martes, marzo 27, 2007

SNICKERS - SPOT

El primer Spot - Chocolate Snickers - Técnicas de TV - 2006





Elenco en orden de aparición:
Bryan Barón
Allison Barón
Diego Julca


Agradecimientos:
Dpto. Lorne James
Alicia y Juan Barón (guardaespaldas)



TRAS LOS LIBROS - KIKO Y SHARA

Nuestro primer videoclip - Técnicas de TV - 2006



Elenco:
Carlos Vera - Kiko (cantante)
Anaís Rodríguez - Shara (cantante)
Italo Mondragón - Niño agredido
Bryan Barón - Niño agresor
Juan Barón - Papá

Agradecimientos:
Colegio Santa Ángela
Casa Familia Barón Taylor
Juan y Manuel Barón (guardaespaldas)
Techo de Casa James

lunes, marzo 26, 2007

UNA SOÑADORA CRÓNICA

Una vez escuché que alguien decía “En esta era los sueños están de más, hay que vivir de realidades”… pero ¿alguien dijo que las personas soñadoras se están extinguiendo?. Yo conozco a una soñadora crónica. “Los sueños están hechos con la misma tela de la vida” es su lema, Andrea sueña con un mundo mágico y utópico en donde la paz reine y de la guerra sólo perdure la historia.

Esto no quiere decir que no pise tierra y viva sólo en su burbuja de cristal, ella es conciente de la problemática social y de que el mundo necesita algo más que soñadores, “personas justas, responsables y dedicadas” haciendo alusión a los centenares de políticos corruptos que hoy en día abundan en cualquier parte del mundo.

A un año de graduarse como Periodista, Andrea Celeste, como acertadamente la llamaron, acertado, pues es una de las pocas personas orgullosas de sus dos nombres, ya tiene claro lo que quiere en la vida, aunque siempre lo tuvo “No me quedaré como periodista, quiero especializarme en dirección, esa fue la razón por la que empecé estudiando periodismo, porque aquí no había lo que realmente quería”, es cierto que el periodismo ocupó el lugar de aquella segunda opción que la mayoría de jóvenes tiene en cuanto a vocación profesional se refiere, pero “esto no quiero decir que no incursionaré en esta carrera, se que para comenzar lo haré, lo que aprendo me gusta, es una profesión muy amplia, uno tiene que saber de todo, pero si puedo estudiar lo que en verdad sueño, sería mucho mejor”.

Nacida en Lima hace veinte años y de padre marino, desde chica tuvo la disciplina como hermana, a parte claro, de Elizabeth (34) y Carola (27) sus confidentes y amigas, “hay cosas que sólo les cuento a mis hermanas, en especial a Eliza porque la otra vive en Lima, de todas maneras la relación con mi mamá es muy estrecha”, dos hombres más completan su familia, Italo (12) su sobrino, “mi sobrino es como mi hermanito chiquito” y Luís (25) su hermano, con el que en incontables ocasiones protagoniza sin fin de discusiones, las típicas entre hermanos que al final ‘si paso algo, no me acuerdo’, “con mi hermano peleamos por lo de siempre, por ver quien ayuda más en casa, por si dejamos algo fuera de lugar, lo típico, nos gritamos pero después nada pasó” dice con aquella sonrisa traviesa que la caracteriza, aunque es un hecho imposible de creer, que con aquella apariencia frágil discuta con un hombre más grande que ella.

Cuando se le pregunta acerca de alguna afición responde más de una, ver cualquier producción en donde trabajen Eduardo Santamarina y Susana González (pareja de actores mexicanos a quienes admira en demasía), recolectar información sobre los mencionados y dormir, “soy muy dormilona, muchas veces llego tarde a ciertos lugares porque me quedo dormida, es como mi droga” confiesa tímidamente con aquellos ojos dormilones que respaldan su confesión.
El color escarlata tiñe sus mejillas cuando se le insinúa acerca de un cuarto hombre en su vida, “hay chicos que me gustan, es lo normal, pero por ahora no me interesa comenzar una relación” dice muy segura, aunque luego se le escapa que el verdadero motivo es su papá “es increíblemente celoso, prefiere no saber nada antes de que le venga con la noticia de que estoy saliendo con alguien”, pero ella también pone alguna que otra traba en el asunto, busca alguien caballeroso, inteligente, cariñoso, amante del arte, tierno y, si se puede, alto; cualidades que no siempre llegan de la mano, pero no por eso imposibles.

