lunes, agosto 30, 2010

En tu PUEBLO chico... mi INFIERNO es grande



A quién le importa tu vida y la mía… y es que nosotros nos amamos diferente y no lo perdona, la gente ♪

Mi mamá quiere mudarse.
Vender todo, llenar cajas con lo más preciado.
Llenar un camión y cambiar de domicilio.
Quiere irse lejos, con todos o sin nadie.
Quiere cambiar de rumbo.
Quiere cambiar de ciudad.
Quiere ser libre de presiones.

Mi papá quiere mudarse.
Vender todo, incluso lo más preciado
Llenar una camioneta, camión es demasiado, exagera.
Quiere una casa más grande
Quiere otra –nueva- urbanización
Más cerca al downtown, dice.
Para no tener que esperar, echando raíces, por un taxi.
Para no tener que escuchar nunca más “hasta allá no hacemos delivery
Para no tener que pagar cinco soles1 por una carrera de taxi que debería ser de tres.

Yo no quiero mudarme.
Si me mudo es a otra ciudad, les digo.
Una en donde pueda tener una vida
Libre de clases de inglés
Libre de artículos de freelance
Donde pueda tener amigos, compañeros y familia.
Donde pueda ir a comer un plato decente y no tenga que pagar 20 soles☼ por él.
Donde pueda encontrar tiendas, librerías, pastelerías, panaderías, restaurantes, bares, centros comerciales que hagan honor a cada una de sus letras.

Si me mudo yo no venderé nada.
Me iré tal cual vinimos
Llenos de cajas y baúles con lo más preciado: todo.
Me vale un pepino llenar un camión
Me vale un pepino el downtown piurano.
Me vale un pepino lo piurano.
Aunque hay gente amable aquí

Hay gente que se ofrece a jalarte♀ hasta la avenida más cercana donde taxis abunden.
Hay gente que te presta su manguera (y su agua) para regar tu, seco y repleto de mala hierba, jardín. Pero, ojo, solo te la prestan porque pagan menos o porque algún truquito hicieron.
Hay gente que arma sus piscinas en sus jardines delanteros provocando con su chapoteo.
Hay gente que tiene perros, y también gatos, que los pasean y les ponen nombres como Zeus o Douglas.
Hay gente que vende bodoques y cremoladas de rechupete en verano.
Hay gente que no pasa de los 35 años con doble carro, dos churres♂ y casas propias.
Hay gente que deja a sus niños acampar en el lote desocupado del costado (lote recubierto de césped que ellos, como buenos vecinos, cuidan, riegan y podan) les preparan marshmallows y les prenden una fogata.
Hay gente que celebra cumpleaños infantiles que abarcan su sala, comedor, jardín delantero y -aquí lo bueno- vereda o pista. Tienen hora loca -con dalinas, zancos y toda la cosa- y sus invitados –todos de metro y medio- juegan como desquiciados en el playground del parque.
Hay gente que celebra parrilladas, anticuchadas o camaroneadas aún cuando llueve, arman su toldo celeste y ni les incomoda.
Hay gente que tiene su bodega, tres casas/bodegas en total, que venden todo lo que necesites o nada de lo que busques. Con bodegueras que se enteran de todo y te lo cuentan como si fuera el capítulo #100 de la telenovela del momento.
Hay gente que le debe a otra gente, se pagan cuando les da la gana, se buscan mañana y tarde para cobrarse y si no se pagan arman sus chismes.
Y hay gente que, como buen pueblo chico infierno grande, se entera de las intimidades del vecino del A-5 o de la familia inmigrante del D-21: la mía.

Hola, ¿cómo estás? vengo desde lejos. Todo lo que soy es lo que siempre llevo puesto. Buenas, ¿cómo va? Disculpe mi viejo, ¿dónde para el micro que me lleva para el centro? ♫




Referencias:
♪ Verónica Castro - Pena de amor y muerte
♫ Patagonia Revelde – Del interior
☼ Sépase que cinco soles equivalen a 1.78 dólares. Y veinte soles a 7.14. Precios exorbitantes para una ciudad chiquitita, comercialmente hablando.
♀ Entiéndase que, donde vivo, los únicos taxis o mototaxis que hay son los que entran trayendo pasajeros.
♂ Coloquialismo piurano usado para referirse a los niños o niñas.




sábado, mayo 29, 2010

¡¡Dale, dale... PIE DERECHO!!



Los micros están repletos. La gente se apresta a trabajar. Obreros, empleados. Doctor, enfermera. Y hasta un capitán. Van mirando sus relojes. Mientras el microbusero. Impulsa esos listones. Llamados Perú ♪

El siguiente no es un relato elitista ni segregacionista. Es una crónica de una tacaña que, por ahorrar sus soles y con la excusa de “vivir la experiencia”, convence a su joven madre de acompañarla al mercado en un viaje tipo safari en la combi #2547. Y al mismo tiempo ofrecer mi mayor admiración a todo aquello ciudadano que usa este medio de transporte a diario, buena parte de su vida. La combi es parte de nuestra cultura popular y está ahí. Baratita nomás.

