lunes, marzo 26, 2007

ENCANTADORA MITAD DEL MUNDO

Fue decisión unánime, aunque hubo momentos en los que algunas queríamos norte y otras preferían el sur, al final nos pusimos de acuerdo y de lo que en un momento creí que no llegaría a gozar, se hizo realidad; desde el instante en que embarqué sentí que sería una experiencia inolvidable, sin duda no me equivoqué, Ecuador –la tierra de la diversidad- no me defraudó.

Mi único martirio era el olor típico del bus -uno repugnante que me induce al vómito- pero como mujer precavida que soy, el alcohol no tardó en dar su aporte milagroso. Esto sin duda ayudó, así como también los gritos y alharacas de mis compañeras en su excitación por iniciar el tan esperado viaje de egresados.

Nuestro destino nos esperaba a catorce horas de nuestro recordado colegio, durante el viaje es más que obvio que el sueño no llegaría y es que las charlas de jovencitas que redondean los diecisiete años son de nunca acabar.

El enorme reloj -con la típica luz roja de todo ómnibus- marcaba las dos de la mañana cuando por fin todo dentro de esas cuatro paredes sobre ruedas quedó en silencio y treinta y ocho cabecitas dormitaban cual ángeles en su sétima nube, cuatro horas después llegaríamos a Salinas –balneario de la Península de Santa Elena en la costa Ecuatoriana- donde sus mansas playas casi traslúcidas nos seduciría, aunque antes tuvimos que buscar por todo el bus una maleta, que minutos después nos enteramos no hizo el viaje, aunque esto no significaría un impedimento para disfrutar.

Quién dice que la comida ecuatoriana es pura mixtura tiene razón, el desayuno consistía en huevos revueltos con mermelada y mantequilla, mezcla no grotesca pero si rara. Luego de “recargar energías” cada quien se enfundó en su traje de baño, sandalias y pareo –o short- nada más hacía falta, el banano, las motos acuáticas, el cicar y el ciclo nauta nos esperaban.

El agua cristalina salpicaba por doquier, las guerras bajo el agua nos dividieron en dos bandos, las que defendían y las que atacaban, aunque a las finales todas terminamos una encima de la otra, la mañana nos resultó corta, entre risas y jolgorio un incidente nos distrajo un momento, un cangrejo enganchado en el pie de una compañera, nada que un poco de alcohol y una inyección para el dolor no pueda curar; la idea era divertirse, eso lo teníamos más que claro.
Por la tarde qué mejor relajo que un paseo en embarcación por la bahía de Salinas -nombre que se debe a la antigua costumbre de extraer sal de sus costas- con las gaviotas cerca de ti y la puesta de sol advirtiéndote que la luna saldrá y que la noche –en tierra extraña- es larga.

Nuestras pilas continuaban recargadas –la mayoría éramos adolescentes sin prematuro agotamiento- y la sola idea de poder acudir a una discoteca sin la previa hora de llegada nos entusiasmó. Algo que llamó poderosamente mi atención fue el ver que cada alma libre se mueva al compás de la música en medio de la pista de baile, sin la necesidad de hacerlo emparejado, algo que en nuestra sociedad siempre repetimos –en ocasiones cuando se agotan los chicos los sustituyen las amigas- y para rematarla en hileras, cual soldaditos de plomo.

Mis pies se agotaron a la media noche, la mayor parte del tiempo mis pilas se terminan a esta hora, tras la promesa de ver nuevamente a nuestros nuevos amigos –divertidos, bailarines, colombianos y ecuatorianos- nos dirigimos a las duras camas que por esa noche suplantarían a las nuestras -suaves y acogedoras- pero aunque los mayores –tres madres, dos guías y la tutora- suponían que los angelitos descansaban en los brazos de Morfeo, era éste el único que dormía. Una habitación fungió de ‘centro de convenciones’, aunque no para todas, algunas acompañábamos a Morfeo en su dulce sueño.