Como toda persona posee un gran defecto, el suyo la impuntualidad, “lo reconozco, soy una tardona, se que es algo que tengo que cambiar, lo intento pero me gana, aunque ahora que hasta campaña salió, tengo que ponerme las pilas” dice entre risas refiriéndose a la campaña del gobierno denominada ‘Perú, la hora sin demora’. Aún así su frescura y franqueza hacen olvidar sus tardanzas, es una persona que si algo no le gusta lo dice, siempre respetuosamente claro está, aunque hay veces que opta por callar, “en casos extremos, cuando la persona es insoportable, callo” dice con un hilo de voz agudo, al parecer recordando alguna mala experiencia.


Tal como su nombre lo dice, el celeste es su color favorito, tanto así que apenas vio a una pequeña perrita con un ojo de ese color y el otro marrón la adoptó como su hija, con todos los derechos que esto conlleva. Bonita, como la llamó, es una Dálmata albina (con pocas manchas) de apenas 11 meses, “es como mi hija, come, juega y duerme conmigo” dice con un brillo en los ojos al recordar a su mascota, no hace falta preguntarle si la llevaría a la universidad en caso de permitírsele, el amor con el que habla acerca de su Bonita lo hace evidente.

Rosarina de corazón, asegura que su época de colegio fue la mejor de su vida, “tuve un millón de experiencias que no cambiaría por nada”, tiempo en el cual no sólo compartió vivencias con jovencitas de su edad, sino que aprendió el significado de la verdadera amistad, “hasta ahora tengo contacto con la gran mayoría de mi promoción” dice, teniendo en cuenta que no son pocas, ella asegura que siempre fueron unidas y fue eso lo que precisamente la ayudó a solidarizarse con cada acción que le parece justa.

Son pocas las veces que se le puede ver enojada, “no me enojo con facilidad” acepta, fiel a su lema de paz y amor, común en los años sesenta, pero también hoy, en esta chica de mirada soñadora y voz fresca, “siempre que grabo para radio bromean con mi voz, dicen que parece de niñita”, algo con lo
que aprendió a lidiar, pues en varias ocasiones la han confundido de tal manera, pero no necesariamente por la voz, “también me dicen que mi apariencia es de una quinceañera”.

De la boca de Celeste, como la llaman en casa, nunca saldrá alguna frase denigrante para el Perú, patriota de nacimiento, ama cada acierto de su país y no lo insulta por sus fracasos, de muestra la esperanza que mantiene hacia la selección peruana, “el Perú es grande, rico, sólo depende de la gente para crecer, felizmente poco a poco lo estamos consiguiendo”.
Andrea Celeste (cada vez que repito su nombre, recuerdo a una pequeña Andrea del Boca) ama el fútbol, tanto como a la comida italiana y odia el locro de zapallo tanto como a las personas hipócritas, egoistas y de doble personalidad, “la mentira me choca, no tolero a las personas que te sonríen y cuando te volteas te clavan un cuchillo en la espalda” acota sin necesidad de que se lo pregunte, son también aquellas personas egoistas y mal intencionadas las tachadas de su lista de amigos, lista que, si nos avalamos de su agenda del correo electrónico, llega a más de un ciento.

Quizá sea que Andrea Celeste quiera cantar junto a Roberto Carlos “yo quiero tener un millón de amigos y así más fuerte poder cantar” aunque en su caso “poder soñar”.



((Ejercicio de entrevista a mi futura socia-Taller de Redacción II-2007))
((Fotografías propias))

ENCANTADORA MITAD DEL MUNDO

Fue decisión unánime, aunque hubo momentos en los que algunas queríamos norte y otras preferían el sur, al final nos pusimos de acuerdo y de lo que en un momento creí que no llegaría a gozar, se hizo realidad; desde el instante en que embarqué sentí que sería una experiencia inolvidable, sin duda no me equivoqué, Ecuador –la tierra de la diversidad- no me defraudó.

