. Mi voz para cantar. Te doy mis ojos para poder ver. Cada necesidad.
[NOTA: Todo aquello escrito en letras con color negro son: la sinopsis escrita en la contraportada de los libros y los pequeños extractos que mi razón y corazón creyeron oportunos para citar o ilustrar aquello que yo leí y aquí sintetizo]


PARTE I

1. LA SOMBRA DEL TODOPODEROSO. La vida y testamento de Jim Elliot
–Elisabeth Elliot
El asesinato de Jim Elliot y cuatro compañeros misioneros por los indios aucas, en 1956, horrorizó a la nación y motivó a miles a una vida de servicio. La historia que cuenta qué llevó a Elliot a las selvas de Ecuador, relatada por su esposa Elisabeth, se ha convertido en un clásico cristiano moderno. Al extraer las riquezas de su esposo y revelar sus diarios personales, ella expone las raíces que llevaron a Jim a comprometer su mismo ser al servicio de Dios, sabiendo que podría ser llamado a una muerte inesperada en la plenitud de su vida. La sombra del Todopoderoso es un retrato de un hombre de fe poco común y excepcional.
«No es tonto aquel que da lo que no puede conservar para ganar lo que no puede perder»
Jim Elliot.
Jim Elliot nació en Portland, Oregon en 1927. Asistió al Colegio universitario Wheaton, en Illinois donde se graduó con los más altos honores en 1949. Toda una vida de logros esperaban al joven Elliot y de éxitos, creando altas expectativas en la gente que lo rodeaba, pero él solo esperaba en Dios.
«Estuve muy inquieto este mediodía por algo que la gente está diciendo sobre mí a causa de que no tengo empleo. Confío en que he tenido más ejercicio que todos ellos en este asunto. Algunos piensan que debería ir a trabajar por un año. Dios sabe que estoy dispuesto. Sentí que esta carga me vino como una crítica hiriente y tuve fuertes deseos de desquitarme justificándome delante de ellos, hablándoles de las tres solicitudes de empleo que he hecho en los últimos tiempos […] Pero la Palabra del Seños Jesús vino a mí: “Ustedes se hacen los buenos delante de la gente”. Como no quiero ser uno de estos, me arrodillé a orar y leer el Salmo del día. Fue el Salmo 17, versículo 2, el que me produjo una fuerte impresión: “Se tú mi defensor, porque tus ojos ven lo que es justo… ¡Con tu mano, Señor, sálvame de estos mortales (v.14, al margen) que no tienen más herencia que esta vida!… Sus hijos han tenido abundancia… Pero yo en justicia contemplaré tu rostro; me bastará con verte cuando despierte”. Por lo tanto, Señor, estoy en tus manos, y ahora digo en fe que tú me has guiado, examinado, ejercitado y probado. Si ahora falta algo que debería estar haciendo y no hago, no lo escondas de este siervo tuyo que anhela seguirte»
- Jim Elliot, 1 de diciembre 1949
Él sabía que su Padre Celestial tenía un plan perfecto para su vida. Un plan que lo convierta en misionero sin temor a una vida de carencias materiales y mucho menos a la vida interrumpida: la muerte.
«Padre, toma mi vida, sí, y mi sangre, si esa es tu voluntad, y consúmela con tu fuego abrasador. No la puedo guardar, porque no tengo derecho a guardarla. Tómala, Señor, completa. Derrama mi vida como una oblación para el mundo. La sangre solo tiene valor cuando se derrama ante tu altar».
- Jim Elliot, 1948
«No es de extrañarse que Dios se lleve en la juventud a quienes yo hubiera dejado en la tierra hasta que fueran viejos. Dios está poblando la eternidad, y no debo restringirlo a los hombres y mujeres ancianos».
- Jim Elliot, 4 de enero de 1950
Elliot tenía muy en claro a dónde debería ir, la selva ecuatoriana poblaba sus sueños, esperanzas y oraciones.