Nuevamente los huevos y mantequilla nos dieron los buenos días en nuestro segundo día de viaje, fue el Santuario de Olon la primera parada de lo que sería una mañana dedicada a visitar los principales atractivos.
Cada 11 de noviembre es el aniversario del milagro de la virgen que lloró en ese sitio, cientos de peregrinos acuden a esta iglesia a rendirle honores a la venerada imagen. En el santuario, construido en la cima de un peñasco se admira uno de los más hermosos escenarios costeros.

El siguiente punto de visita fue Montañita, este balneario se ha transformado en el sitio favorito de surfistas de todas partes del mundo, convirtiéndose en un oasis intercultural. Por la calidad de olas, esta playa es elegida frecuente sede de campeonatos internacionales de surf.

Para terminar visitamos el Farallón Dillon un Hotel-Museo de la familia Dillon, –a solo 5 kilómetros de Santa Elena, en Ballenita otra playa- que posee un muy buen restaurante junto a una galería de piezas náuticas y piezas antiguas de marina que fueron colectadas por un ecuatoriano ex-marino durante 30 años de viajes. Junto con algunos muebles y pinturas, varios de estos artículos antiguos pueden ser adquiridos.

En el museo-restaurante se hallan expuestas piezas que fueron rescatadas del barco español “Jesús María de la Limpia Concepción de Nuestra Señora La Capitana”, o simplemente “La Capitana”. Este barco fue construido en Guayaquil en 1654 y naufragó diez años más tarde frente a costas ecuatorianas. En esta colección también se incluye un traje de buceo confeccionado en 1900, el cual incluye un compresor de aire, sin duda impresionante.

Luego de almorzar –arroz con pollo para no extrañar nuestro hogar- toda la tarde se nos dio libre, al instante armamos grupos según las preferencias y luego de veinte minutos cada quien enrumbó por caminos diferentes, unas al supermercado Mi Comisariato –muy al estilo del capitalino Metro- y otras tan solo a caminar por el malecón y comprar las alhajas que se ajustaban a nuestros gustos y bolsillo.

El sol se despidió magistralmente recordándonos que era hora de volver al hotel, mientras ajustaba mi maleta intentando que cierre –siempre pasa que cuando la abres al llegar como por arte de magia ya no quiere cerrar, como si hubiera comprado medio mercado de pulgas- mis compañeras de cuarto cenaban, el bus partía rumbo a Quito – la capital- a las 22 horas y el reloj marcaba un perfecto ángulo recto.

El tercer día llegó y el viaje continuaba, antes de instalarnos en el hotel acudimos al Mirador Panecillo -bautizada así por su parecido con un pan pequeño, se erige en medio de la ciudad como un mirador natural desde el cual se aprecia la belleza andina de la zona y la disposición urbana de la ciudad- aquí se levanta el monumento a la Virgen de Quito, cuarenta y cinco metros de aluminio y magnesio, fundido a la arena y con la estructura interior de acero.

Luego de conocer Quito desde arriba llegamos al hotel, esta vez más grande y con una estrella más que las cuatro de Salinas, probé el exquisito buffet que servían en el desayuno, un poco de cada cosa –desde tocino ahumado hasta papas fritas con huevo revuelto- esto y una mesa con vista a la gran piscina – en donde, si ansiabas mojarte, tenías que usar obligatoriamente gorro para el cabello- significaron lo mejor.

La visita a la Mitad del Mundo fue lo primero que realizamos, abrigadas hasta el cuello y con cámara en mano nos dirigimos al lugar de la tierra donde su latitud es 0º - 0’ – 0’’ y se considera el centro de nuestro planeta. El monumento ecuatorial fue construido en 1936 al conmemorar los doscientos años de la medición de la Tierra por Francia del Siglo XVIII, tiene una altura de treinta metros y sus cuatro lados corresponden a la orientación geográfica: Norte, Sur, Este y Oeste.
Tras horas de recorrer esta pequeña ciudad –donde hay desde restaurantes hasta alojamientos- el estomago crujía y Jayac’s nos sació el hambre, como este lugar hay varios que ofrecen motes con chicharrón, empanadas, choclos con queso, sanguches, yogurt, jugos, café con humitas, entre otros.