Mi único martirio era el olor típico del bus -uno repugnante que me induce al vómito- pero como mujer precavida que soy, el alcohol no tardó en dar su aporte milagroso. Esto sin duda ayudó, así como también los gritos y alharacas de mis compañeras en su excitación por iniciar el tan esperado viaje de egresados.

Nuestro destino nos esperaba a catorce horas de nuestro recordado colegio, durante el viaje es más que obvio que el sueño no llegaría y es que las charlas de jovencitas que redondean los diecisiete años son de nunca acabar.

El enorme reloj -con la típica luz roja de todo ómnibus- marcaba las dos de la mañana cuando por fin todo dentro de esas cuatro paredes sobre ruedas quedó en silencio y treinta y ocho cabecitas dormitaban cual ángeles en su sétima nube, cuatro horas después llegaríamos a Salinas –balneario de la Península de Santa Elena en la costa Ecuatoriana- donde sus mansas playas casi traslúcidas nos seduciría, aunque antes tuvimos que buscar por todo el bus una maleta, que minutos después nos enteramos no hizo el viaje, aunque esto no significaría un impedimento para disfrutar.

Quién dice que la comida ecuatoriana es pura mixtura tiene razón, el desayuno consistía en huevos revueltos con mermelada y mantequilla, mezcla no grotesca pero si rara. Luego de “recargar energías” cada quien se enfundó en su traje de baño, sandalias y pareo –o short- nada más hacía falta, el banano, las motos acuáticas, el cicar y el ciclo nauta nos esperaban.

El agua cristalina salpicaba por doquier, las guerras bajo el agua nos dividieron en dos bandos, las que defendían y las que atacaban, aunque a las finales todas terminamos una encima de la otra, la mañana nos resultó corta, entre risas y jolgorio un incidente nos distrajo un momento, un cangrejo enganchado en el pie de una compañera, nada que un poco de alcohol y una inyección para el dolor no pueda curar; la idea era divertirse, eso lo teníamos más que claro.
Por la tarde qué mejor relajo que un paseo en embarcación por la bahía de Salinas -nombre que se debe a la antigua costumbre de extraer sal de sus costas- con las gaviotas cerca de ti y la puesta de sol advirtiéndote que la luna saldrá y que la noche –en tierra extraña- es larga.

Nuestras pilas continuaban recargadas –la mayoría éramos adolescentes sin prematuro agotamiento- y la sola idea de poder acudir a una discoteca sin la previa hora de llegada nos entusiasmó. Algo que llamó poderosamente mi atención fue el ver que cada alma libre se mueva al compás de la música en medio de la pista de baile, sin la necesidad de hacerlo emparejado, algo que en nuestra sociedad siempre repetimos –en ocasiones cuando se agotan los chicos los sustituyen las amigas- y para rematarla en hileras, cual soldaditos de plomo.

Mis pies se agotaron a la media noche, la mayor parte del tiempo mis pilas se terminan a esta hora, tras la promesa de ver nuevamente a nuestros nuevos amigos –divertidos, bailarines, colombianos y ecuatorianos- nos dirigimos a las duras camas que por esa noche suplantarían a las nuestras -suaves y acogedoras- pero aunque los mayores –tres madres, dos guías y la tutora- suponían que los angelitos descansaban en los brazos de Morfeo, era éste el único que dormía. Una habitación fungió de ‘centro de convenciones’, aunque no para todas, algunas acompañábamos a Morfeo en su dulce sueño.

Nuevamente los huevos y mantequilla nos dieron los buenos días en nuestro segundo día de viaje, fue el Santuario de Olon la primera parada de lo que sería una mañana dedicada a visitar los principales atractivos.
Cada 11 de noviembre es el aniversario del milagro de la virgen que lloró en ese sitio, cientos de peregrinos acuden a esta iglesia a rendirle honores a la venerada imagen. En el santuario, construido en la cima de un peñasco se admira uno de los más hermosos escenarios costeros.

El siguiente punto de visita fue Montañita, este balneario se ha transformado en el sitio favorito de surfistas de todas partes del mundo, convirtiéndose en un oasis intercultural. Por la calidad de olas, esta playa es elegida frecuente sede de campeonatos internacionales de surf.