Lo que menos apetece a un ama de casa de clase media siempre, siempre será subir a una combi. Ellas, acostumbradas a manejar sus automáticos Peugeot o Volvo con aire acondicionado y asientos cómodamente acolchados, con aromatizadores de manzanas o lavandas y el cinturón de seguridad siempre presente, nunca olvidarán (si alguna vez subieron) que viajar en combi es terminar entrelazado con piernas extrañas y respirando olores non gratos, permitir que uno, dos y hasta tres cuerpos sudorosos se inclinen hacia ti, encorvados y de pie porque ya no encontraron asiento libre.

Mi mamá no maneja auto, ni Peugeot ni Volvo. Manejó moto, tuvo una XXXX en sus épocas de colegiala y universitaria. Y aún ahora puede manejar cualquier lineal motorizada que se le presente. Hoy, como ama de casa, solo viaja en taxi o, en caso extremo y costumbre en provincias, mototaxis. Su reloj marca las 15.30 horas, aunque el mío dice que es algo más tarde. El destino es otro lugar apestoso y desordenado al que me es necesario ir. La aventura empieza en una esquina cementada a la espera de la codiciada, odiada y a veces, solo a veces, esperada combi.

Pasa una, tan rápido que ni tiempo de pararla da. Siete minutos después pasa la segunda. Esto no es la capital –y ni se le parece, aunque algunas zonas residenciales tienen mansiones a lo Miami Beach– por lo que encontrar un paradero decente o más demanda “combística” es imposible.

El micro negro está completamente vacío, de pasajeros porque el chofer conduce y el cobrador es indispensable. Antes de que subamos las dos damiselas en apuros -y misias* aunque misia yo que la obligo a acompañarme y encima le digo que experimentaremos el recorrido en combi, ella es un pan de azúcar, un dulce de leche que acepta sin protestar- suben dos hombres que misteriosamente aparecieron por la esquina anterior a la que nosotras nos encontramos. Ruego porque no se sienten adelante. Mis piernas no son larguras de metro setenta pero las tengo más largas que mi promedio “paisanístico” (hoy tengo un ligero afán por agregar el sufijo ‘–ístico’ donde me plazca) por lo que ir sentada en medio es una tortura para mis rodillas que, si no entran a las justas, tendrán que sobrar por algún costado. Para mi alivio los veo sentarse atrás.

Todo latinoamericano conocedor, y usuario, de una combi sabe que al lado del conductor entran dos personas. Detrás de este (y espalda contra espalda) cuatro más. Al frente de estos, tres filas de dos personas cada una. Al lado derecho de dos de ellas, dos asientos individuales. Y al fondo (donde siempre hay sitio) cuatro cristianos más. En total: 18 personas sentadas y apretadas en dos metros de carrocería. Pero eso en un límite semilegal porque de pie, encorvadas y apretujadas, pueden ir hasta cinco paisanos más. Y el “pasaje, pasaje”, baratito nomás, “setenta céntimos, señorita”.

Para cuando el vehículo llega a nuestro lado hay otro hombre que espera junto a nosotras, ve tú a saber de dónde salió. Mi pobre madre, dulce de leche, sube primero. Ya está avisada de que tiene que sentarse en la primera fila. La combi sigue su recorrido por urbanizaciones medio alejadas recogiendo a angustiados estudiantes, apresurados hombres cabeza de familia y acaloradas madres con hijos pequeños que suben y suben como si la combi se tratara de la cartera mágica de Mary Poppins.

No hemos recorrido ni diez minutos y los asientos ya están todos ocupados, ya dos jóvenes entraron agachados de pie como de costumbre y ya tengo un par de piernas entrelazadas a las mías, cosa que ni los galanes han tenido el gusto de hacer. Una mujer que parece un limón (por su color de ropa y curvilínea figura) y un chico onda dark nos paran, y utilizo el ‘nos’ porque paramos todos. Mi dulce de leche me pregunta algo que me causa gracia “¿dónde se supone que se van a sentar?” miro al limón, luego a ella, respondiendo “no estamos en un Cristo Rey (los microbuses que invaden Lima) ni en un Subway pero igual van parados”. Ella, mi mamá, ha usado el medio de transporte público en su juventud pero son poco más de veinte años los que han pasado desde aquellos tiempos en los que las combis no eran la plaga que es ahora (ella nunca las usó) y donde ir de pie en un microbús era y es más normal.

Limón y Darkito (si no te conozco es obvio que te pondré algún sobrenombre) suben, se agachan y no les importa, a ella, que sus senos permanezcan colgados enfrente mismo de un desconocido y a él, que su brazo tenga que cruzar hacia un mango para sujetarse rozando la cara de otro anónimo. Cuando parece que por fin no habrá más paradas, una enfermera de blanco (recuerden que las hay de todos los colores) levanta el brazo y el chofer, caballerosamente, detiene la combi. “¿Es que subirán más?” pregunta mi mamá. “Es que no has visto todo” le respondo.

La enfermera sube, no quiero ni pensar ni imaginar cómo es que entró… o en dónde. Y cuando parece que el cobrador le cederá su lugar –completo: espacio y puesto– este también entra. Lo sorprendente para mi mamá y viejo recuerdo para mí es que logra cerrar la puerta con un “dale, dale”. Medio cuerpo adentro, medio cuerpo afuera.