Con el estomago lleno, el corazón contento y las baterías recargadas continuamos el circuito, llegamos a una estación de trole, -también conocido como bus eléctrico o trolebús- es un autobús alimentado por dos cables eléctricos superiores desde donde toma la electricidad usando dos astas, es uno de los principales medios de transporte de la ciudad ya que lleva a varias rutas; este medio es utilizado por todas las clases sociales ya que su costo es de 25 centavos de dólar.

El trole –algo nuevo para todas- nos dejó a unas cuadras del Parque Centenario, donde durante poco más de una hora recorrimos las diversas tiendas y nos tomamos más de una foto. Sin darme cuenta el cielo empieza a oscurecer –más rápido de lo que estoy acostumbrada- el siguiente paradero es la pista sobre hielo, en el Centro Comercial de Iñaquito, actividad en la cual no tengo ninguna destreza y prefiero sentarme a mirar las innumerables caídas de mis principiantes amigas, llegada la hora de la cena, un KFC nos recibe justo cuando ansiaba algo diferente que comer.

Una cama suave y perfumada me cobija hasta el siguiente día, visitamos el pueblo indígena Otavalo, la cascada de Peguche, la Laguna de Cuicocha –con paseo en embarcación incluido- como siempre, el tiempo se pasa volando, ya es hora de almorzar y el Mesón de las Flores nos atiborra de hamburguesas y papas fritas.
Finalizamos el recorrido en Cotacachi pueblo cuya actividad principal son los artículos en cuero, luego de comprar un sin fin de recuerdos para toda la familia aguardamos la hora de partida hacia nuestro último destino: Guayaquil.

No es extraño escuchar el drama de Guayas, un valiente líder indígena, que en su afán de no caer en manos de los conquistadores españoles, decidió matar a su esposa, Quil, para luego entregarse a las aguas del río. Los nombres se juntaron bautizando a una ciudad, es Guayaquil el corazón económico del país y la urbe más poblada de Ecuador.

Instaladas en el hotel, bañadas y cambiadas nos dirigimos al Malecón 2000 –con una extensión de 2.5 kilómetros- donde una mañana no se da abasto para recorrerlo todo, podemos encontrar la Plaza cívica, el Área recreativa con juegos para niños, Plaza del Vagón, Plaza de la Pileta, edificios de cafeterías, área de ejercicios e innumerables jardines.


Esta vez nos detenemos en un McDonald’s –en el mismo Malecón- antes de seguir con el Parque de las Iguanas, en donde estos reptiles –que no son de mi agrado- caminan libremente y se confunden entre la gente.
Es River Park el penúltimo destino, un parque de diversiones en donde con una pulsera “mágica” puedes acceder a todos los juegos que quieras cuantas veces lo desees. Típico de las mujeres –y de contados hombres- llega la hora para ir de compras, el Centro Comercial Mall del Sol es el elegido, lugar donde aprendo que en Ecuador a la bolsa se le dice funda, a los amigos panas, a las enamoradas peladas, a los enamorados cachero, a la cerveza se le llama biela, al dinero guita, al hermano ñaño y cuando se tiene miedo se está pariendo.


Es quizá el último día en el cual nos relajamos de verdad, luego de un suculento almuerzo en el Club Pedregal todas –sin excepción- nos dispersamos por las diversas piscinas –con olas artificiales, medianas y grandes- y los diferentes toboganes –acordes al nivel de adrenalina que quieras experimentar- fueron horas de exquisita exposición al sol e inolvidable aventura acuática.

Fueron siete días que en compañía de mis mejores amigas descubrí un país vecino tan deslumbrante, siete días en los que anhelé que el tiempo no pasara, siete días que más de una vez los soñé regresar.


((Crónica - Taller de Redacción I-2006))

((Fotografía: 2,6 propias / 1,3-5 internet))


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