Para terminar visitamos el Farallón Dillon un Hotel-Museo de la familia Dillon, –a solo 5 kilómetros de Santa Elena, en Ballenita otra playa- que posee un muy buen restaurante junto a una galería de piezas náuticas y piezas antiguas de marina que fueron colectadas por un ecuatoriano ex-marino durante 30 años de viajes. Junto con algunos muebles y pinturas, varios de estos artículos antiguos pueden ser adquiridos.

En el museo-restaurante se hallan expuestas piezas que fueron rescatadas del barco español “Jesús María de la Limpia Concepción de Nuestra Señora La Capitana”, o simplemente “La Capitana”. Este barco fue construido en Guayaquil en 1654 y naufragó diez años más tarde frente a costas ecuatorianas. En esta colección también se incluye un traje de buceo confeccionado en 1900, el cual incluye un compresor de aire, sin duda impresionante.

Luego de almorzar –arroz con pollo para no extrañar nuestro hogar- toda la tarde se nos dio libre, al instante armamos grupos según las preferencias y luego de veinte minutos cada quien enrumbó por caminos diferentes, unas al supermercado Mi Comisariato –muy al estilo del capitalino Metro- y otras tan solo a caminar por el malecón y comprar las alhajas que se ajustaban a nuestros gustos y bolsillo.

El sol se despidió magistralmente recordándonos que era hora de volver al hotel, mientras ajustaba mi maleta intentando que cierre –siempre pasa que cuando la abres al llegar como por arte de magia ya no quiere cerrar, como si hubiera comprado medio mercado de pulgas- mis compañeras de cuarto cenaban, el bus partía rumbo a Quito – la capital- a las 22 horas y el reloj marcaba un perfecto ángulo recto.

El tercer día llegó y el viaje continuaba, antes de instalarnos en el hotel acudimos al Mirador Panecillo -bautizada así por su parecido con un pan pequeño, se erige en medio de la ciudad como un mirador natural desde el cual se aprecia la belleza andina de la zona y la disposición urbana de la ciudad- aquí se levanta el monumento a la Virgen de Quito, cuarenta y cinco metros de aluminio y magnesio, fundido a la arena y con la estructura interior de acero.

Luego de conocer Quito desde arriba llegamos al hotel, esta vez más grande y con una estrella más que las cuatro de Salinas, probé el exquisito buffet que servían en el desayuno, un poco de cada cosa –desde tocino ahumado hasta papas fritas con huevo revuelto- esto y una mesa con vista a la gran piscina – en donde, si ansiabas mojarte, tenías que usar obligatoriamente gorro para el cabello- significaron lo mejor.

La visita a la Mitad del Mundo fue lo primero que realizamos, abrigadas hasta el cuello y con cámara en mano nos dirigimos al lugar de la tierra donde su latitud es 0º - 0’ – 0’’ y se considera el centro de nuestro planeta. El monumento ecuatorial fue construido en 1936 al conmemorar los doscientos años de la medición de la Tierra por Francia del Siglo XVIII, tiene una altura de treinta metros y sus cuatro lados corresponden a la orientación geográfica: Norte, Sur, Este y Oeste.
Tras horas de recorrer esta pequeña ciudad –donde hay desde restaurantes hasta alojamientos- el estomago crujía y Jayac’s nos sació el hambre, como este lugar hay varios que ofrecen motes con chicharrón, empanadas, choclos con queso, sanguches, yogurt, jugos, café con humitas, entre otros.

Con el estomago lleno, el corazón contento y las baterías recargadas continuamos el circuito, llegamos a una estación de trole, -también conocido como bus eléctrico o trolebús- es un autobús alimentado por dos cables eléctricos superiores desde donde toma la electricidad usando dos astas, es uno de los principales medios de transporte de la ciudad ya que lleva a varias rutas; este medio es utilizado por todas las clases sociales ya que su costo es de 25 centavos de dólar.

