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Volví a ir al mercado.
En una mañana de verano de casi 34°C en esta no olvidada ciudad del mundo.
En una mañana de verano de casi 34°C en esta no olvidada ciudad del mundo.
Mientras esperaba a que mi mamá pague
por sus verduras, vi a un vendedor que bien podría ser mi papá.
Bajo el
inclemente sol, con su piel cobriza y su gorro
desgastado, ofreciendo sus bolsas, manteles, mandiles, secadores y cuanta
mercadería le quepa en los brazos, imaginé lo difícil que debe ser para él
empezar y terminar cada mes.
Trabajando bajo altas temperaturas solo para
cumplir con su hogar, no para lujo sino para lo que urge.
E imaginando casi me
puse a llorar.
No por lástima.
A llorar porque, aunque sea a diario y me
parezca mucho, poco agradezco a Dios por el trabajo de mi papá, por el de mi
mamá, y por el título que me han pagado.
Y en ese momento, agradecí a Dios
porque no tendré que depender, en invierno o verano, de un mercado olvidado de
provincia para alimentar y educar a mis hijos.
Agradecí a Dios porque Él
siempre ha bendecido mi hogar.
Y agradezco a Dios porque, una vez más, me hace
darme cuenta que, a pesar de mis limitaciones y en comparación con tanta pena,
Él me tiene como a una reina.
martes, 28 febrero, 2012
♥
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