viernes, noviembre 16, 2007

TRABAJO INFANTIL

Prematura realidad




Dicen que son el futuro de una nación, pero muchos de ellos sacrifican los mejores años de su niñez limpiando carros, vendiendo dulce o cantando en transportes públicos a cambio de que esa misma nación los tenga en cuenta.


Un total de dos millones de niños, niñas y adolescentes trabajan en el Perú, concentrándose principalmente en Lima, Cajamarca, Puno, Cuzco, Ancash, Piura y La Libertad. Estos niños y jóvenes empiezan ayudando en tareas cotidianas, desde mas o menos los seis años, para luego pasar a las calles y avenidas en donde los padres ignoran -en ocasiones a propósito-, los riesgos que sus hijos puedan correr, sin olvidar el hecho de que éstos son los principales responsables de mantenerlos, educarlos y orientarlos adecuadamente.

El trabajo infantil es aquella actividad productiva que realizan los niños y niñas a cambio de bienestar económico de la familia o para el sostenimiento de ellos mismos; esta realidad involucra a miles de niños, niñas y adolescentes en todo el mundo. Realizar este trabajo se torna inapropiado debido a que se le otorga una dedicación exclusiva en una edad demasiado temprana, pasando demasiadas horas trabajando, lo cual produce stress físico, social o psicológico por el hecho de que el niño asume demasiada responsabilidad, muchos trabajan y viven en la calle en pésimas condiciones, dejando de asistir a una escuela y en casos extremos el trabajo minimiza la dignidad y autoestima del niño y del adolescente.

En nuestro país, la edad mínima de admisión al mercado laboral es de catorce años de edad, conforme al Convenio 138 de la Organización Internacional del Trabajo; sin embargo existen niños menores de esta edad que se encuentran realizando actividades económicas, convirtiéndose en lo que se denomina “trabajadores prematuros”.

Es así como niños entre los ocho a doce años salen a las calles de nuestra ciudad a ejercer algún tipo de oficio para ganarse unos cuantos soles y ayudar de esta manera en la economía del hogar, sin imaginar siquiera que el trabajo infantil afecta el crecimiento físico y mental en un menor o mayor grado según los problemas familiares y la crianza que éstos tengan.

¿Estilo de vida?
Existen dos modalidades o formas de trabajo: el no remunerado, aquel que no es tomado en cuenta o se hace invisible por su parte de la cotidianidad de los chicos y sus familias; y, el remunerado, de forma dependiente cuando trabajan para una persona, quien pone las condiciones en cuanto a horario y salarios a pagar, o de forma independiente cuando los niños trabajan por su cuenta, por iniciativa propia.

Son muchos los niños trabajadores que descuidan sus estudios por limpiar o cuidar carros, vender dulces en calles, cobrar pasajes en transportes públicos, trasladar bultos en los mercados, realizar malabares durante la luz roja de un semáforo o las actividades más peligrosas como seleccionar desechos en basurales, elaborar ladrillos, extraer minerales o fabricar juegos pirotécnicos.

Es por eso que según la Encuesta Nacional de Hogares sobre Condiciones de Vida y Pobreza, del 26.5 por ciento de la población de seis a diecisiete años que realiza actividades económicas, un 21.1 por ciento comparte el estudio con el trabajo y un 5.4 por ciento solo trabajan. En el departamento de Lambayeque, el 8.3 por ciento de la población de entre seis a diecisiete años, estudia y trabaja; el 7.4% sólo trabaja; el 76.8% sólo estudia mientras que el 7.5% ni estudia ni trabaja. Las consecuencias son claras: se da la repetición, el atraso y la deserción escolar, de este modo sólo uno de cada cuatro niños que trabaja termina la escuela, teniendo un retraso escolar promedio de dos años.

De igual manera el trabajo infantil trae consigo diversas consecuencias, además de lo educativo, físicamente el niño corre el riesgo de sufrir intoxicaciones, heridas, enfermedades, deformaciones, bajas condiciones nutricionales y riesgo de muerte.

Se encuentran también las consecuencias psicológicas, el niño o adolescente desarrolla una madurez irregular que afecta su conducta diaria, para trabajar se comporta como un adulto pero para las relaciones con sus amigos y terceros se muestra más inmaduro de lo esperado, tiene baja autoestima, se vuelve desconfiado, pierde objetividad y capacidad de reflexión y elimina el tiempo de juego y recreación.

Lugares de nadie
En las calles del cercado de Chiclayo, un 79 por ciento de los niños y adolescentes trabajadores son varones y un 21 por ciento son mujeres. La mayoría de niños trabaja en las avenidas Balta, San José y Bolognesi, así como en las inmediaciones del mercado Modelo; mientras las niñas lo hacen en los exteriores del populoso centro de abastos y en la misma avenida Balta.

La mayoría de los niños (un 83%) trabajan en las calles para apoyar económicamente a su familia, aunque algunos (17%) lo hacen para ahorrar y poder continuar sus estudios, la ganancia diaria que obtienen oscila entre los dos y cuatro soles, aunque un 13% de ellos llega a ganar entre seis a quince soles.

Es la pobreza en el hogar o el trabajo inconstante de alguno de los padres los que obligan al niño a salir a la calle y trabajar, pero a pesar de la necesidad en la que viven, no se encuentran en condiciones para hacerlo debido a su fuerza y vigor físico y, más aún, debido a su corta edad -a pesar de todo- la ganancia diaria que pueden obtener del trabajo que desempeñan no alcanza para satisfacer adecuadamente sus necesidades básicas.