El trole –algo nuevo para todas- nos dejó a unas cuadras del Parque Centenario, donde durante poco más de una hora recorrimos las diversas tiendas y nos tomamos más de una foto. Sin darme cuenta el cielo empieza a oscurecer –más rápido de lo que estoy acostumbrada- el siguiente paradero es la pista sobre hielo, en el Centro Comercial de Iñaquito, actividad en la cual no tengo ninguna destreza y prefiero sentarme a mirar las innumerables caídas de mis principiantes amigas, llegada la hora de la cena, un KFC nos recibe justo cuando ansiaba algo diferente que comer.

Una cama suave y perfumada me cobija hasta el siguiente día, visitamos el pueblo indígena Otavalo, la cascada de Peguche, la Laguna de Cuicocha –con paseo en embarcación incluido- como siempre, el tiempo se pasa volando, ya es hora de almorzar y el Mesón de las Flores nos atiborra de hamburguesas y papas fritas.
Finalizamos el recorrido en Cotacachi pueblo cuya actividad principal son los artículos en cuero, luego de comprar un sin fin de recuerdos para toda la familia aguardamos la hora de partida hacia nuestro último destino: Guayaquil.

No es extraño escuchar el drama de Guayas, un valiente líder indígena, que en su afán de no caer en manos de los conquistadores españoles, decidió matar a su esposa, Quil, para luego entregarse a las aguas del río. Los nombres se juntaron bautizando a una ciudad, es Guayaquil el corazón económico del país y la urbe más poblada de Ecuador.

Instaladas en el hotel, bañadas y cambiadas nos dirigimos al Malecón 2000 –con una extensión de 2.5 kilómetros- donde una mañana no se da abasto para recorrerlo todo, podemos encontrar la Plaza cívica, el Área recreativa con juegos para niños, Plaza del Vagón, Plaza de la Pileta, edificios de cafeterías, área de ejercicios e innumerables jardines.


Esta vez nos detenemos en un McDonald’s –en el mismo Malecón- antes de seguir con el Parque de las Iguanas, en donde estos reptiles –que no son de mi agrado- caminan libremente y se confunden entre la gente.
Es River Park el penúltimo destino, un parque de diversiones en donde con una pulsera “mágica” puedes acceder a todos los juegos que quieras cuantas veces lo desees. Típico de las mujeres –y de contados hombres- llega la hora para ir de compras, el Centro Comercial Mall del Sol es el elegido, lugar donde aprendo que en Ecuador a la bolsa se le dice funda, a los amigos panas, a las enamoradas peladas, a los enamorados cachero, a la cerveza se le llama biela, al dinero guita, al hermano ñaño y cuando se tiene miedo se está pariendo.


Es quizá el último día en el cual nos relajamos de verdad, luego de un suculento almuerzo en el Club Pedregal todas –sin excepción- nos dispersamos por las diversas piscinas –con olas artificiales, medianas y grandes- y los diferentes toboganes –acordes al nivel de adrenalina que quieras experimentar- fueron horas de exquisita exposición al sol e inolvidable aventura acuática.

Fueron siete días que en compañía de mis mejores amigas descubrí un país vecino tan deslumbrante, siete días en los que anhelé que el tiempo no pasara, siete días que más de una vez los soñé regresar.


((Crónica - Taller de Redacción I-2006))

((Fotografía: 2,6 propias / 1,3-5 internet))