«Oh, qué privilegio ser ministro de las cosas del “Dios feliz”. Solo espero que él me permita predicarles a aquellos que nunca han escuchado el nombre de Jesús. ¿Qué otra cosa tiene valor en esta vida? No he oído hablar de nada mejor. Señor, “¡envíame a mí!”».
- Jim Elliot, 6 de agosto de 1948
«Padre, si es tu voluntad, déjame ir a América del Sur para trabajar contigo y morir. Te pido que en tu voluntad me dejes ir pronto. Mas no sea mi voluntad, sino la tuya».
- Jim Elliot, 1948
Sus oraciones fueron respondidas, el 4 de febrero de 1952 emprendió el camino hacia Ecuador, pero ¿por qué no se quedó en la comodidad de su país desarrollado? ¿Por qué eligió entregar su vida para un pueblo de indios incivilizados, en una tierra plagada de molestias, con mosquitos y serpientes por doquier e indios asesinos merodeando las selvas?
«Se preguntarán por qué la gente elige campos misioneros fuera de los Estados Unidos, cuando nuestra propia gente joven se encuentra a la deriva porque nadie quiere tomarse el tiempo necesario para escuchar sus problemas. Les diré por qué yo me fui. Porque los jóvenes de Estados Unidos tienen cuanta oportunidad hay de estudiar, escuchar y entender la Palabra de Dios en su propio idioma, y estos indios no tienen ninguna. He tenido que fabricar una cruz con dos troncos y acostarme sobre ella, para demostrarles a los indios lo que significa crucificar a un hombre. Cuando hay tanta ignorancia por aquí, no me queda interrogante alguno en la mente sobre la razón por la que Dios me trajo aquí. Esos jóvenes de los Estados Unidos, con todos sus gimoteos, se levantarán en el Día del Juicio condenados a un destino peor que estos indios que les tienen terror a los demonios, porque teniendo una Biblia, se aburrieron de ella, mientras que aquí nunca se ha oído hablar ni siquiera de lo que es escribir».
- Jim Elliot, 6 de noviembre de 1955
Entre esos indios que no tenían ninguna oportunidad de escuchar o entender la Palabra de Dios estaban los Aucas, comunidad de indios incivilizados y asesinos por naturaleza que andaban desnudos por sus tierras lanzas en mano matando a otros indios por un machete y desconfiando de los hombres blancos. A ellos querían llegar estos cinco hombres de valor. [Además de Jim Elliot, estaban Pete Fleming (amigo suyo con quien partió a Ecuador en 1952), Ed McCully (profesor y amigo de sus tiempos en la universidad quien también recibió la selva ecuatoriana como respuesta a sus deseos de ser misionero), Nate Saint (Piloto misionero en Shell Mera) y Roger Youderian (misionero en la tribu de los Jíbaros)]
«No me atrevo a quedarme en casa mientras los quechuas perecen. ¿Qué más da si la bien alimentada iglesia de mi tierra natal necesita una sacudida? Ellos tienen las Escrituras, a Moisés y a los profetas, y mucho más. Su condenación está escrita en los libros de contabilidad de sus bancos y en el polvo de las tapas de sus Biblias».
- Jim Elliot, 8 de agosto de 1950
«Me ofrezco a trabajar por los aucas con mayor decisión que nunca, pidiendo valor espiritual, y una dirección clara y milagrosa…».
- Jim Elliot, mayo de 1952
«Dame una fe que me haga estremecer tanto, que pueda cantar. ¡Sobre los aucas, Padre, quiero cantar!».