Durante los cuatro años en que era una universitaria de lunes a sábado. Y casi cinco contando los meses que demoré en preparar mi bachillerato y licenciatura. Usé el transporte público chiclayano. El 98% de mis días fui a la universidad en taxi o en carro particular y el 98% de estos mismos días regresé en combi. Entre 15 a 20 minutos de recorrido. Todos los días. Además de las veces que por hacer algún trabajo grupal tuve que usarlas. Y siempre la combi se llenó de pasajeros, siempre presentes los tardones o impacientes que preferían ir agachados de pie que esperar alguna otra con asiento libre. Siempre los malabares del cobrados por entrar y poder cerrar la puerta. Siempre las combis locas que se alucinaban montaña peruana (no rusa). Siempre los choferes vivos que por cortar camino cambiaban de ruta. Siempre discusiones con estos últimos por pasarse de vivos (y porque con cambiar la ruta modificaban mi paradero). Siempre las combis discotequeras con luces de neón y toneras canciones a todo volumen. Siempre las presencias extrañas, de la competencia universitaria más próxima, al frente o al lado de ti. Siempre los regateos de pasaje por solo algunas cuadras de transporte.

Los cuerpos parados impiden que pueda ver el recorrido a mi derecha que es por donde debo bajar y hacia donde me dirijo. Mi papá fue claro “baja en el grifo de la derecha, antes de que el carro doble a la izquierda”. ¡Pero cómo chingueros podré ver el grifo si está Limón, Betty la enfermera y Darkito tapándome! Y no solo tapan las vistas de la derecha sino también las de adelante. Limón me salva, anuncia que baja en el cruce. Por una rendija entre sus cuerpos veo que el grifo de referencia está en ese mismo próximo cruce. El cobrador, desde afuera, recordemos que mitad de su cuerpo sale por la ventana, dice otra famosa frase “pasajes a la mano”. Mi inocente mami pretende que saque mis monedas del bolsillo, ni le respondo. El calor, los olores –nada agradables–, la cantidad de gente en esa cajita de fósforos y el tener que entrar a un lugar igual de hacinado empieza a producirme neuralgia. Ella insiste “Jiji, paga el pasaje” no pensé que en esas condiciones quisiera ser tan exacta ante alguna petición. “¿Cómo le voy a pagar si ni siquiera lo puedo ver?” las risas de los pasajeros que me oyen se extienden. Por mí se extiende la cólera. ‘Nunca más en combi, nunca más en combi’ pienso una y otra vez.

Y lo peor no acabó, llegamos al Mercado Central de Piura luego de un aglomerado viaje en combi, lo cual siempre será un agravante.

Triciclos con zapatos. Un vaso de chicha. Un buen reloj. Camisas, chucherías. De todo en las calles. Y en montón. Persignan la primera venta. Las calles están repletas. Impulsa el triciclo ambulante. Llamado Perú ♪

Pero esa será otra historia. Por el momento… ‘Nunca más en combi, nunca más en combi’ pienso una y otra y otra y otra vez.



Referencias:
♪ Mojarras – Triciclo Perú
* Dícese de la persona que no tiene suficiente dinero en el bolsillo o en la cuenta de ahorros por lo que tendrá que escatimar en gastos.

jueves, abril 15, 2010

La primera vez...

Junio 4. Año 2006.
Fecha memorable para todo el Perú. Millones de electores hábiles decidirán el futuro de la nación. Elegirán entre dos candidatos: el cáncer o el sida. El ganador infectará a todo el pueblo, si es sabio y tiene corazón buscará la cura para su propio mal, de lo contrario… “que la fuerza nos acompañe”.

Junio 4.

Electora primeriza se dirige a su centro de votación. Con celular y DNI a la mano. ¡Ah! y el estuche de los lentes de contacto, por si la tierra le entra a un ojo y tiene que sacárselos (los lentes, claro). Si esto pasa, piña, elegirá a ciegas. Cosa común hoy 4. Ubica con éxito su mesa de sufragio. No hay colas. “Felizmente” piensa. Detesta hacer colas bajo una mañana de sol intolerable. Ingresa. El señor de la izquierda busca su apellido en la lista de más de cien electores y le pregunta si en la primera vuelta votó. Ante la respuesta negativa, él afirma “claro, cómo voy a olvidar esa carita”. ¿Cumplido? ¿Insinuación? Ella quiere creer que fue lo primero. Aunque un ‘viejito verde’ cruza en su imaginación. El hombre sentado al centro le entrega su cédula de sufragio. La señora de la derecha le “presta” un lapicero. Recordándole que lo tiene que devolver. De seguro ya se le perdió más de uno.