Testimonios de una realidad
En avenidas principales más de diez niños y adolescentes se dan cita, con dulces, limpia parabrisas, trapos y hasta periódicos, sin excluir a aquellas combis de las que bajan pequeños anunciando la ruta de tan usado medio de transporte público.

Uno de ellos es Eduardo, un pequeño de mirada traviesa que con corta estatura asegura tener quince años. Él trabaja limpiando parabrisas desde “hace poco”, como él mismo lo dice, pero en las calles “desde muy pequeño”.

Eduardo asiste a una escuela los domingos, único día que comparte con chicos de todas las edades el primer año de secundaria. “Tengo compañeros que también trabajan en la calle, pero son más chicos, yo debería estar en cuarto pero por trabajar no fui al colegio” nos cuenta con aquella voz en proceso de maduración.

De lunes a viernes, Eduardo sale desde muy temprano a iniciar su jornada, que contrario a lo cotidiano para unos, dura más de ocho horas y al mes gana menos de un sueldo básico. “A veces las personas dicen: ¡No!, no limpies y te tratan mal, te insultan, o cuando les limpias la luna (el parabrisas) te ignoran y no pagan”

A pesar de su corta edad, Jeferson, como también lo llaman y el orgulloso lo proclama, ha experimentado diferentes formas de contribuir al sustento de su familia. “He vendido dulces, periódicos, he lavado carros, he cobrado en combis, ¡qué no he hecho yo!”, exclama con una pizca de orgullo que, a tan tierna edad, aún no debería sentir.

Otro caso similar lo representa John, un pequeño de once años que vende bombones y maní confitado que prepara su mamá. A diferencia de Eduardo él recorre todo Chiclayo vendiendo sus productos, los cuales deben acabarse en un día de jornada, de lo contrario su mamá no podría preparar los del día siguiente.

“En las tardes yo la ayudo a vender mientras ella trabaja”, cuenta con el rostro delicado de un pequeño que por necesidad camina las inseguras calles de Chiclayo. John cursa el sexto grado de primaria asistiendo todos los días en el turno de la mañana, porque el trabajo es dueño de sus tardes y por las noches realiza sus tareas.

Para él, cuya ternura de niño pequeño aún no se borra, es mucho más fácil vender todo su surtido, puesto que “por ser pequeñito la gente me hace caso y me compra”, en pocas palabras John infunde ternura y misericordia, lo cual lo ayuda a cumplir con la venta de su producto, todos los días, en su totalidad.

Luís es otro niño trabajador, él tiene a penas trece años y las matemáticas son su asignatura preferida en el colegio, aunque las aplica a diario en su trabajo puesto que cobra pasajes en las combis. “En la mañana voy al colegio y en la tarde trabajo en la combi, a veces con amigos de mi papá o con tíos”, relata, mientras un grupo de niños de su edad suben al transporte.

Para Luís no hay fines de semana, ni feriados y mucho menos vacaciones, debido a que son éstos los días que más dinero recauda, en especial cuando trabaja en los carros cuyas rutas son más largas, en los cuales el pasaje cuesta más y por ende él gana más.

“Cuando veo a los chicos jugando a la pelota me da ganas de dejar lo que estoy haciendo y jugar con ellos, pero el deber me llama, si no ayudo en mi casa sería una boca menos que comería y quizá sea la mía”, relata con la madurez que muchos de su edad anhelan contar.

Madura realidad
Caso aparte son aquellos adolescentes que poco a poco entran a la siguiente etapa, la juventud. Carlos tiene veinte años, dejó el colegio cuando apenas cursaba el tercer año de secundaria, hoy, tiene apenas cuatro meses vendiendo chicles cuando la luz roja de un semáforo se lo permite.

La chispa se le nota a leguas y a juzgar por su forma de hablar se cree algo así como el guía o tutor de sus compañeros, dueños todos de la avenida Salaverry.

Esta realidad es flagrante en todas las ciudades del Perú, sean grandes o chicas, muchos ignoran a pequeños que en cada calle les ofrecen alguna golosina a cambio de, aunque sea, una moneda “amarilla”, unos cruzan de vereda cuando ven a adolescentes trabajadores acercárseles, motivados por la inseguridad; otros llegan al extremo de insultar y maltratar a quienes se ganan la vida de aquella manera.

Sin olvidar lo inseguro que es para ellos mismos su lugar de trabajo. “Hay chicos más grandes que nosotros que nos quitan el dinero que ganamos o nos pegan”, cuenta el pequeño John; mientras que Eduardo añade que “hay veces que no podemos llegar a nuestra casa con las manos vacías o con menos dinero que el día anterior”. Es por esto que, en más de una ocasión, las calles se convierten en su fiel compañera hasta altas horas de la noche.

Mientras que centenares de niños y adolescentes van al colegio, hacen la siesta tranquilamente, se divierten con chicos de su edad, disfrutan de paseos con su familia, se comunican por celular o comen a sus horas pudiendo repetir de ración, en el mismo mundo, decenas de niños y adolescentes se levantan temprano, los privilegiados van al colegio, ayudan en los quehaceres del hogar, venden en las calles diversidad de productos, ofrecen infinidad de servicios, comen lo que le alcanzó a su mamá preparar o hacen tareas a la luz de la vela y, sin embargo, la sonrisa no se borra de sus pequeños y marcados rostros.


((Jill Barón Rodríguez - Estudiante VIII ciclo Periodismo))
((Expresión Nº 518 - Chiclayo, del 8 al 14 de junio del 2007))
((Fotografías: Jill Barón))

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

¿Me dices qué piensas?