- Jim Elliot, julio de 1952
Jim Elliot se casó (octubre 1953) en Ecuador con Elisabeth Howard, misionera enviada a otro sector de la selva ecuatoriana, a la que conocía y amaba desde sus tiempos de universitario (octubre de 1947). Amor que estaba dispuesto a sacrificar si Dios lo quería soltero entre los indios ecuatorianos. Fueron muchos los años en que llevaron una relación platónica, intercambiando cartas y pidiendo a Dios que muestre su propósito con aquellos sentimientos. La respuesta de que Elisabeth era la mujer elegida por Dios para compartir su ministerio entre los indios quechuas llegó en medio de esas selvas al compás de esa nueva vida e idioma. Luego de una larga espera y una fe absoluta en que Dios siempre hace lo CORRECTO.
«Él conoce nuestro amor, y se siente conmovido por una interna compasión; y siento que nos mantiene lejos el uno del otro para acercarnos a su presencia. Que podamos orar individualmente, diciendo: “Atráeme…” y que después nos permita decir juntos: “En pos de ti correremos”».
- Jim Elliot, septiembre de 1948
«Dios me ha hecho sentir más que nunca el anhelo de irme soltero a la obra. Aceptaría el no volverla a ver nunca más, y esto lo digo con alabanza a su sobreabundante gracia. Nuestra comunión ha sido saludable y completamente beneficiosa. Pero con respecto a casarme, ¡me horroriza la sugerencia! No tengo un indicio claro de cuál será mi trabajo, así que no puedo pensar en una esposa todavía…».
- Jim Elliot, octubre de 1948
«Qué días tan raros y tan felices ¿No nos los diste tú, Dios mío? ¿Y no es tu voluntad negarle su cumplimiento a ese amor que hemos conocido? Que se haga tu voluntad. Pero qué imposible parece esperar; sin embargo, para Dios nada es imposible [...] ¡cuán amargo es el amor no expresado!»
- Jim Elliot, septiembre de 1949
«No siento que sea justo, ni para la muchacha ni para la obra del Señor, que me vaya a atar ahora con todo lo que esa relación involucra. Admito que no es fácil escuchar que suenan las campanas de bodas, y quedarme sentado inmóvil, pero aunque tener esposa sería algo legítimo (en incluso deseable en algunos momentos), para mí no es conveniente ahora».
- Jim Elliot, 28 de abril de 1951
«Betty debería llegar al Ecuador en una semana, con el favor de Dios. Es raro que pronto podamos estar juntos; ¡maravillosamente raro! Esto dará lugar a habladurías, sobre todo en los Estados Unidos, pero no me preocupo mucho por eso aquí. Que hablen, que Dios nos defenderá. La fe hace que la vida sea tan pacífica; nos da tanta seguridad en nuestros movimientos, que las palabras de los hombres son como el viento».
- Jim Elliot, 6 de abril de 1952
«Sencillamente he reconocido el amor que hay en mí, se lo he declarado a ella y a Dios, y tan francamente como he podido, le he dicho a él que quiero hacer su voluntad en esto. No ha habido una confirmación para el compromiso hasta ahora, pero los síntomas de un hermoso noviazgo prevalecen: tal vez, no sea un noviazgo clásico o “normal”, pero a pesar de esto, es bueno, y tenernos la profunda sensación de que Dios es quien lo tiene bajo su control».
- Jim Elliot, 7 de mayo de 1952
«Pero todo el tiempo estoy loco por ella; quiero estar con ella noche y día. Con esta hambrienta obsesión del cuerpo y la soledad de la mente, a veces me encuentro fingiendo que estudio los libros sin tener la mente puesta en ellos, porque la vida sin ella me parece inútil».
- Jim Elliot, 12 de agosto de 1952
“Siento fuertemente lo correcta que es la forma en que Dios nos ha estado guiando a ti y a mí, Bett. En este momento, yo no podría estar haciendo lo que estoy haciendo y necesito hacer (cosas como dejar que los indios invadan el cuarto en cualquier momento que estamos aquí) si fuera un hombre con familia. De esta manera, siento que estamos haciendo contactos y amigos en un nivel que es más ventajoso para el futuro de la obra aquí, jugando y compartiendo con los indios de una manera que no sería posible si estuviera casado».