En la cámara secreta elige al candidato de la ubicación izquierda. Aunque la mano le tiemble y la conciencia le recuerde que existe. No queda de otra. Corrección. Sí queda de otra: pagar su multa por no votar. Pero su papi no le dará el dinero. "Elige uno nomás, hijita" le ha dicho. Ella apenas es mayor de edad sin trabajo alguno ni historial en su haber. Por ser la primera vez ella duda en cómo marcar. ¿Debe intentar que su aspa se quede en el recuadro o es válido que se pase de este? Duda si se puede marcar foto y símbolo, aunque diga “y/o” en las indicaciones. Aunque se haya leído los instructivos de la ONPE o instruido con propagandas en televisión y radio. A la hora de la hora todo se olvida. Y cómo no, si tiene que elegir entre dos enfermedades que no tienen cura. Ella no quiere morir. Ni ser pobre ni comunista.

Con cuidado cierra la cédula. Mientras la deposita en la “caja de plástico” con lentitud es cuestionada por su apellido. “¿De la familia BF?” le preguntan. La inocente solo sonríe y asiente. Mientras los miembros de mesa bromean entre sí de cosas que no entiende ella intenta firmar. Por su cabeza se cruza otra interrogante “¿cómo rayos era mi firma?”. Desde que la inventó solo la ha hecho en los registros de asistencia de la universidad. Pero ahí nunca la hacía como debía. Con un Fulanita de Tal escrito a simple velocidad bastaba. Ahora es diferente. Tiene que recordarla al detalle. Piensa. Se angustia. La recuerda. Con nervios la plasma en el papel. No quiere equivocarse. Devuelve el lapicero. El viejito verde del cumplido le toma la mano. Ella se tensa. Lo raro de esas extremidades aún la incomoda. A pesar de los años pasados. Pero él no pregunta. No hace ni un comentario típico. “¡Qué dedos tan chiquitos!”. Nada. Ella se lo agradece. Ya no más será el ‘viejito verde’. Puede que el ‘viejito prudente y galante’. Él presiona su minúscula huella del dedo índice sobra un sello. Hace lo mismo sobre el papel. Al lado de su casi olvidada firma. Solo falta la tinta y puede irse tranquila por haber cumplido con su deber. Obligada, claro.

Hay algo a lo que ella no le encuentra sentido: el sumergir su dedo medio en esa tinta violeta que al primer roce todo lo mancha. Y sobre todo cuando intentas sacártela con agua. Más te embarras. Lo único que mengua su horrible presencia es el alcohol. Aunque no del todo. Pero continúa su interrogante. Si uno tiene que firmar en la planilla de electores al recoger su DNI luego de elegir al “favorito” y con eso constatar que ya votaste. ¿Para qué mancharte el dedo si con votar por un no-deseado ya manchaste tu conciencia? ¿Solo para que quien te vea con tu dedal violeta se diga “ya votó”? ¿Tan solo eso?

Ella cree que no vale la pena gastar en tinta “indeleble”. Que de indeleble no tiene nada, por cierto. Con una buena fregada de alcohol y esponja de lava vajilla sale. Pero eso sí, manchando todo a su paso. En este país gastan como si fuera potencia mundial.

Despidiéndose y limpiándose el famoso dedo medio, la primeriza sale del aula 23, rumbo a la 37 donde su experimentada acompañante hará lo mismo que ella. Pero claro, con mayor soltura. Es que para ella no será su primera vez...



N.A.: Han pasado casi cuatro años de haber escrito esto. Un año más y el votar se repetirá. Aunque no será la primera vez, tendré cero experiencia. Bueno, 1 de experiencia. Y es que, ¿quién ha votado para practicar?... algo se me ocurrirá para no hacerlo. Para ese momento espero tener un sueldo que me permita pagar mi multa. Aunque si el patriotismo, civismo o algún ismo me visita puede que repita la experiencia. También si algún candidato vale tanto como para ensuciarme el dedo medio (literalmente)... aunque lo dudo.
También han pasado tres años de crear este blog. Lo que quiere decir que hace tres años estuve en una clase de multimedia en la universidad intentando crear un blog como nota final. ¿Era nota final?. No me acuerdo. Este blog vivirá (o sobrevivirá) al paso del tiempo. De eso es lo único que estoy segura. ¿Por qué?. Pues porque siempre tengo algo que escribir.
Gracias a quién me lee y muchísisimas gracias a quien me comenta.

lunes, marzo 01, 2010

Y tú, nunca lo sabrás



Lucky I’m in love with my best friend. Lucky to have been where I have been [...] They don’t know how long it takes waiting for a love like this ♪ Lucky - Jason Mraz


Yo te miro. Tú me miras. Pero nunca nos miramos a la vez. Me sonríes. Te sonrío. Pero nunca nos sonreímos a la vez. Tú caminas. Yo camino. Pero nunca caminamos juntos. Solo vives. Sola vivo. Pero nunca viviremos para el otro. Tú sabes casi todo. Yo solo sé de ti. Pero nunca sabrás de este amor. Jamás. Tú amas. La libertad. El sol. El mar. La música. Los sueños. Yo solo te amo a ti.

En silencio mi corazón grita tu nombre. Mi amor llena la habitación. Mi esperanza vuela libre entre las curvas de tu cuerpo. Mi ilusión te dirige miradas locas. Pasionales. Mi mente trabaja a mil por hora creando una historia sobre un lienzo en blanco. Llenándolo de color, de vida, de luz, de amor. Dibuja mariposas multicolores. Dibuja caminos sin final. Dibuja arcoíris de más de siete colores. Dibuja vestidos blancos, trajes elegantes y escribe “sí, acepto” por doquier.