EL TIEMPO SE PASA VOLANDO

La tarde está un tanto fría; las nubes no dejan al sol darnos su luz y calor; típico sábado de invierno. Aunque Chiclayo siempre se ha caracterizado por tener días soleados, últimamente el clima nos juega una mala pasada.
¿Por qué caminar por estas calles angostas y veredas que solo permiten un peatón? ¿Por qué soportar el viento golpear mis mejillas y la tierra correr con él? Talvez porque al caminar por estas calles empiezo a recordar aquellas historias que me cuenta mi padre, de aquellas épocas de su niñez, de aquel tiempo en que todo en esta ciudad era diferente.
Camino, a paso lento y sin perder ningún detalle, por la que ahora es la amplia y transitada calle San José; la cantidad de tiendas y restaurantes que allí se encuentran la han hecho conocida por ser una de las arterias comerciales más importantes de la ciudad. Sin embargo, antes no era así, comparándolo con la actualidad, las cosas han cambiado y sí que lo han hecho.
“Cuando apenas tenía entre 8 y 9 años, pasar un día en la playa era fantástico, pero el recorrido hasta ella era aún más. Recuerdo que en una ocasión, como todas, mi padre encendió la camioneta e hizo que todos los hijos subiéramos; éramos muchos, por eso en la parte de atrás íbamos echados, en colchonetas, los hombres, dejando que las mujeres se sentaran adelante junto a mi madre, me gustaba echarme y mirar al cielo; aquel día la luz del sol apenas se notaba; impedía ver con claridad; miré a los lados; solo pude observar los segundos pisos de casas de estilo colonial; me senté y con el vaivén de la camioneta producido por la pista hecha de adoquines de piedra negra, me mareé un poco; algo sin importancia, pues rápidamente se me pasó; cruzamos la avenida Balta, que es estrecha, en dirección hacia San José; ésta también es angosta y torcida, como todas, por su falta de planificación; me gusta, de vez en cuando, observar cómo las llantas ruedan por aquellos bloques de piedra y ver también cómo, en fila india, la gente transita por las delgadas veredas, algunas de piedra negra y otras de color gris.
El sol empieza a imponerse; su calor se siente y se evidencia en mi frente mojada, veo hacia mi alrededor para reconocer por dónde estamos, y si no fuera porque ya conozco este lugar, estaría perdido, ya todo es desierto, y a escasos metros nos acercamos a una urbanización alejada de mi parte favorita de la ciudad, a donde en pasadas ocasiones fuimos de visita con papá; escuché que él muchas veces la llamaba Satélite, palabra nueva para mí, y que esa mañana al pasar me hizo recordar que debo preguntar qué significa; estoy perdido en mis pensamientos, giro mi cabeza y me doy cuenta que mi pequeño hermano no está sentado en la colchoneta; me da la sensación de que no está cómodo; por eso le pregunto si quiere compartir la mía; con un movimiento de cabeza me dice que no; veo su mirada fija, al parecer algo llamó su atención; la sigo y me doy con la sorpresa de que observa, en la puerta de una casa, un pequeño perrito, al parecer enfermo; recuerdo la sensibilidad y el gusto de mi hermanito por los animales; lo jalo de su camiseta y lo obligo a echarse; me mira sorprendido por mi acción, y antes de que se queje, me apresuro a decirle, ‘échate vamos a contar con los ojos cerrados hasta que lleguemos a la playa’... las horas cuando uno se divierte se pasan ‘volando’, casi a punto de atardecer emprendemos el regreso a casa, esta vez estoy cansado de mirar las ruedas en la pista, de mirar las veredas angostas y a la gente apresurando el paso por llegar a su hogar antes de que oscurezca; me tumbo en mi colchoneta y apenas veo un poste de alumbrado público recuerdo que a éste mas lo seguirán; comienzo a contarlos, su pequeño foco me llama la atención, pero aún mas el platillo que lo cubre como un sombrero de paja, aquellos que usa mi padre y mi abuelo cuando van a la hacienda; parece una pequeña cabeza con su sombrero blanco, y ya sé, una vez más, cuántos de estos pequeños vigilantes de la noche hay desde que llegamos a la ciudad hasta que llego a mi casa, no me aburro de hacer lo mismo, porque si que lo hago, en cada viaje a la playa y en cada paseo, talvez porque sea un niño y esas cosas son importantes y divertidas para mi”...
La historia viene a mi mente, cuando sin darme cuenta estoy cruzando una de las famosas calles adoquinadas de Chiclayo, Alfredo Lapoint o Teatro como muchos la conocen, calles que al pasar de los años aún conservan su magia y estilo propio, pero me doy cuenta que solo lo conservan las menos importantes, aquellas estrechas que solo permiten el paso de un automóvil y que sus veredas imitan esto, permitiendo el tránsito de una persona.
Es gracioso ver a los peatones caminar en ‘fila india’, unos lo hacen mas apurados que otros, por esto cierto hombre adelanta al que se encuentra atrás y que a su gusto, y al mío, camina demasiado lento, para hacer esto es necesario bajar a la pista, pero éste no percibe que un auto se acerca por detrás, una bocina suena ruidosamente, el conductor, como la mayoría de hoy en día, viene a una velocidad mayor de lo permitido, sin tomar en cuenta que en una calle de este tipo y de este ancho eso es incorrecto, a esto se le agrega el insulto para quien se quiso pasar de listo y creyendo que el auto no estaba muy cerca adelantó a la ‘tortuga’ que venía delante de él.
Felizmente no pasó a mayores, “parece simple, pero si lo atropella le puede malograr el pie”, oigo decir a una señora. Mi intención de adelantarla se esfuma con lo que acaba de pasar; miro hacia ambos lados, algo gracioso si se sabe que ese tipo de calles son de un solo sentido, pero más vale prevenir que lamentar.
Cruzo hacia la acera del frente, levanto la cabeza y, cosa que muy pocas veces hago, miro el segundo piso de cada construcción, moderna o no, descubro carteles que nunca había visto o casi ni recordaba, el empujón de un transeúnte me rompe la concentración, un ‘au’ sale de mi boca, un ‘perdón señorita’ sale de la de él y sigue su camino; miro su polo con detención; sonrío al darme cuenta de que es el mismo hombre que casi pierde el pie segundos antes; muevo la cabeza, como que el gusto de esta persona por adelantar a las demás no se le va a ir, salvo que por intrépido vaya a recibir de su propia medicina. Me olvido del asunto, o eso pretendo y sigo mi rumbo.
Llego a una calle que no tiene una pista de verdaderos adoquines de su época, sino mas bien por no perder el gusto, la reconstruyeron así, María Izaga se llama, a gusto personal no me pareció una buena idea, pues el movimiento que produce cuando vas en un auto por ella, mortifica, no a todos claro, a algunos les gusta, quizá a aquellos que ya están acostumbrados a transitar por las de esta clase.
Recordando ‘las pequeñas cabezas con sus sombreros blancos’ veo los postes de alumbrado público; éstos son mas sofisticados, ya no se usan los focos pequeños que apenas iluminaban la calle o avenida; ahora mas bien son tremendos reflectores de luz amarilla que iluminan casi de esquina a esquina, pero aún están apagados, ya que todavía no anochece.