- Jim Elliot, 2 de diciembre de 1952
«Le di el anillo de compromiso a Betty la otra noche frente a una chimenea. Hace ya meses que para mí quedó como algo seguro que debíamos comprometernos, y solo necesitaba la oportunidad de que estuviéramos juntos y ella me dijera que sí. Y ella me dijo que sí».
- Jim Elliot, 1 de febrero de 1953
«Atanasio, un indio con quince hijos que les había rogado que fueran a vivir entre ellos para poner una escuela. Esta petición, la primera de su clase que los hombres habían tenido de parte de los indios, no era como para ser rechazada. […] Entonces, ¿quién podría entrar a Puyupungu? La respuesta les pareció obvia para todos los tres hombres. “Así que”, me dijo Jim mientras me hablaba de esto, “¿Cuándo es lo más pronto que te vas a casar conmigo?”»
- Elisabeth Elliot, 1953
«La vida matrimonial es una vida abundante, como siempre he sabido que es la vida, pero más abundante aun es su complejidad. No hemos conocido nada más que armonía. El “ajuste matrimonial” es algo que, si existe, yo estoy atravesando sin esfuerzo y hasta de manera inconsciente. Así es el amor que nosotros conocemos».
- Jim Elliot, 1 de diciembre de 1953
«El 27 de febrero (de 1955) nació nuestra hija. Aún no había hecho su aparición, cuando Jim proclamó sencillamente: “Su nombre es Valerie” […] En una ocasión, Jim sostenía a Valerie mirándola al rostro, y Nate, con sus ojos brillando de comprensión (su propio hijo tenía solo dos meses), le dijo: “¿Verdad que son maravillosos?” Jim no tuvo necesidad de responder. Era evidente que su hija le había cautivado el corazón. Nunca aceptó regla alguna de hospital sobre asepsia o sobre horas de visita».
- Elisabeth Elliot, 1955
La vida de Jim Elliot era completa. Las vicisitudes que le sucedieron en la selva nunca menguaron su deseo de alcanzar a los aucas. Las enfermedades tropicales (tales como malaria o ictericia) ni la poca disposición de algunos indios por dejar sus viejos y mundanos hábitos le restaron ánimos para continuar. Como lo escribiera en su diario años atrás, el estuvo, y continuaba, siempre listo para Jesús:
«Solo sé que mi propia vida está llena. Es hora de morir, porque he tenido todo lo que un hombre joven puede tener; al menos, todo lo que este hombre joven puede tener. Estoy listo para encontrarme con Jesús».
- Jim Elliot, diciembre de 1951
Su misión fue cumplida, los cinco hombres hicieron contacto con una comunidad auca, deslizando regalos desde su pequeña avioneta amarilla. Su gozo fue mayor cuando la respuesta de estos indios se vio positiva, ellos recibían los regalos y les amarraban otros de vuelta, les sonreían y hasta acudieron tres de ellos a la cita que los misioneros acordaron a orillas del río Curaray. Todo parecía marchar como habían deseado. Los cinco hombres blancos de América del Norte le dieron la mano a tres desnudos indios. Pero Dios tenía otro propósito más grande que el aparente. Él sabía del corazón dispuesto de aquellos hombres de fe razón por la cual los llamó a su presencia una tarde de 1956. Era un 8 de enero cuando estos mismos hombres, por quienes Jim Elliot había orado durante seis años y a quienes había amado, asesinaron a Jim, Nate, Pete, Roger y Ed.

«Cuando un hombre muere, cae como un árbol.
Dondequiera que caiga, allí quedará.
Si no es creyente, al lago de fuego irá a parar.
Pero en cambio, el creyente,
Si la muerte lo sorprende,
No caerá, sino que se levantará
En ese mismo instante, en la casa de Jehová»
- Himno en quechua, escrito por Jim Elliot