En silencio te miro. Fascinada. Te contemplo. Encantada. Te idolatro. Y cuanto más eres tú más yo te amo. Tu pasión al crear me desarma. Tu sabiduría al debatir me orgullece. Tu humildad al actuar me conmueve. Tu fuerza al enfrentar los retos me alienta. Tu voz y gestos me hechizan. Todo tú tiene el poder de moverme como a marioneta al abrirse un telón.

Siempre te soñé. Soñé que me besaras. Soñé que me amaras. Soñé que unas tu vida a la mía. Que unas tu cuerpo con el mío. Que nuestras almas se conozcan. Soñé que sonrías de lado. Tan sensual. Tan provocador. Solo para mí. Y por mí. Soñé que me contemplaras como a pieza cara de museo. Que me miraras con paciencia y amor. Que llenaras de caricias mi piel como a un cristal de exhibición. Con timidez. Temblando. Porque a un lado dice “prohibido tocar”.

Siempre te soñé hablándome. Hablando de tus sueños. De tus éxitos y tus fracasos. Hablando de tu día a día. De lo bueno y de lo malo. Hablando de tu pasado. De tu niñez y de tus amores. Hablando de tu futuro. De tus anhelos y de tus temores. Oír tu voz acariciándome. Sin quererlo. Sin proponértelo. Áspera. Profunda. Segura. Oírte invitándome a salir. Oírme aceptando presurosa. Oírte llamándome por mi nombre. Viéndome temblando con solo escucharte nombrarme. Oírte pidiéndome un baile. Viéndome bailando contigo. Lentos. No al ritmo de la música. Al ritmo de nuestros corazones. Tímidos. Inseguros. Temerosos ante lo nuevo. Aunque tú no eres nuevo para él. Oírte anunciándome que me besarías. No una pregunta. No una insinuación. Sino una afirmación. Una advertencia. Viéndome recibiendo tu beso. Sincronizados. En cámara lenta. Explorando. Deseosos. Presurosos. Apasionados. En cámara rápida. Inseguros. Descubriendo. Aceptando.

Siempre te soñé besándome. Besando mis labios. Mis miedos. Mis alegrías. Besando mi seguridad. Mi inseguridad. Mi confianza. Besando mi alma. Mis sueños. Mis fracasos. Besando mi corazón. Mi dolor. Mi felicidad. Oírte invitándome a ver las estrellas. El firmamento y sus misterios me apasionan. Tú lo sabes. Viéndome seguirte sin hablar. Muda. Esas mariposas me vuelven muda. Oírte explicándome tu teoría sobre los sentidos, las sensaciones y tus sentimientos. Viéndome observándote embriagada de tu voz. Oírte preguntándome algo. Saber que es una pregunta por el interés en tu mirada. Saber que es una pregunta por el ligero temblor en tu voz. Saber que es pregunta porque callas de repente. Esperando mi respuesta. Pero, ¿qué podía responder cuando ni me había enterado de la pregunta?.

Siempre te soñé amándome. Amando mi corazón. Mi credo y mi alma. Amando mis defectos. Mi impaciencia y mis impulsos. Amando mis virtudes. Mis valores y mis aciertos. Amando mi vida. Mis alegrías y mis miedos. Tú fuiste el culpable de mi éxtasis. Tú por besarme tan bien. Por hacer que mis pies se sintieran sobre nubes. Por hacer que mis cuerdas vocales se entumezcan. Y porque mi cerebro elija ese momento para dejar de trabajar. Oírte decirme lentamente. Sílaba por sílaba. “Cre-o-que-te-a-mo”. Viéndome parpadear varias veces. Incrédula. Hipnotizada por tu voz. Por tus ojos. Por tu boca. Por tu aliento confundido con el mío. Por el sabor de tus labios. Por el recuerdo de ese beso. “No, no-creo, lo-sé”. Oírte nuevamente. Silencio. Viéndome continuar en mi embeleso. Tonta. Si no dejas de mirarme de esa forma seguro que moriré. Seguro. Oírte susurrándome “Te-a-mo”. Sí, moriré. Y viéndome respondiendo con un beso. Tratando de decir algo que no se puede traducir con palabras. Solo con un beso.

Siempre soñé lo que solo puedo soñar. Siempre deseé lo que no puedo cumplir. Siempre esperé lo que nunca llegaría. Siempre imaginé real algo que tan solo en la mente debe quedar. Y me sueño abriendo los ojos. Y abro mis ojos. Y estoy sola. En un rincón. En la oscuridad. Compartiendo el aire con mi soledad. En el río de mis lágrimas. Sin tu voz. Sin tus ojos. Sin tu boca. Menos sin tus besos. Sola. Disimulando el dolor descubro que todo fue un sueño. Solo puedo amarte, besarte, tocarte en mis sueños. Tonta al creer que algo así puede ser real. Solo era un sueño. Mi sueño. Y tú, nunca lo sabrás.