Caminando llego a la avenida Balta, esta si, como muchas otras, la han ampliado y asfaltado por completo, ambas veredas están llenas de bancos, restaurantes, farmacias, tiendas, kioscos de periódicos, bares, hasta discotecas y casinos, mucho comercio que poco a poco se va expandiendo; camino con dirección a la Plaza Principal, en el transcurso me encuentro con vendedores ambulantes que expenden todo tipo de cosas, desde pinturas que ahí mismo las pintan, hasta DVD’s piratas, como si fuera algo normal.
Caminar por aquí no es como antes, la tranquilidad se ha roto; todo es mas ajetreado, todos andan con más prisa, el mundo vive con mayor prisa, yo por el contrario camino lento, llego al centro de la Plaza, me detengo y doy una vuelta, mis ojos ven demasiadas cosas, mi cabeza no quiere dejar de girar y mi cuerpo le obedece, girando lentamente en dirección a las manecillas del reloj veo a familias caminando y entrando de tienda en tienda, a ancianos charlando amenamente, vendedores anunciando sus productos, amigos abrazándose efusivamente, al parecer hace un buen tiempo que no se ven, parejas de enamorados haciéndose mimos, luces de carteles encenderse, lustrabotas corriendo uno detrás de otro en busca de clientes; por un momento mi imaginación me transporta hacia años atrás, pero una vez mas un empujón me interrumpe, es un niño que de estatura me llega a la cintura y al parecer no se dio cuenta que al venir corriendo se encontraría conmigo en su camino; casi pierde el equilibrio, pero reacciono a tiempo y lo sostengo; su rostro cambia de expresión, se notaba asustado y al escuchar su nombre de boca de su mamá, a unos metros, se suelta y dando media vuelta corre hacia ella. Su acción me causa gracia; sin querer miro hacia un poste, y lo veo encenderse, me percato de que ya es casi de noche, el tiempo cuando uno se divierte se pasa ‘volando’ y los cambios en una ciudad, al transcurrir los años, también.



((Mi Primera Crónica - Redacción Periodística))
((Fotografías antiguas: Colección Allen Morrison))