domingo, enero 20, 2008

VÉRTIGO

Miedo me da...



Desde chica sufro, sufrí y sufriré de alguna fobia, por no decir "algunaS fobiaS". Hace un par de meses descubrí un blog muy interesante. "El Club de lo Insólito" de David Hidalgo. En una entrega suya habló sobre cuáles son las fobias más raras. Luego de armar mi propia lista -lo más resumido posible- de las mías, en verdad me sorprendí, son muchos los miedos -por no decir terrores- que alteran mi pobre estabilidad desde que mi memoria me sirve, para lo que me conviene o no.

Con la ayuda de una página, proporcionada por el mismo blogger, pude hacer un recuento de mis fobias, para mí las más aterradoras, para otros las más absurdas:


Gefirofobia: Miedo a cruzar puentes. Cuando he tenido que cruzar uno -a pie- ha sido emanando líquido por todo poro de mi cuerpo y agarrando -y lastimando- fuerte a mi acompañante. Sea con amigos, pareja o familia, nunca podré cruzar un muelle. Las tablas muy separadas, las olas ondulando debajo mío y la posibilidad de que éste se desmorone con el trajín de cientos de personas -y del tiempo- me producen un terror inexplicable.

Ciclofobia: Miedo a montar bicicleta. Debo confesar que no sólo le tengo miedo a montar una bicicleta, sino a todo medio de transporte que funcione con dos ruedas. Motocicletas, patinetas, scooters y hasta patines son vistos de lejos por mí. Debo admitir, también, que alguna vez me subí a uno de estos, pero las experiencias no permitieron que disfrute de la adrenalina, todo lo contrario, puedo decir que ODIO éstos aparatos, aunque en mis más remotas fantasías y sueños yo desciendo de una motocicleta, una casaca de cuero cubre mi espalda y sonrío, pero cuando despierto lloro.

Esquelerofobia: Miedo a los ladrones. Tal vez muchos dirán “Todos tememos a los ladrones” pero el sentir una fobia es mucho más que un temor, el sólo hecho de imaginar que puedo ser asaltada me produce una agitación insólita. Debo ser afortunada al decir que nunca me han robado ni el celular -hurto muy común en mi círculo de amigos- y debo ser muy franca al rogar –implorar- a Dios que nunca lo hagan.

Hipsifobia, Acrofobia o Altofobia: Miedo a las alturas. Este es mi mayor fobia, es algo que muchas veces me saca de quicio. A pesar de que en más de una ocasión he querido superarla, me ha sido imposible. Son pocos los que entienden el terror que siento cuando debo bajar una escalera sin barandas o cuando debo caminar al margen de un abismo –una altura de 2 metros es considerada abismo para mí- y aprovecho también para agradecerles a quienes en más de una ocasión han prestado sus manos, brazos, hombros y hasta cinturas para “ayudarme” a transitar por el abismo con seguridad. Sola, mis piernas se paralizan y mi corazón se acelera. Tal vez otro medio que desencadena esta fobia es quedarme en una altura y no haber nadie quién pueda ayudarme a bajar.

Cremnofobia: Miedo a los precipicios. Claramente relacionado con el miedo a las alturas, tengo amigos que en alguna azotea se paran libremente al borde del techo y ven hacia abajo. Yo, nerviosa, acelerada y hasta mareada me pregunto: ¿Cómo puede la gente pararse al borde para ver hacia abajo?.

Catapedafobia: Miedo a saltar sean alturas bajas o altas. Esta es otra fobia relacionada con la Hipsifobia. Y como ya comenzamos con esta lista, es honesto confesar la “ridiculez más ridícula” –como diría una persona muy conocida- con la sangre en las mejillas. Aquí va: No puedo saltar ni de mi silla. He pasado tantas vergüenzas por culpa de esto. Es fácil reírse de una persona que le tiene miedo a bajar esas veredas súper altas que a veces existen en las calles, pero es tremendamente difícil si estás de mi lado. Hoy puedo bajar esas aceras y recordar, también, a quienes me ayudaron a hacerlo, cuando mi terror era aún más fuerte.