♪ He pensado en suplicar un sorbo de tu intimidad. He soñado con beber en las fuentes de tu piel. Y ver amanecer, allí después [...] Es inútil repetir que me muero por ti. Y en el silencio de mi voz te grito con el corazón: "Nadie te amará igual que yo". ♪ Pero nunca lo sabrás - Jan


εїз Si has llegado hasta aquí, ¿qué te cuesta dejarme un comentario?. Con tu aliento yo siguiré viviendo... Hazme feliz.

εїз

jueves, diciembre 24, 2009

LOS PADRES DEBERÍAN CRE(C)ER

Hay veces que los padres deberían creer en sus hijos, y de paso: crecer. Porque sí, algunos se quedaron en la década de los sesenta u setenta. Su pensamiento es cavernícola y su accionar es medieval. Hay veces que ellos solitos, sin ayuda ni recomendación, nos avergüenzan sin requerir cooperación adicional, como si con ser adolescentes o jóvenes tendríamos poco.

Ellos no tendrán que ‘comerse’ horas, días, meses y quizá años de bromas, adjetivos irritantes y apelativos bochornosos. Somos nosotros, sus hijos, los que aguantaremos frases tipo “Qué hijito de mamá eres” o “A fulanita no hay que llamar porque su papito no la deja salir, es una falla total”. De esta manera nuestros padres nos condenan a la soledad eterna, a la marginación social. Y no exagero.

Si los hijos son introvertidos, será el fin de sus días, el cuidado y la sobreprotección de sus padres impedirá que este se relacione de manera normal con su entorno. Por el contrario, si los hijos somos extrovertidos, sabremos cómo sortear estas prohibiciones y salir ganando en más de una ocasión, bien persuadiendo al padre para que nos deje salir o a los amigos para que no crean que somos atorrantes, hijitos de papá/mamá, creídos, soberbios o simplemente unos aburridos aguafiestas. Y de paso, pedirles que la reunión o salida se postergue.

Pero con esto no digo que siempre será así. Por un lado, los padres se mostrarán indiferentes a nuestros ruegos, nos enviarán castigados a la habitación o seremos nosotros los que iremos corriendo por no soportar los gritos iracundos que el progenitor prolifera. Del otro lado, los amigos se negarán a cambiar de planes solo por nuestra bonita cara y saldrán sin nosotros, eso sí, prometiendo que nunca más perderán el tiempo en llamarnos, diciéndonos claramente: “Siempre que te llamo, no puedes, déjate de joder”

Todos los adolescentes y jóvenes que aún vivimos en casa, bajo el techo y las reglas del padre dictador, sufrimos o sufriremos de esta injusticia. Algunos padres se niegan a escuchar nuestras razones y estas son las de ellos:

A.- En mis tiempos, los chicos invitaban a las chicas a salir con varios días de anticipación, no llegaban de improviso a la casa de la doncella y pretender llevársela.- ¡Padres! ¿Y quién dice que ahora no es igual? Hasta hoy los pretendientes invitan a las chicas con días de anticipación, hasta hoy los novios invitan a sus novias con días de antelación, hasta hoy los esposos invitan a sus esposas con días de anterioridad, hasta hoy los amigos invitan a sus amigas con días de adelanto. ¡PERO! HOY, los amigos TAMBIÉN llaman a sus amigas diciendo “vamos a ir fulanito, zutanita, menganita y yo a comer, ¿quieres ir con nosotros?” una responde “¿ahorita?” el amigo te dice que sí y tú, ilusionadamente, vas a informarle a tu papacito, un grito acompaña a un “no” y ni siquiera son las nueve de la noche.

B.- En mis tiempos, las chicas decentes no se subían al carro de chicos desconocidos.- ¿Y quién te dijo que yo no conozco a fulanito? Puede ser mi amigo de toda la vida, de un par de años o de un par de meses. En la mayoría de ocasiones subimos más de una al carro del amigo que amablemente se ofrece a llevarnos a nuestro paradero, a nuestra casa o a nuestro centro de labores, porque, SIMPLEMENTE, les queda de camino. Si su temor es que este delincuente juvenil nos secuestre, pues papis, esto puede pasar en cualquier situación u momento. Por ejemplo, en un taxi. Si nos subimos con un amigo este también, si sus intenciones son deshonestas, nos llevará a algún lugar con engaños u, en el peor de los casos, obligadas. Y, pues, si subimos solas al carro de un amigo/conocido ¿por qué nos subestiman, creen, acaso, que seremos tan ingenuas como para aceptar ser llevabas por zonas desconocidas o desoladas sin preguntar o exigir se nos devuelva a casa? ¿Creen que somos tan, pero tan, cándidas que aceptaremos ser llevabas por un chico del que apenas sabemos su nombre de pila? Un momento, ¿no es igual, incluso peor, subir a un taxi? Quiero decir, al taxista nunca en mi vida lo he visto, no sé dónde vive, no sé si es honrado, no sé su nombre y nunca sabré cómo contactarlo (salvo que le pregunte su número de teléfono para posteriores contratos).

C.- En mis tiempos, las chicas no salían solas con los hombres, siempre tenía que ir una chaperona, lleva a tu hermana.- Pues en esos tiempos, papi y mami, en los que se necesitaban las chaperonas no existían los lugares públicos y llenos de gente que hoy existen y adonde es que vamos, lugares en donde no nos puede pasar nada de lo malo que se imaginan. Hoy, las salas de cine están repletos de parejas, familias o grupos de amigos; los centros comerciales, café bares, pubs y fast foods albergan a centenares de ávidos compradores y comensales; las discotecas ofrecen mayor diversión a un grupo que a un par, es por eso, que se prefiere ir en “mancha”, para que entiendan: en grupo. Y si tienen temor de que nos pepéen, pasen al siguiente punto.

D.- En mis tiempos, no eran comunes las noticias de pervertidos que drogan o duermen a las chicas inocentes para abusar de ellas.- Es cierto que en este siglo hay cada vez más insumos para drogar, sea dormir, aletargar o extasiar, a las chicas inocentes. Es por ello que este punto es relativo, cada padre conoce a sus hijas, sabe cuán ingenuas, crédulas o listas son. La gran, gran, mayoría de padres repite los ya tan comunes pero siempre necesarios consejos. Tales como: “No recibas bebidas abiertas, así te den el trago más caro o tu gaseosa preferida y así te estés muriendo de sed”, “No dejes tu vaso ni para ir al baño”, “No permitas que te lleven por lugares oscuros y desolados”, “No subas a taxis que carezcan de identificación”, “No permitas que el taxista tome rutas diferentes a las que tú tomas, ni que tus amigos se lo pidan”, “No pruebes cosas nuevas que insistan en invitarte”, “Nunca cuentes que te estás quedando sola en la casa”, “No camines sola por calles desoladas ni pases cerca de grupos de hombres sospechosos”, “No lleves la cartera como si fuera la bolsa de pan, ponla hacia delante y sujétala bien”, “No te quedes sola con un amigo en su casa”… y los consejos de los padres precavidos continúan, los hijos solo debemos oírlos y hacerlos nuestros, aunque nos cansemos de escucharlos. Porque más sabe el diablo por viejo, que por diablo.
Tal vez en este punto no se critique los pensamientos retrógrados de los padres, pero así estos actúen como salidos de una máquina del tiempo que los trajo directo desde el pasado, son padres y están en su derecho de aconsejar a sus vástagos. Pero, como dije líneas arriba, los papás saben en qué nivel de candidez se sitúan sus hijas, saben si son propensas a ser engañadas y dormidas, en ambos sentidos.

E.- En mis tiempos, las chicas no dormían en otra cama que no fuera la suya. Esa moda de pijama party es pura alcahuetería.- Sí, es cierto, para algunas chicas organizar una fiesta de pijamas es un buen pretexto para irse de fiesta, escaparse con sus amigas a la disco de moda, a la que su papá le tiene prohibido por lo que su edad no se lo permite pero su apariencia (de chica mayor) la ayuda. Algunas, más osadas, se fugan con los enamorados sea a donde sea. Y aquí, las que han usado este pretexto dirán “no es cierto”, sí que lo es. Pero también habemos otras, para las que una fiesta de pijama es ESO: una verdadera fiesta de pijamas, con películas, música, chistes, comida chatarra, carcajadas, juegos y demás muestras de amistad. Nunca debemos generalizar papis, no todas las hijas y amigas somos iguales. Y nada nos pasará si dormimos en otra que no es nuestra cama, aunque deberían saber que eso ni siquiera se hace, dormir a veces no forma parte de un pijama party. Aunque depende de cuánto tengamos que contarnos y de cuán cansadas hayamos llegado.
¿Acaso, muy pronto no dormiremos en otra que no es nuestra cama? ¿No volaremos del nido, alguna vez? ¿No tendremos que viajar a otra ciudad por asuntos académicos o laborales? ¿Qué nos dirán padres? ¿Qué no podremos vivir esas experiencias nuevas y gratificantes solo porque en sus tiempos eso no se hacía?

Pues les tengo una noticia: no estamos en sus tiempos. Y nosotras, sus hijas, no tenemos dos años, ya hemos pasado más de dos décadas de cumpleaños. Configuren su calendario, casi, casi es el año 2010.

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Hace poco desempolvé de mi baúl de los recuerdos digital un tema que me recordó los mil y un consejos de los padres cuando una hija empieza a salir con chicos. Lucero, con su dulce voz, dice: Mamá me enseñaba lo que debo hacer / Si salgo con un hombre por primera vez / Que no me suelte el pelo y, esté donde esté, / que sea buena chica y me porte bien / Si vamos a bailar no he de permitir / que trate de acercarse demasiado a mí / Que beba Coca-cola o agua de limón / y pase lo que pase mucha precaución / El caso es que hasta ahora siempre ha sido así / quizá porque mi madre no pensaba en ti. Y luego de un armonioso estribillo, remata: Mamá me enseñó lo que debo hacer / si salgo con un hombre y cumplo mi deber / No debo insinuarme ni coquetear / ni nada que dé idea de frivolidad / Si vamos por la calle nada de pasar / por donde no haya gente o por la oscuridad / Y sea como sea no consentiré / que trate de besarme eso no está bien… Me pregunto si mi papá (o mamá) respetaron esto último. En fin, esa es otra historia y yo con los mil “no” de mi padre, tengo suficiente.