Tripanofobia: Miedo a las inyecciones. Hasta hoy puedo recordar las veces que algún músculo de mi cuerpo ha sido pinchado con alguna aguja. La primera fue a los 6 años, mi madre me hizo vacunar contra quién sabe qué, solo ella lo sabe, si es que lo recuerda. La segunda fue cuando me hicieron mi primera tomografía –y era necesario usar contraste para ella, como sabrán se inyecta un líquido especial- correría el año de 1997, o quizá 1998. La tercera vez fue para la segunda tomografía, también con contraste. La cuarta y quinta ocasión que una aguja visitó mi músculo fue para otra vacuna, esta vez por fuerza y obra de mi padre, estaba más grande –dieciocho- y lloraba más. La sexta llegó durante las ya conocidas Campañas de Vacunación, en mi facultad y ante un público de casi diez amigos. La sétima ocurrió para la tercera tomografía, bajo el mismo sistema de las otras dos. El octavo, noveno y décimo inyectable fue por culpa de una infección en la garganta que las pastillas no pudieron curar. Y así fueron diez las más odiadas experiencias en mi vida. Casi provocaron que mi corazón saliera –acelerado- por mi boca. Casi, el hueso de la mano de quien apretaba con toda la fuerza de mi dolor terminó roto y casi se secaron mis lágrimas. Aunque es bueno que sepan que además de los inyectables odio las agujas que penetran mi brazo, aquellas emulaciones de vampiros que desean extraer la más grande cantidad de mi sangre. Extracciones que me acompañan cada mes desde hace 13 años. Debido a una alteración inmunológica que podría ser dueña de otro post y de otra fobia.

Hodofobia: Miedo al viaje en carretera. Olvidando las agujas, que de sólo recordarlas me dan náuseas, confieso que ODIO los viajes en carro, bus o camión, como quieran llamarlo. Cuando viajo por ruta, no puedo dormir si es de noche y no puedo estar tranquila si es de día. El pensar que otro auto puede provocar un vuelco del mío o que en medio de la noche puedo ser asaltada provoca en mí una tensión insoportable que no me deja permanecer 100% tranquila así viaje sola o acompañada, con familia o amigos.

Ligofobia, Acluofobia, Escotofobia o Mictofobia: Miedo a la oscuridad. Las alturas son el “primer gran odioso miedo”, la oscuridad el segundo. Cuando hay apagones, ese corte brusco de luz, que sume mi alrededor en una oscuridad completa puede provocar mi muerte. Han sido dos las ocasiones en las que he entrado en una especie de ataque nervioso o de pánico, que recordar me hace mal. Sólo pido -desde aquí- que nunca, nunca me apaguen la luz de golpe y si esto sucede por casualidad acudan a mi ayuda. En casa cuando hay apagones lo primero que hacen, no es prender una vela o sacar una linterna, sino es gritar “Jill ¿dónde estas?. Ya voy”

Vaquinofobia: Miedo a las vacunas. Relaté algo –mucho- sobre esto en mi miedo a las inyecciones, si éstas no fueran inyectables “santo remedio”.

Agorafobia, Demofobia o Enetofobia: Miedo a las multitudes. Es raro cuando lo cuento, es raro cuando lo escuchan y es, aún más, raro cuando me sucede. Es cierto que en una discoteca o en un concierto al que alguna vez fui, hubo multitudes, pero siempre –en el segundo caso- han sido multitudes ordenas, sean con asientos para sentarse o con asientos en donde pararse, nunca multitudes apiñadas una muy junto a la otra. En el primer caso –el de las discotecas- bailo muy cerca de la puerta o muy al borde de la pista de baile, tiene que haber mucho espacio o de lo contrario me voy, nunca me meteré al centro de un gentío. Esta falta de aire, acaloración, falta de estabilidad, mareo y hasta mal carácter me sucede no sólo en discotecas apiñadas o en conciertos masivos a lo Brahma Tour o Grupo 5. También me sucede en supermercados abarrotados de gente o en centros comerciales donde las multitudes se mueven hacia mí o conmigo. Por eso, festividades, feriados y fines de semana evito estos lugares.




A veces quisiera ser una especie de Juan sin miedo, versión femenina. Muchas de las personas con las que comparto mi tiempo, mi vida y mis sentimientos en contadas ocasiones -por no decir en innumerables ocasiones- se burlan o quejan de mi "cobardía" o "mariconada". Lo que muchos no entienden es que temerle a algo, sea un dominante mamífero o una insignificante inyección, es en verdad preocupante, estresante, doloroso y hasta vergonzoso.

Lo que un fóbico siente al enfrentarse a su miedo es algo que no debe ser motivo de burla o que no debe usarse para decir estúpidas frases tales como “Es una simple escalera, ¡baja! No hagas drama” o “No te voy a ayudar a pasar el puente, tienes que enfrentar tu miedo” Ok. Sé que tengo que enfrentarlos, sé que tengo que pasar el obstáculo y salir victoriosa. Pero, ¿qué puedo hacer cuándo al enfrentarme, sudo, me mareo, se acelera el corazón, el aire me es escaso, la tensión me paraliza y hasta me dan ganas de vomitar?

Creo que algún día podré enfrentarme a estos miedos tontos, para muchos, increíblemente dolorosos para mí. Pero, he decidido que hoy no será.