N. de A.: Esto fue escrito en un momento de rabia, hace algunos años, cuando fui víctima del padre tipo A de este tema. Hoy en día mi padre intenta ser moderno, pero alguna que otra vez se le escapa... aún así hago público lo que un día escribí porque sé -y conozco- que no todas mis contemporáneas están libres de los prejuicios. A ellas, mi sentido pésame.

viernes, octubre 16, 2009

Cuando un sueño habla...

REVELA EL ANHELO DE TU CORAZÓN




Sueño con que tu aroma acaricie mi corazón
y lo haga latir sincronizado al tuyo.

Sueño con que tu perfume encienda mis cinco sentidos
y un sexto quede dormido para nunca dudar ni de ti ni conmigo.

Sueño con que tu fragancia cale hondo en mi alma
y que mi belleza sea la esencia de tu amor.

Sueño con el día en que Dios me convierta en la heroína de tu historia,
en el personaje irremplazable de tu aventura.

Sueño con tus manos, fuertes y ásperas,
que defiendan nuestro nido en la batalla o castiguen a quien lo intente destruir.

Sueño con tus ojos, transparentes y cálidos,
que me hagan caer en un hoyo hasta tu corazón sintiendo tu alma conectada a la mía.

Sueño con tu boca, perfecta y misteriosa,
que pronuncie el amor, la perfecta realidad y nos haga vivir, siempre, de verdad.

Sueño con tu pelo, brillante como el sol, que baile al viento,
ese viento que anhelo respirar solo contigo y que, cuando me pierda, me lleve de nuevo a ti.

Sueño con tu amor, con que me ames eternamente y me corones tu reina,
la reina de tu vida o tu vida misma.

Sueño...
porque toda mujer sueña con ser amada…
y todo hombre con una mujer por rescatar.

εϊз Inspired by Captivating.




miércoles, setiembre 02, 2009

Sobre mentiras y mentirosos


[ Él mintió ]




Él mintió
No cumplió su palabra y no me buscó
Su silencio mató todo aquel sentimiento que jugaba a hacerse real
Su pasado siempre latió en su presente
Su presente fui yo pero su futuro otra más.

Él mintió
Sus labios pronunciaron patrañas que intentaron sonar a verdad
Pero cuando se unieron a los míos
Candentes y expectantes
Se olvidaron de qué era hablar o pensar.

Él mintió
Mientras sus ojos inspiraron mi sueño más real
Sus manos tocaron la fibra sensible de mi corazón
Y su boca dibujó mariposas en el lienzo sedoso de mi desnudez.

Él mintió
Dejó la luz prendida y un semáforo en ámbar
En una pista con un solo peatón: yo
Jugó a ser maduro y dejar la idiotez
Pero su polarizado corazón nunca se dejó ver.

Él mintió
Nunca dejó que lo adorara pero él si me adoró
Con canciones, poemas y novelas que me dedicó
Desde ese ayer atormenta mis sueños y lo peor
Es que despierto de muy buen humor
Aunque no lo haya vuelto a ver.

Él mintió
Fue el rey de las historias creadas
Solo para excusar su descontrol
Aunque en público se controló
Solo porque lo nuestro era un montaje
Simple y complicado montaje.

Él mintió
En su mirada la decepción era la única que se reflejaba
Llegué a pensar que se sentía solo
Y cerraba los ojos y con su boca me demostraba que no era eso
Era la caprichosa locura que moría por derretir a la soledad.

Él mintió
Me dijo que no se podía vivir del amor
Que cuatro letras no valían lo que siete sí
Y ahora pienso: ¿para qué perseguir su amor?
Sin él estoy bien pero sé que conmigo él estaría mejor.

Él mintió
Me empujó hacia una maratón que no tiene cuando acabar
Cada mañana cada noche, siempre igual.
Hizo su elección y a las semanas rebobinó su grabado corazón
Fue tarde...

Él mintió
Estaba presente: reía, me besaba, cantaba y me abrazaba.
Era feliz
Feliz él conmigo y yo con él
Feliz durante una estación que para ambos fue un amor.

Él mintió
Gritaba, se ofuscaba, encolerizaba y volvía a gritar
Desesperado pedía perdón
Su sonrisa y sus labios eran su mejor arma de persuasión
Bendito tramposo.

Él mintió
Deseaba llegar cansado al ocaso de nuestro encuentro
No quería soñar con un futuro
Ni pensar en un formalismo que pondría fin a nuestra historia
Porque detrás de ella se escondía a dos amigos.

Él mintió
Nunca dijo que me pertenecía
Nunca dijo que sin mí se moría
Mientras que yo se lo repetía
En el lenguaje de gestos y señales
Mudos y tontos los dos.

Él mintió
Y todo murió entre los dos
Y todo se derrumbó alrededor
Dejándonos desnudos
Sin mentiras y con recuerdos
Con verdades y sin sueños

Él mintió
Me empecino en creer
Que fue él quien mintió
Porque la mentirosa
Fui yo.

Él no mintió
No me dijo que amaba
Simplemente, porque no era verdad.

εϊз Inspired by Alguna que otra canción.